Los medios deportivos en España hablan de crisis en el equipo del Real Madrid y algunos consideran que los días del entrenador Rafa Benítez ya están contados luego de la derrota que sufrió a manos del Barcelona 0-4 en el Estadio Santiago Bernabéu.
El equipo donde milita el costarricense Keylor Navas no tuvo capacidad de respuesta ante un Barcelona que anotó en los momentos justos y supo administrar sin problemas la ventaja.
Así fue como destacaron los principales medios españoles la humillante derrota para el conjunto blanco:
DIARIO MARCA
El Barça destroza a Benítez
Benítez tenía un sueño. Entrenar al Real Madrid en un Bernabéu lleno, frente al Barcelona, sentado en el banquillo de su vida en el partido más grande del mundo. Con todo el dolor de su corazón se traicionó a sí mismo y sacó el once que gusta en el palco y en la grada, el que no hubiera dibujado jamás en su libreta. Y su mundo onírico se incendió, se derrumbó y se tornó en pesadilla. Los jugadores eran prácticamente los mismos que maravillaron en el Clásico del año pasado a las órdenes de Ancelotti, una muestra más de que en el Madrid funciona el laissez-faire. El partido deja dos posibles explicaciones: O Benítez no sabe entrenar al Real Madrid o los jugadores no quieren que Benítez les entrene.
El Barça se pegó otro festín ante el eterno rival. Los azulgrana están mal acostumbrando a una generación que ha vivido un 0-3, un 2-6, un 0-5 y el gustazo de este año. Los números dicen que sólo le sacan seis puntos de diferencia al Madrid y que al calendario le quedan muchas hojas que cortar, pero las sensaciones de un equipo y de otro tienen un universo entre ellos. Y se expande. Y sin Messi.
Sergi Roberto, con su cara angelical de no haber roto un plato, rompió el Clásico en diez minutos. Los que tardó en aprovechar la superioridad azulgrana en el centro del campo. Se veían los huecos en el campo blanco desde la Estación Espacial Internacional. Y el chaval se puso a esquiar sin nieve, a bailar en un eslalon en césped para encontrar con un grito de tobillo de bailarín el pase perfecto para un Luis Suárez que no definió, adornó la jugada con un toque de exterior sensacional con destino al lateral de la red de Keylor.
Fue el primer versículo del libro del Apocalipsis blanco. Un Madrid sumido en la incomodidad se mostró incapaz de robarle el balón a un Barcelona que tampoco hizo el partido del siglo. Le bastó con ir madurando a un equipo que llevaba tiempo amenazando con caerse del árbol. Sin ideas ni feeling, como si se vieran por primera vez en dos semanas cuando en realidad han aprovechado ese tiempo para preparar el Clásico. Jugar al ataque no es un acto de propaganda que se pueda pregonar en la previa, es una actitud. La que le faltó al equipo de Benítez.
El propio Sergi Roberto perdonó un 0-2 que acabó por convertir en el minuto 39 Neymar, con la magnífica colaboración de Iniesta. El manchego hizo la croqueta delante de dos rivales en el centro del campo, encontró vía libre y picó la bola lo justo para que el brasileño se encontrase frente a Keylor y con ventaja. Pareció querer dársela a Luis Suárez, pero como en estado de gracia todo sale bien, Navas la desvió hacia su propia portería. La bronca se veía venir y pudo ser mayor si Marcelo no hubiera sacado el 0-3 de Suárez de milagro al borde del descanso, una jugada que hubiera reencarnado a Ronaldinho en el cuerpo de Neymar.
Las mismas cartulinas que sirvieron para rendir homenaje a París antes del partido se utilizaron 45 minutos después para despedir al equipo con una pañolada en la que recibió hasta el apuntador. No se salvó ni Florentino, que escuchó gritos de dimisión. El Madrid fue un despropósito, desde el desaparecido Danilo hasta el inerte Benzema. Se sabe que no eran once maniquíes vestidos de blanco porque en ocasiones se movían. James, que fue titular y no estuvo excesivamente mal, fue el primer cambio blanco. Si fue un recado al colombiano, al palco o una decisión táctica sólo lo sabe Benítez. El caso es que no le salió bien porque el cambio, Isco, acabó por autoexpulsarse y al Madrid le siguieron cayendo goles.
