Muere el cantante italiano Sandro Giacobbe, y con él se remueve una parte muy íntima de quienes crecimos en Costa Rica en los años 70 y principios de los 80.
Para muchos, su canción El Jardín Prohibido no es solo un clásico: es un pedazo de nuestra juventud, de esa época en la que las baladas italianas nos hablaban del amor como algo casi sagrado, idealista, lleno de ilusión… y de límites.
Sucedía en Costa Rica , Italia , España , nuestra América Latina y muchos lugares más .
Los que vivimos esa generación sabemos perfectamente lo que significaba bailar una balada con esa música melodiosa y suave.
No era solo música lenta: era el único momento en nuestro amado Liceo San Rafael de Alajuela , en que podíamos abrazar a la amiga, la compañera o la novia. Era girar muy despacio, casi sin moverse, apenas un balanceo suave… pero en ese abrazo cabía el mundo entero.
La balada era permiso, refugio, ternura. Era transitar esa frontera entre la inocencia y el descubrimiento, en una época donde la sexualidad era un territorio prohibido, vigilado, limitado. Y quizá por eso, cada gesto, cada roce y cada abrazo eran experiencias enormes, profundas, inolvidables.
En ese tiempo aparece El Jardín Prohibido.
Una canción que, aunque hablaba de un amor complicado, nos estremecía porque tenía algo que todos entendíamos: la mezcla entre el deseo, la culpa, la ilusión y la vulnerabilidad. A los 14, 15 o 16 años —nuestra flor de juventud— no sabíamos nada de la vida, pero sentíamos que esa letra nos hablaba a nosotros, nos enseñaba algo sobre lo que estaba bien, lo que estaba mal… y lo que nos estaba esperando en el camino hacia la adultez.
Las baladas de artistas en español y sobre todos los italianos , para mi maestros del género , fueron parte esencial de ese despertar emocional. Giacobbe, junto a tantos otros, nos heredó una sensibilidad distinta: la idea de que el amor se vivía con intensidad, con poesía, con dudas y con devoción.
Su voz se convirtió en banda sonora de nuestra primera inocencia, de nuestros primeros miedos, de nuestros primeros sueños.
Hoy, con la noticia de su partida, inevitablemente se abre el álbum de la memoria.
Recordamos los salones de baile, las fiestas familiares, los ritmos lentos al final de la noche… y ese momento en que uno esperaba que sonara El Jardín Prohibido para buscar a alguien especial, reunir valor y extender la mano.
Formamos parte de esa generación marcada por una constelación de voces italianas inolvidables: Ricchi e Poveri, Riccardo Cocciante, Albano & Romina Power, Claudio Baglioni, Gianni Morandi, Umberto Tozzi, Gianni Bella, Peppino Di Capri, Nicola Di Bari, Juan Erasmo Mochi y, por supuesto, Sandro Giacobbe. Después llegarían Laura Pausini y Eros Ramazzotti.
A muchos nos marcó para siempre.
Porque más allá de la música, esa canción nos conectó con la emoción pura de ser jóvenes, con un tiempo en que todo parecía posible y el amor era una aventura que apenas empezábamos a imaginar.
Hoy, mientras despedimos a Sandro Giacobbe, también despedimos una parte hermosa de nuestra juventud. Pero la nostalgia no es tristeza: es agradecimiento.
Agradecimiento por una canción que aún vibra en nuestra generación.
Agradecimiento por haber vivido una época donde una balada podía decirlo todo.
Agradecimiento porque, aunque él ya no esté, sus notas siguen vivas en nosotros.
Descansa en paz, Sandro.
Y gracias, porque tu Jardín Prohibido nunca dejó de ser el jardín de nuestros recuerdos.




