La voz genovesa que convirtió la fragilidad humana en canción
El mundo de la música romántica despide a uno de sus intérpretes más entrañables. El italiano Sandro Giacobbe, símbolo de la balada de los años 70 y 80, falleció a los 75 años en su hogar en Cogorno, dejando tras de sí un legado que marcó a varias generaciones.
Su voz cálida, sus historias sencillas pero profundas, y su capacidad para narrar los dilemas del amor lo convirtieron en un artista inolvidable en Italia, España y toda América Latina.
Nacido en Génova en 1949, Giacobbe creció en una familia humilde: hijo de un padre siciliano y una madre lucana, aprendió desde joven el valor del esfuerzo. Su pasión por la música apareció temprano; a los 16 años formó su primera banda, Giacobbe & le Allucinazioni, mientras abandonaba los estudios de contabilidad para seguir el llamado artístico que ya latía en él. Ese impulso juvenil sería el inicio de una carrera que, aunque llena de determinación, no conoció el éxito inmediato.
Fue en 1974 cuando el panorama cambió con “Signora mia”, un tema que reveló su estilo: directo, sentimental y cercano. Pero el verdadero salto al estrellato llegaría un año después con “Il giardino proibito”. Aquella historia musical de tentación, nostalgia y culpa conquistó Europa, y su versión en español, “El jardín prohibido”, se convirtió en un himno generacional. Para quienes crecieron en los 70, escucharla era reencontrarse con los primeros amores, las dudas, la inocencia… y también los errores que forman parte de la vida adulta.
Su participación en el Festival de Sanremo de 1976 con Gli occhi di tua madre, donde alcanzó el tercer lugar, consolidó su figura como uno de los grandes cantautores italianos de su época. Canciones como “Sarà la nostalgia”, “Io vorrei” o “Bimba” ampliaron una obra marcada por la melancolía y la sinceridad emocional.
Pero Giacobbe no fue solo música.
Fue esposo, padre y un hombre profundamente comprometido con su comunidad. En 2022 contrajo matrimonio con su compañera de vida, Marina Peroni, y dedicó años a proyectos solidarios, como el lanzamiento del sencillo “Solo un bacio” para apoyar a los niños afectados por el colapso del puente Morandi en Génova. Además, sus dos pasiones —la música y el deporte— se unieron cuando integró y más tarde dirigió la Nazionale Italiana Cantanti, el emblemático equipo de artistas que juega partidos benéficos en todo el país.
En sus últimos años, Giacobbe enfrentó con valentía un cáncer de próstata que lo acompañó por más de una década. Aunque la enfermedad avanzó, él nunca dejó de cantar. Seguía recibiendo a su público, interpretando sus clásicos con la gratitud de quien sabe que sus canciones ya no le pertenecen solo a él, sino también a quienes las guardan como parte de su propia historia personal.
Su muerte deja un vacío en el panorama musical, pero también una certeza: la de que su obra trascenderá. Porque artistas como Sandro Giacobbe no desaparecen; se transforman en recuerdos compartidos.
En una melodía que regresa sin avisar.
En un verso que duele y acaricia.
En esa sensación dulce y nostálgica que sentimos cuando suena El jardín prohibido y nos transporta a un tiempo más simple, más ingenuo, más nuestro.
Hoy, el adiós también es un agradecimiento.
Gracias, Sandro, por regalarle al mundo canciones que siguen acompañando, consolando y volviendo a enamorar. Tu voz queda para siempre en el lugar donde vive la música que no se olvida: en el corazón.

Dolor en la prensa italiana
Sandro Giacobbe: la voz genovesa que convirtió la fragilidad humana en canción
Hubo una época en la que la música italiana parecía escrita directamente desde el corazón. Y en ese mapa sentimental, uno de los nombres que se volvió imprescindible fue el de Sandro Giacobbe, el cantautor nacido en Génova que transformó la duda, la culpa, el amor imperfecto y la nostalgia en melodías capaces de cruzar idiomas y generaciones.
