
Costa Rica vive una de sus peores crisis deportivas, y no es solo por el fútbol: desde las canchas hasta las pistas, los atletas sienten que los dirigentes han olvidado que el corazón del deporte son ellos, los que sueñan, se sacrifican y luchan. No son sus funcionarios ni sus ejecutivos: son quienes entrenan, sudan, se lastiman, pero también quienes aman lo que hacen con una pasión que muchos de sus dirigentes ni comprenden.
El fracaso de la Tricolor no es algo aislado
El golpe más visible fue la eliminación de Costa Rica del Mundial 2026, un fracaso que duele no solo por el resultado, sino por todo lo que significa: el sistema que rodea al equipo estaba tan debilitado que fue incapaz de sostener un proyecto competitivo. Pero ese problema no es exclusivo del fútbol; es un síntoma de una enfermedad mucho más profunda.
En el fútbol tico, los dirigentes han demostrado que tienen sus propios intereses. Se han concentrado en mantenerse en el poder, en manejar fondos, en perpetuar redes internas y familiares. Mientras tanto, quienes realmente mueven el deporte —los deportistas y en este caso los futbolistas— siguen pagando un precio altísimo: salarios bajos, abusos de poder, pocos recursos para entrenar, escasa preparación para competir al más alto nivel. El éxito que podría impulsar la economía deportiva del país se diluye en unas cuantas cuentas bancarias de los mismos de siempre.
¿Qué pasa en los demás deportes?
Si se piensa que esto es un problema solo del fútbol estamos muy equivocado. En otros deportes —siempre relegados al segundo plano mediático— la desidia es igual o peor. Gimnasia, atletismo, natación, deportes de combate: atletas que dejan todo por el deporte, que se bancan entrenamientos interminables, lesiones, gastos enormes y, muchas veces, ni un peso de recompensa.
Los dirigentes de esas disciplinas, en muchos casos, actúan como si fueran los dueños del deporte. Creen que su poder deriva en tener una silla en la federación, no de permitir que los jóvenes tengan oportunidades de crecer, de exportar talento, de construir un futuro. Pero el deporte no es de ellos, es de los atletas. Y sin atletas no hay deporte.
Muchos deportistas han confesado en privado lo difícil que es sobrevivir: entrenan hasta caer, sacrifican su vida personal, su economía, y se ilusionan con que alguien los reconozca. Pero ese reconocimiento nunca llega porque los dirigentes priorizan sus propios beneficios. No les interesa formar campeones, les importa llenar cajas fuertes.
La desidia institucional: entre el ego y el negocio
Aquí no estamos hablando de simples errores de gestión o falta de visión estratégica; es algo más oscuro: una red de intereses personales, políticos y económicos. Dirigentes que se sienten más importantes que los atletas, que miden su poder por su influencia mediática o sus conexiones, no por los logros deportivos.
Estas personas sostienen discursos vacíos sobre “proyectos a largo plazo” y “desarrollo”, pero en la práctica recortan presupuestos para la formación de élite, ignoran a los jóvenes talentos y pactan estructuras donde incluso sus familiares ocupan roles clave. Es una situación extremadamente injusta: mientras algunos quieren construir algo duradero, otros solo quieren mantener su sitio en la mesa, sin importar cuántos sueños queden pisoteados.
El costo humano: detrás de los números hay vidas
Detrás de cada atleta, de cada selección, hay historias humanas dolorosas. Niños y jóvenes que entrenan para ser los mejores, que no reciben el apoyo ni las condiciones mínimas, que tienen que compaginar el deporte con trabajos o estudios, porque la federación no les da lo suficiente para vivir.
Hay madres que ven llorar a sus hijos tras un entrenamiento brutal. Hay padres que se endeudan para pagar viajes a torneos. Hay deportistas que renuncian a su pasión porque saben que no hay futuro si no tienen un padrino dirigencial que les abra las puertas. Eso no es sacrificio glorioso: es explotación disfrazada de devoción.
Es hora de poner las pelotas sobre la mesa
Costa Rica no puede seguir así. No es solo un llamado al cambio: es una exigencia. Si hay que reconstruir, que se reconstruya desde abajo, desde la raíz. Que los dirigentes rindan cuentas. Que se eliminen los privilegios inmerecidos. Que el deporte deje de ser un negocio de unos pocos y vuelva a ser un espacio para los que sudan, no para los que administran.
- Responsabilidad real: Los dirigentes deben asumir sus errores en público, no escudarse detrás de comunicados fríos.
- Transparencia presupuestaria: Que cada centavo vaya a los entrenamientos, a la formación de talento, no a bolsillos privados.
- Desarrollo de jóvenes: Invertir en las bases, en las academias, en programas deportivos verdaderos.
- Cambio en la mentalidad: Entender que la grandeza no se mide solo por medallas sino por cuántos sueños se hacen realidad.
El pueblo deportivo no olvida
La tristeza que hoy siente Costa Rica no es solo por no ir al Mundial: es por saber que muchos de esos sueños pudieron haberse construido con otros cimientos. El talento existe, el corazón también. Lo que falta es quien cuide a los deportistas, en lugar de servirse de ellos.
Mientras tanto, los verdaderos protagonistas —los atletas— siguen esperando que alguien en la dirigencia recuerde que, sin ellos, el deporte no tiene razón de ser.
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