El tercero, todo un insulto a la intensidad. El Barcelona sacó el balón jugado desde la defensa ante la indolencia madridista y lo culminó Iniesta con una pared al borde del área de Keylor con Neymar con tanta facilidad como precisión. Su zapatazo a la escuadra fue impecable. Los de Luis Enrique se gustaron y cuando la MSN se reunió pareció que jugaban en el parque de debajo de casa. Fallaban y se reían entre ellos, con muchísima superioridad. El cuarto, de Luis Suárez, quedará en la historia como un tanto con el Madrid ya roto, pero sus dos amagos hasta que tumbó a Navas para definir con calma y cerrar un marcador histórico fueron de museo.
Y quedaba un cuarto de hora para sufrimiento madridista y para que Piqué, que huele sangre como nadie, se lanzase al ataque para hacer él el quinto, que no llegó, como tampoco lo hizo el primero blanco gracias a un Bravo espléndido, superior, que dejó unos paradones de museo que tal vez el paso del tiempo entierre tras el resultado. Todo era felicidad en el vestuario culé después de destrozar el proyecto recién nacido del eterno rival.
En el Madrid queda una crisis brutal y mucho rencor de la grada hacia los jugadores, el entrenador y el presidente. Esto no se arregla con una caja de bombones y una goleada ante un equipo menor que pise el Bernabéu próximamente. Esta es una herida de las profundas, de las que envenenan relaciones y salen a relucir cada vez que haya cinco minutos sin arrumacos. El futuro de Benítez y de unos cuantos más puede estar sentenciado.
MUNDO DEPORTIVO
Sinfonía espectacular del Barça y concierto de pitos para el Real Madrid
Luis Enrique confesó que últimamente duerme como los ángeles. Hoy volverá a hacerlo, a pierna suelta. Su Barça ha escrito otro capítulo brillante y espectacular en la historia de los Clásicos. Como aquel 0-3 de Ronaldinho o como aquel 2-6 de Messi. No es fácil jugarle al Madrid en su estadio y menos degradarle hasta la burla y el ridículo, pero volvió a hacerlo. La pelota siempre da la razón al mejor y penaliza las malas artes de los jugadores. Un festival goleador que hunde a los blancos, le aleja seis puntos, estruja a Benítez, muy cuestionado y sin crédito, y pone en la picote por primera vez y de forma sonora a Florentino Pérez.
Semanas cabilando un once con y sin lesionados y a Luis Enrique le dio por todo lo contrario a las sospechas generalizadas. Messi en el banquillo, Rakitic en el once y Sergi Roberto como falso extremo. Vestido de líder, no hacía falta forzar a Leo. El mismo molde utilizado durante su ausencia e igual juego imperecedero, sin economizar esfuerzos, presionando desde el primer minuto. El Real Madrid, en cambio, sí apostó por la BBC de entrada y fue un desastre. Benzema por un Casemiro hasta ahora señalado como el equilibrio blanco, más CR7 y Bale. Un equipo preparado para morder, como los capitanes le habían exigido en una supuesta reunión, y que acabó silbado.
El Barça tuvo de todo desde el inicio. Cautivador y estilista en el juego, pausa en la cabeza y sabiduría para marcar. No le costó ó filtrar el balón entre la espesura tàctica blanca ni tampoco desprecintar el marcador. Fue a los diez minutos, después de otra tanda de toque y toque, Sergi Roberto metió un pase interior a Luis Suárez, que pinchó el balón para marcar. El marcador de cara y el Madrid en contra de sí mismo. Había que frotarse los ojos para comprender el guión del partido.
El fútbol gravitaba en torno a Iniesta, con el resto de jugadores desplegándose como una manada. A la defensa blanca le tiritaban las piernas. No sabía qué hacer y nadie le ayudaba. Los pitos fueron aumentando, mientras el Barça hilvanaba otro paseo. Media hora después, Luis Suárez robó otro balón, para que Iniesta habilitara a Neymar que marcó por debajo de las piernas de Keylor. Los silbidos aumentaron. Pudo caer el tercero pero el remate del uruguayo a pase de Ney lo sacó Marcelo en la boca de gol. Daba igual. El coliseo blanco había dictado sentencia.
Fue un Madrid vulgar, deshilachado, alejado de un fútbol con criterio. Muy desmejorado y envejecido. Más un buscavidas desesperado con mono de gol que un equipo de marca. Una actitud soporífera, un juego inconexo, sin capacidad para cocinar ocasiones que encrespó al público. Los pitos a Piqué se trasladaron a sus propios jugadores. El run run fue creciendo hasta su explosión final. El 0-2 del descanso provocó una pañolada espectacular y los gritos de “Florentino dimisión”.