Giacobbe murió a los 75 años, en su casa de Cogorno, después de un largo y silencioso combate contra un tumor que lo acompañó por más de una década. Su partida conmocionó a Italia porque, más que un artista popular, era un símbolo de una manera de sentir: directa, honesta, sin artificios.
Los orígenes de un obrero de la música
Los medios italianos recuerdan hoy al muchacho rebelde que dejó los estudios de contabilidad a los 16 años para perseguir un sueño que parecía demasiado grande para su barrio humilde. Hijo de padre siciliano y madre lucana, Giacobbe creció rodeado de esfuerzo y disciplina, dos virtudes que más tarde marcarían su carrera.
Formó su primera banda, Giacobbe & le Allucinazioni, tocando en salas pequeñas de Liguria. Para sobrevivir, trabajó como albañil, mecánico y ayudante general. “Era un obrero de la vida antes de ser un obrero de la música”, recuerda uno de sus amigos en la prensa italiana.
El salto que cambió todo
Su camino artístico no fue inmediato. Publicó sencillos que pasaron inadvertidos… hasta que llegó 1974 y Signora mia.
La canción, sencilla y confesional, conectó con un público que se reconocía en esas historias de amores complicados. De pronto, el joven genovés estaba en la radio, en televisión y en boca de todos.
Pero el punto de inflexión definitivo llegó un año después con Il giardino proibito, un tema que nacía como balada íntima y terminó convirtiéndose en un fenómeno internacional. En España, traducido como El jardín prohibido, fue un éxito rotundo y un himno generacional.
Para Italia, esa canción representó algo más: hablaba del conflicto moral, de la fragilidad humana, del error que cualquiera puede cometer. Giacobbe no juzgaba; narraba. Y esa empatía lo volvió inolvidable.
Sanremo, los años dorados y la consagración
En 1976, su participación en Sanremo con Gli occhi di tua madre —tercer lugar en el festival— confirmó que estaba frente a un artista mayor.
Los diarios italianos lo describían como “una voz cálida y transparente que parecía contarlo todo sin levantar la voz”.
Vinieron más discos, más giras, más éxitos: Bimba, Io vorrei, Sarà la nostalgia.
Cada canción era un pedazo de vida cotidiana, un secreto confesado en voz baja, una fotografía emocional.
El hombre detrás del artista
La prensa italiana destaca algo que quienes lo siguieron siempre dijeron: Giacobbe era querido no solo por su música, sino por su forma de ser. Cercano, sencillo, agradecido.
Encontró estabilidad emocional junto a Marina Peroni, con quien se casó en 2022.
Fue padre de Andrea y Alessandro.
Y además, tenía una faceta muy conocida en Italia: su amor por el fútbol. Participó por años en la Nazionale Italiana Cantanti, el equipo de artistas que organiza partidos benéficos. Primero jugador, luego entrenador, siempre solidario.
En 2019, conmovido por la tragedia del colapso del puente Morandi en Génova, dedicó una canción a los niños afectados. La solidaridad era parte de su ADN.
El final de un viaje y la permanencia de un legado
Los medios italianos subrayan que, incluso durante su enfermedad, Giacobbe nunca dejó de cantar. Aunque el cuerpo se debilitaba, su voz permanecía.
Quienes estuvieron con él en esos años hablan de un hombre sereno, consciente de su legado, agradecido por el cariño del público.
Su muerte es un golpe emocional para Italia, España y Latinoamérica. Pero como escribieron varios periódicos italianos:
“Cuando un cantautor deja canciones que todos recuerdan, no muere jamás”.
El jardín prohibido, esa melodía que atravesó fronteras y generaciones, vuelve a sonar hoy con un nuevo significado.
Ya no es solo un relato de un amor prohibido.
Es la puerta a la memoria.
Es la forma en que Sandro Giacobbe sigue, y seguirá, habitando el corazón de quienes alguna vez encontraron consuelo, nostalgia o ternura en su voz.




