El fracaso de la selección camino al Mundial no es una sorpresa: es una consecuencia inevitable. No es mala suerte, no es un mal planteamiento táctico y no es culpa -al menos no principalmente- del entrenador de turno.
Es el resultado de una estructura que lleva años deteriorándose, envejeciendo y operando bajo prioridades equivocadas.
Lo que hoy vemos en la cancha no es un accidente; es un espejo. Un reflejo fiel de un sistema que se negó a evolucionar
1. Los clubes: el origen del producto… y del problema
Todo comienza con los clubes. Son ellos quienes deberían formar talento, sostener procesos de calidad y desarrollar un producto competitivo. Pero el abandono es evidente.
Las ligas menores están relegadas a un segundo plano, vistas más como un gasto que como una inversión estratégica.
Sin metodología moderna, sin continuidad, sin dirigentes visionarios y sin rumbo a largo plazo, se volvió imposible producir futbolistas de élite.
A eso se le suma una infraestructura que se quedó atrapada en el pasado: canchas deterioradas, centros de entrenamiento improvisados y condiciones muy lejos del estándar internacional. Costa Rica sueña con ir a un Mundial, pero entrena como si fuera 1988.
Además, el campeonato nacional carece de competitividad real. No exige cuando clasifica el 40% de los equipos a semifinales, no eleva el nivel de sus jugadores.
Es un torneo predecible, lento y cómodo, que no genera roce ni velocidad para competir afuera.
Y como ingrediente final, los clubes controlan la mesa federativa, operan como juez y parte, y toman decisiones bajo criterios que responden más a intereses particulares —como usar una selección como escaparate de sus propios jugadores— que a una visión país.
El resultado: un producto defectuoso desde su origen.
2. La Federación: un traje empresarial sin alma futbolera
La Federación está compuesta por personas competentes… pero en materia de negocios, no de fútbol.
El liderazgo deportivo requiere sensibilidad de vestuario, comprensión del jugador, lectura del ambiente y conocimiento de la competencia. Requiere tener exjugadores —capacitados— sentados en la mesa grande.
Sin reglas claras, sin visión, sin autoridad y subordinada al juego político de los clubes que la sostienen, la Federación ha perdido la oportunidad de convertirse en un verdadero ente rector.
Hoy administra, pero no dirige.
3. Los jugadores: profesionales que actúan como amateurs
En la cancha, la responsabilidad también pesa. Los jugadores cobran como profesionales, pero muchas veces actúan como aficionados.
Cada técnico nuevo debe enseñarles lo básico. Cada estadio nuevo se convierte en una “sensación distinta”. Cada derrota va acompañada de las mismas frases vacías: “estamos aprendiendo”, “hay que mejorar”, “esto es un proceso”.
En cualquier profesión seria, esto sería inaceptable. Un médico no puede justificarse tras un error quirúrgico diciendo que “está aprendiendo”. Un abogado no puede alegar que “se le olvidó una ley”. Un ingeniero no puede culpar un cambio de software por no saber trabajar.
A esto se añade un factor que ha contaminado la cultura futbolística: el cortoplacismo del jugador costarricense. Muchos priorizan premios inmediatos, bonos, contratos en el extranjero y oportunidades publicitarias por encima de su evolución real.
Quieren exposición sin dar calidad sostenida en el tiempo, vitrina sin preparación, destino sin proceso.
Con esas prioridades, la excelencia nunca llega.
4. La prensa: el espectáculo que vende más que la verdad
La prensa deportiva no es solo narradora del proceso: es participante activa. Su modelo de negocio depende del espectáculo, no necesariamente de la realidad en el césped.
Inflan expectativas, venden ilusiones y alimentan emociones porque eso es lo que genera audiencia, ratings y patrocinadores.
Pero al no denunciar con contundencia la mediocridad del producto, contribuyen a normalizarla.
Es el Coliseo Romano moderno: mucho ruido, mucha emoción, poco contenido.
5. El entrenador de turno: el chivo expiatorio favorito
Y finalmente, el entrenador. Hoy el señalado es El “Piojo” Herrera. Ayer fue otro. Mañana será uno más.
Podrían traer al mejor técnico del mundo y el resultado sería muy similar. Porque ningún entrenador puede rescatar un sistema donde no hay visión, ni formación, ni disciplina, ni infraestructura, ni profesionalismo interno.
El Piojo tiene responsabilidad, sí. Pero es el menos culpable dentro de una estructura que ya estaba fracturada antes de que él llegara.
La verdad incómoda
Si repartiéramos la responsabilidad total en cinco partes —clubes, Federación, jugadores, prensa y entrenador— el 20 % del entrenador sería el más injusto de todos.
El verdadero problema está en los escritorios. En la visión cortoplacista. En la comodidad. En el negocio antes que el fútbol.
No porque el fútbol no sea un negocio —lo es— sino porque ningún negocio prospera sin un buen producto.
Y hoy, el producto del fútbol costarricense no es integralmente competitivo.
Costa Rica no quedó fuera del Mundial hoy. Quedó fuera hace años… cuando dejó de invertir en futuro.
Nota escrita por Allan Loría, orador y capacitador corporativo