La reanudación parecía que el Madrid iba a poner un punto de amor propio, que quería remendar su desestructurada fisonomía. Y lo probó durante un puñado de minutos, tiempo para que Marcelo chutara sin criterio y James con más acierto. Pero todo fue un espejismo. El Madrid se deshizo aún más e Iniesta, como hace dos años, le taladró. Un cañonazo desde la frontal que se incrustó por la escuadra. Era el 0-3 y los pañuelos y los pitos volvieron a aparecer. la sinfonía continuaba.
A Cristiano no le salía nada y se enfurruñó incapaz de invertir la trama. Más aún cuando vio a Messi pidiendo entrar en el campo. Fue su rendición y la de un Madrid que no sabía cómo parar el vendaval azulgrana. El festival podía continuar. Sus aficionados se conformaban con muy poco, mientras que los culés soñaban con otra goleada. Con Leo era más que posible. El baile de toque y posesión continuó. Messi hacía más que CR7, que gozó su ocasión pero Bravo le birló la honra.
Angustiado, el Madrid se desplomó, enseñando la bandera blanca. Su objetivo, a partir de entonces, era minimizar el ridículo. No pudieron por el recital ofensiva y por un Bravo inconmensurable. Cayó el cuarto, obra de Luis Suárez. tras una pared con Alba. El Barça quería más. Se ha acostumbrado al dígito cinco y quería la manita. Pudo haberla si se hubiera pitado un penalti de Ramos sobre el uruguayo. Daba igual. El himno tapó la pitada pero no la pañolada.
DIARIO AS
El Madrid ya arde en la hoguera. Encomendado su proyecto a un entrenador presuntamente renacentista que debía traer la modernidad, se vio atropellado por un Barcelona mejor de sótano a ático. Fue un baño a la altura de otros históricos que cada poco se rescatan en la videoteca del club azulgrana para reafirmar el proyecto o para levantar la moral. El Madrid, con una alineación política e injusta con Carvajal e Isco, cuanto menos, no tuvo plan ni futbolistas y se vio abandonado por sus figuras y finalmente por el público, desatado también contra el presidente, responsable último del descosido. En los pañuelos había lágrimas de impotencia, desconsuelo y desesperanza. Fue una derrota estructural, desgarradora, con consecuencias, que abrirá una brecha de dimensiones aún por conocer porque va más allá de lo que dice la clasificación.
Este Madrid que a menudo confunde el equilibrio con el cloroformo ha perdido el instinto depredador. Ya no está en su ADN. Tampoco el inconformismo, su capacidad para evitar lo que parece inevitable. Así que el asalto arrebatador, con una presión en las alturas y un intento de quitarle la pelota y la razón al Barça y amurallarle le duró cinco minutos. El intento de irse a buscar al rival con esa fiereza y también con esa brevedad pareció más una ventolera que un plan. Pasado aquel ventarrón, el Barça fue desactivando a un Madrid con un once muy del gusto del público (Isco, al margen) y del palco y no sé si tanto del técnico.
Primero perdió la pelota, después se acobardó ante un Barça que ‘bartoleó’ (verbo que conjugaba Di Stéfano para explicar cómo puede se puede vaguear con el balón esperando mejores tiempos), más tarde perdió de vista a Sergi Roberto, cuya movilidad quedó sin vigilancia, y finalmente se vio en el abismo ante un rival bien adiestrado, que le fue madurando con velocidad, precisión, ocasiones y goles.
De atrás hacia adelante, el Madrid fue quedándose en nada, acelerando imprudentemente hacia el ridículo. Sin Casemiro en labores de policía, Modric y Kroos no fueron dique para un equipo con superioridad en el centro del campo ni primera piedra de ninguna obra. Ramos fue incapaz de leer la maniobra de Sergi Roberto en el primer gol que dejó un dos contra uno frente Varane ante el que Suárez, ariete de origen volcánico, no perdonó con el exterior del pie. El capitán del Madrid quedó desairado, se vio superado por la presión culé y se le fue la mano en más de una entrada. Varane resultó un desastre y Marcelo vivió con desconcierto las idas y venidas de Sergi Roberto, al que Luis Enrique ha investido como titularísimo cargado de razón. El desencanto fue especialmente audible con Danilo, emblema de una era que nunca le ha entrado por los ojos a la grada.
