“HIROSHIMA EN LA MEMORIA” (III Parte)
“Yo no anuncio lo que voy a hacer 4 días después” (Donald Trump)
Sigue… La reacción en aquellos hombres –que obedecían órdenes- era de espanto Tremendamente confundidos, el silencio les delataba. No disimulaban el horror que estaban viviendo. Los rostros sin expresión, con rabia contenida y sin poderse contener, tenían las pupilas humedecidas. Flotaba, en ellos, la necesidad de buscar respuestas.
Hatsuno –la anciana mujer que presidía- hizo una breve pausa, para tomar un sorbo de té, a modo de excusa. Necesitaba digerir el efecto de tanto horror. Este –se percibía- había penetrado a través de los poros en la piel de las mujeres presentes en aquel salón. Aún medio siglo después, se palpaban los efectos de la irradiación. Todas ellas -en ese momento- sentían las quemaduras y el maltrato en lo más profundo de sus almas.
Los científicos, tras lo presenciado, en sus adentros y a lo largo de sus venas tenían la extraña impresión de sentir correr un cauce desbordado de sangre... que la percibían como ajena y propia. Un hasta entonces desconocido escalofrío se había adueñado de sus cuerpos. El tiempo transcurrido se hizo imperceptible. Quizás habían pasado unos segundos, minutos o en definitiva toda una eternidad...
Entonces Robert Oppenheimer rompió el silencio... Y también el miedo... En voz baja, con tono de culpabilidad recordó un pasaje de Bhagavad Gita: “Me he vuelto la muerte que sacude a los mundos”.
Otro de los científicos confesó: “Esto fue lo más cercano al día del Juicio Final que yo hubiese podido imaginar. Estoy seguro que el día en que llegue el fin del mundo -en el último milisegundo de existencia de la tierra- el hombre verá algo igual a lo que hoy hemos visto”.
Harry Spencer Truman, con sus altos funcionarios y científicos, estudios y divagaciones, llegaron a la conclusión final: “el día 6 de agosto, a las 9,15 a.m. -sin previa advertencia- se haría estallar la primera bomba atómica sobre Hiroshima”.
Mañana seguimos…