Así fue tragándose el partido al Madrid y así fue desconectándole el Barça de su público y de su ataque. A James le salvó el empeño y le perdió la precisión, Cristiano sigue bajo los efectos de aquel cambio de posición tan nocivo del que no ha vuelto y Benzema y Bale anduvieron en el limbo. El galés, que iba para jugador de culto, empeora a ritmo de vertigo, sin desborde, sin entusiasmo, sin sitio, sin alma. Y a Benzema, que ha empalmado lesión, interrogatorio judicial y amenaza de exclusión de la selección en la semana previa, regreso a ese aire ausente que tanto le molesta al Bernabéu. Benítez le ha pedido 25 goles, pero antes deberá despejarle la cabeza.
Al otro lado del mundo y frente a un Madrid sonámbulo, el Barça fue argumentando bien su ventaja. “Messi está sobrevalorado”, bromeó algún culé. Y es que Busquets, el jugador que hubiesen querido ser Del Bosque y ahora Luis Enrique, manejó el escenario; Iniesta fue propagando el juego en corto y en largo hasta acabar en gobernador general del duelo; Dani Alves regresó a los buenos tiempos y Suárez y Neymar fueron lo que se espera de ellos. En una labor coral redujeron a cenizas al Madrid y antes del descanso le hicieron dos goles, el segundo en fuera de juego de Neymar “por dos centímetros”, que diría Guardiola, y ante el que Keylor Navas no anduvo muy esmerado. Al filo del descanso Marcelo sacó sobre la línea un remate de Luis Suárez y el Bernabéu fue un volcán, con gritos de “Florentino dimisión” y una pañolada estimable. La hinchada ya se sentía al borde de otro Waterloo del tamaño del 0-5 o del 2-6.
El gabinete de crisis en el vestuario resolvió poco. Benítez no se apeó de su once y al arreón inicial, con remates rabiosos de Marcelo y James sin premio, le sucedió un prodigio de Iniesta y Neymar que acabó en el 0-3, con entrega y remate brutal del albaceteño tacón mediante del brasileño. Llegaron entonces Messi a la fiesta e Isco al funeral. Al madridista le aplaudió la gente y no pareció un acto de fe sino un latigazo más hacia Benítez. Fernández Borbalán se tragó entonces un penalti a Suárez y otro por mano de Piqué. El partido cambió de aire, pero no de dirección. También en ese intercambio loco de golpes pegó más y mejor el Barça, que iba de estocada en estocada sin separarse de la pelota y gustándose en el baile a un Madrid rendido, cautivo, desarmado y desolado. Cristiano abrochó su apagón perdonando a Bravo en un mano a mano y en un cabezazo franco y Suárez agigantó el desastre con una suave vaselina ante Keylor Navas con Messi ya en el recreo. El patadón final de Isco a Neymar que le costó la roja empeoró la fachada del desastre. Y Luis Enrique se incomodó cuando perdonó el quinto Munir. Ya se veía a la altura de Cruyff. El Barça se fue con seis puntos de ventaja, pero al Madrid le quedó la sensación de que está en Marte.
DIARIO SPORT
El FC Barcelona destrozó al Real Madrid, al que dejó sumido en una profunda crisis tras otro desastroso partido de los de Rafa Benítez. La apuesta ofensiva del técnico blanco -dispuesto a enterrar la pésima imagen dada una jornada antes en Sevilla- le salió rana de todas, todas. Y la humillante derrota en el Clásico retrató de nuevo las carencias de un Madrid que camina sin rumbo ni timonel en la Liga.
El Madrid naufragó ante un Barça que salió sin Messi. El '10' empezó en el banquillo, pero la 'dupla' Neymar-Luis Suárez, magníficamente secundada por sus compañeros, se bastó para hacer estragos en la maltrecha zaga local. El 'chorreo' fue tal que el Bernabéu pasó del silencio inicial a la indignación absoluta contra los suyos, con pitos, pañoladas e incluso gritos de "dimisión" contra Benítez y el presidente Florentino Pérez.
El Barça dominó a placer de principio a fin. La incertidumbre entre los dos grandes de la Liga duró apenas diez minutos, el tiempo que necesitó Luis Suárez para marcar el 0-1 en una acción que resumió por sí sola lo que fue todo el partido. Los azulgranas marcaron tras una larguísima jugada en la que todos sus hombres tocaron el balón. Cerca de 20 toques sin oposición, ante la pasividad de un Madrid que se limitaba a mirar cómo el esférico corría de pie en pie. Sergi Roberto, colosal como enlace, dio el último pase después de irse de dos defensas. Y Suárez aprovechó su regalo para batir a Keylor Navas con un chut raso y cruzado al segundo palo (0-1, 10').
La falta de garra del Madrid contrastó con la ambición de un Barça que jugó como en casa, a placer, mandando y llevando la iniciativa. Del 'tridente' blanco -Cristiano Ronaldo, Bale y Benzema, que reapareció- apenas llegaron noticias, más allá de las protestas del luso reclamando un par de supuestos penaltis por sendos agarrones de Alves (17') y Piqué (38'). Los nervios del '7', gris y desasistido, sintetizó la impotencia de un Madrid roto.
Los de Luis Enrique supieron recomponerse incluso después de perder a Mascherano, uno de sus puntales, que tuvo que ceder su sitio a Mathieu por una dolencia muscular antes de la media hora. El francés lo reemplazó con éxito, y formó un tándem impecable con Piqué en el eje de la defensa. Al catalán, por cierto, no le afectó lo más mínimo la sinfonía de pitos que le recibió cada vez que tocó el balón.
El Bernabéu perdió definitivamente la esperanza cuando Neymar, en el 39', marcó el 0-2. El brasileño, una auténtica pesadilla para Danilo durante todo el encuentro, logró su 12ª gol en la Liga tras recibir un perfecto pase de Iniesta, que le dejó solo ante Navas en una contra iniciada por Luis Suárez.
La goleada pudo haber sido mayor si, justo antes del descanso, Marcelo no hubiera sacado bajo palos un remate a bocajarro de Luis Suárez. De todas formas, era sólo cuestión del tiempo que llegara, porque en la segunda mitad el panorama no cambió ni un ápice.
El Madrid intentó reaccionar, y estuvo a punto de recortar distancias en una contra de Marcelo (47') y un trallazo de James (48') desbaratado por Bravo. Pero fue un espejismo. Porque, después de ese brevísimo paréntesis, el recital del Barça fue aún a más.
El Bernabéu se frotaba los ojos viendo el baño al que era sometido su equipo. Y, después del enésimo paradón de Keylor Navas, despejando un chut de falta de Neymar (51'), llegó el 0-3, obra de uno de los mejores sobre el césped: Andrés Iniesta. El manchego puso la guinda a su magnífica actuación con un golazo por la escuadra, tras recibir una asistencia de tacón de Luis Suárez en una rápida triangulación.
Con el triunfo ya en el bolsillo, Luis Enrique dio entrada a Leo Messi en lugar de Ivan Rakitic al filo de la hora de juego. Y, con la vuelta de su líder, después de dos meses de baja, el Barça se recreó aún más. Los culés volvieron a disfrutar con su 'tridente' al completo. Y, apenas un cuarto de hora después, Luis Suárez marcaba el 0-4 batiendo de nuevo a Keylor Navas a la contra, con toda la sangre fría del mundo en su definición en el mano a mano.
La desesperación del Madrid culminó con la expulsión de Isco, que vio la roja directa por dar un patadón a destiempo a Neymar. Y la afición blanca, enfadada, acabó silbando incluso al mismísimo Cristiano Ronaldo. Un batacazo, y un divorcio, en toda regla, que dejan a Rafa Benítez seriamente 'tocado'... y al Barça mucho más líder.
DIARIO ABC
Al estadio se llegaba penetrando los tres anillos contradantescos. La gente colaboraba. Muchos iban hacia los policías con los brazos abiertos, ofreciendo el cacheo. Alguno hasta se desilusionó cuando no lo hubo.
Una fila de nacionales frente al estadio, observándolo, como si fuera el Bernabéu una manifestación, y mucha seguridad privada dentro.
El policía se aseguraba bien de que la cara correspondía al DNI. Con profesionalidad, miraba varias veces a una y otro y al final parecía que iba a añadir: chico, échate cremas o algo.
Al llegar a la tribuna, por fin, con el zumbido tutelar del helicóptero que sobrevolaba el estadio, la sensación era la de entrar en una placenta lúdica y luminosa, con canciones de Carly Rae Jepsen y un montón de gente, multicolor, multicultural y multinstrumentista, disparando selfies hacia todos los lugares del planeta.
Messi empezaría en el banquillo, Rakitic de inicio. En el Madrid, Casemiro perdía su sitio: la BBC, James y los dos interiores. Es decir, el Barcelona reforzaba su centro del campo, el Madrid se ancelottizaba.
Paradójica valentía la de Benítez, la de darle la razón al ambiente. Todo al rojo.
Y Benítez falló. Entregó la cuchara, porque el Madrid no existió.
Dimisión, Rafa Benítez, gritó el público por un instante.
Las cartulinas del tifo blanco sirvieron para convertirse en los pañuelos de antes, de cuando el público tenía nervio y hasta lanzaba almohadillas.
Porque la primera parte fue para recordar.
Tras la Marsellesa, esa Marsellesa tristona, nada impetuosa, con un piano como de Toni2, tras los himnos, los pitos a Piqué, después de tantas emociones en el ambiente, que de tan cargado daban ganas de llorar, el Madrid no fue.
Sólo, mínimamente, dos toques de James con Benzema. Nada más.
El Barcelona se puso en un 4-3-3 habitual, con Sergi Roberto donde Messi. Y estuvo excepcional el joven culé.
Los de Luis Enrique tuvieron la pelota desde el comienzo, y el Madrid miró poco más, porque la presión, alocada, a espasmos, no podía nada contra Piqué, Busquets y Rakitic.
Desde el comienzo, Neymar hizo lo que quiso por donde Danilo. La banda derecha del Madrid es la frontera turca.
El Madrid sólo podía oponer la lanzadera breve, puntual, de James.
Bale la coge en el centro y se va a la banda para volver a irse al centro. No es que juegue a pierna cambiada, es que juega al revés, como si le hubieran puesto el campo al revés.
Sin Casemiro, la zona del 5 estaba desguarnecida. Se notó en el 0-1, minuto 10. El Barça empieza a tocarla y se produce algo curioso. Como comenzaba Piqué, los pitidos eran tremendos, pero al prolongarse el rondo, los pitidos eran autoasfixiantes. ¡El rondo culé estaba asfixiando a todo el Bernabéu!
Pitar a Piqué era quedarse sin oxígeno.
Sergi Roberto penetró, con una suavidad nueva, con una sutileza de Celades bueno, de Celades conseguido, y Suárez remató como sabe, con esa precisión de revólver del oeste.
El toque culé prolongó los olés de sus pocos aficionados. A este paso, llegará el día en que en España olé se diga ulé.
Iniesta lo lanzaba todo desde su sitio. Lo tramaba todo desde allí, con una elegancia inaudita, mejor que nunca, más suelto que nunca, porque el Madrid era el regalo del espacio, la absoluta incomparecencia. Regates, ruletas, pases listados con el vuelo de una pluma, y siempre desde ese sitio en el interior del que va y viene con una memoria espacial de portero. Como el portero con su área y su porteria. Iniesta tiene una memoria espacial de décadas.
Y eso se vio. Un fútbol arraigado durante años frente a una caricatura. Una renuncia. Una triste (porque triste fue) renuncia de Benítez.
El Madrid era lo de Ancelotti, pero peor. Porque para Ancelotti ¡ya estaba Carletto!
Enorme estuvo también Busquets. Busquets es que estuvo estructura. Sus duelos (apenas coincidencias espacio temporales) con Bale lo decian todo. Sacó su tienda de campaña en el centro del campo y no salió. Tiene algo además de nivel, de indicador de una marea, de señal que dice hasta dónde llegan las aguas, de flotación de la nave azulgrana.
El Barcelona sin Messi estaba siendo muy superior al Real Madrid. Este es el balance y la conclusión de la primera media hora.
En el Madrid no aparecía ni Marcelo, que aparece en los mayores desastres colectivos. Pues ni eso.
Nada podía la presión blanca contra la salida culé. El Barcelona no tiene pasillos de seguridad, tiene pasillos vestibulares. Sergi Roberto se movía con más orden que todo el Madrid junto.
El Real Madrid, de algún modo, empieza a parecer un equipo inglés.
Benítez hacía ese gesto del padre en la playa cuando llama al niño que está metiéndose muy hondo en el mar. Una indicación total, urgente y como un rescate.
La impotencia madridista, llegando tarde, se tradujo en alguna falta. Patadas como tributos que se pagaban al rival.
Hubo solo un chut de James y una llegada que no remató Benzema,
Y en el 38', el segundo, una genialidad de Iniesta, completamente solo, para Neymar, que llegó hasta el fondo de la defensa madridista. Todo vino tras el robo a una salida de pelota del Madrid, incapaz de pasar al campo ajeno.
En el 45', Neymar perdonó (antes lo había hecho Sergi Roberto) el tercero.
¿Haría Benítez lo de la final Liverpool-Milan en el descanso?
No quedaba otra que la heroicidad más rocambolesca. Incluso la heroicidad involuntaria.
Y así empezó el Madrid, con arrancadas temperamentales de Marcelo y James. Bravo le paró una falta a Neymar. Messi, mientras, calentaba en la banda.
Y hubo un momento que dejó de correr. Sabía lo que iba a pasar, quizás. El Barcelona tocaba ante nadie, sin ninguna oposición. No había centro del campo, era escandaloso. Iniesta avanzó, Suárez le respondió la pared, y el remate fue inapelable y tranquilo como en un entrenamiento.
Pudo aún pudo llegar el cuarto. Y para que no dijeran que el Barcelona perdonaba, entró Messi.
Pañuelos en el campo y la evidencia de que los jugadores estaban en una pasividad huelguística.
Las traiciones a sí mismo de Benítez han conseguido que la plantilla no le responda. Un problema de concepto y autoridad que excede al entrenador.
Marcelo salió lesionado y al irse del campo se vio a un aficionado, desesperado, echarse las manos a la cabeza. Se acababa el único curso de fútbol coherente del Madrid: las maracas de Marcelo.
“Once Juanitos”, pedía la grada, pero Juanito en el Madrid igual jugaría de mediocentro.
Tengo un amigo que me dijo have poco: “No quiero tener aún un niño porque se me hace del Barça. Esperaré”.
En el Bernabéu se hizo un silencio de consulta del médico. Prolongado, tranquilo. La gente meditaba, el partido se jugaba andando. Una contra de Bale se la paró Bravo a Cristiano. Fue lo único, junto a otro arranque del galés que pudo ser mano en el área del Barcelona. Pero el ambiente era de calma post traumática y de cierto acomodo mutuo.
El Barcelona quizás estuvo peor con Messi, sin Rakitic. El argentino tuvo un par de ocasiones, pero estaba como estudiando su propio paso, la pisada. Con generosidad, hubiese llegado el cuarto de Neymar. Fue como si quisiera impedir el hat trick.
Estaba empeñado en redistribuir. En que fuera Suárez. Y tal cual. Atrajo la escasa presión del centro madridista (que se cierra, si se cierra, como un esfínter flojo), y la jugada, rápida, la acabó Suárez. Era el cuarto culé.
Navas no pudo parar, porque esas cosas no admiten ni palomitas: balones picados, entradas hasta la cocina...
Rigor mortis en el Madrid, un silencio sepulcral que rompió la histórica ovación a Iniesta. El campo, gran parte del campo, de pie, aplaudiendo al mejor futbolista español, que devolvió el gesto.
De nuevo, años después, la rendida sumisión del madridismo. Cabría preguntarse: si eso se aplaude, ¿por qué no se imita?
El partido parecía la negociación del 0-5. Cómo y de qué manera se cerraba la manita.
Muchos aficionados pitaron a Cristiano e incluso algunos se atrevieron a gritar “Florentino dimisión”. Gritos que salían de algunos sectores de la grada, dispares, lejanos. En ese instante, incluso alguna bronca entre madridistas en la tribuna.
Isco vio la roja por una patada y e público, ya no se sabe si en la autoparodia, gritó Isco, Isco. De algún modo, había demostrado tener sangre en las venas.
Atraer las miradas de todo el mundo para, a continuación, representar el mayor derrumbamiento. Eso fue el Madrid en el Clásico.
El Barcelona, hay que decirlo, tuvo piedad, y Munir le quitó el quinto a Piqué.
Para evitar que se oyeran los grtos, el himno casi nos deja sordos.
Eso sí, se vieron los pañuelos. Del viejo Madrid queda esa pañolada.
DIARIO EL PAÍS
Un excelente y puro Barça abrió en el Madrid una herida de proporciones muy inquietantes para la entidad de Chamartín, sonada en lo deportivo y con el palco ya en la diana. Del clásico todo el mundo blanco salió mal parado: el entrenador, los jugadores y el presidente, Florentino Pérez, al que la gente pidió la dimisión en el intermedio y en varias fases del segundo tiempo. En la traca final, con el salón principal del estadio ya vacío, el volumen musical sofocó el vocerío. Las cargas previas contra el alto mando resultaron un hecho insólito. La hinchada, tan desconcertada ante el meneo azulgrana, ya no sabía hacia dónde apuntar y repartió estopa por igual. Nadie quedó a salvo y nadie recibió más aplausos que Iniesta. El madridismo tiene gusto. Como entre los suyos no había a quién engancharse, los asistentes acabaron por desfogarse con una ovación a Isco, retrato de la pérdida total de papeles con un estacazo a Neymar que le costó la expulsión.
El Madrid se alineó como gusta en los despachos, como hasta ahora no había predicado el técnico. En el día grande, Rafa Benítez fue Carlo Ancelotti, tiró del núcleo del italiano y despachó a Casemiro, su principal apuesta. Aliviada la enfermería, había que hacer hueco a los actores principales, a los de la gran pasarela. Como respuesta, se vio a un Madrid momificado, con tiritonas, sin pulso, descolocado. Todo ante un Barça que le quitó la pelota y el ánimo. Y peor aún: con Messi en la sala de espera hasta el 0-3, complacido por el enésimo relevo exitoso de Luis Suárez y Neymar, dos máquinas. Si encima al escarnio se suma el arte de Iniesta, el reloj de Busquets y la graduación de Sergi Roberto…
Imposible para este Real deshuesado, sin una pizca de Cristiano, cuyas únicas pisadas fueron dos duelos frustrados por Bravo cuando el partido ya era colegial, con el meta chileno en alza y los visitantes con poca saña ante Keylor, falla que falla goles. Tampoco hubo una miga de Bale, un goteo de quien fuera. El único respiro local fue cuando se bajó la persiana y se llevó una cartulinada. Hoy se llevan poco los pañuelos. Un final estrepitoso para el Madrid. En el Bernabéu ya atizan la hoguera, veremos en qué acaba este crepitar.
En Chamartín solo se asomó de puntillas un Madrid desteñido, a merced de los barcelonistas, que se plantaron con cuatro volantes y no con tres puntas, como acostumbran. Lo mismo dio, el Barça le cantó una nana a su rival, de palique con el balón y los espacios a resguardo, siempre con tramas azulgrana por el césped. Los blancos, a la intemperie, precipitados cuando ganaban algún asalto, más bien pocos, y sin mandíbula para apretar al contrario. De una parsimoniosa cháchara con la pelota en los morros locales llegó el primer aguijón azulgrana. En medio de ese fútbol tertulia que le distingue despegó Sergi Roberto. El chico saltó las tibias alambradas contrarias y conectó con ojo clínico con Luis Suárez, que armó un disparo estupendo, sin más toque que el definitivo, con el empeine exterior. Un toquecito más y Sergio Ramos le hubiera acorralado.
A la faena inicial del uruguayo se añadió Neymar, que decidió atormentar a su compatriota Danilo, que pasó una tarde calamitosa. Por el flanco izquierdo del ataque culé también emergió un Iniesta imperial, ese que juega con un termómetro en las botas: ahora ventilo a un enemigo, ahora paro por aquí y ordeno por allá. Suyo fue el quite a Modric que derivó en una asistencia con precisión de cirujano para Neymar, que embocó bajo el sobaco izquierdo de Keylor, que en jornadas así no está para milagros. El Madrid defensivo de Benítez quedaba subrayado por el inusual tembleque de Varane y el sufrimiento de Danilo. Mientras hubo chicha, de ese Madrid ofensivo que autoproclama el entrenador ante el espejo público solo quedaron señas con dos arreones de Marcelo y James recién iniciado el segundo acto. El Madrid perseguía moscas sin fe.
En nada rectificó Benítez al descanso, pero el Barça, pilotado por Iniesta y Busquets, bien anclado por Piqué y con los dos picadores a la caza comprendió que todavía precisaba una marcha más. Ni en las peores conviene fiarse del Madrid: lo dice su leyenda, no su presente. Así que los muchachos de Luis Enrique se pusieron a ello. Otra vez Iniesta al frente. Otro jugadón, una pared con Neymar que el brasileño le devolvió de taco y que el manchego cerró con un misil a la escuadra izquierda de Navas. Chamartín era una caldera salvo para el puñado de seguidores azulgrana. Solo ellos tenían motivos para la verbena, con su equipo líder, con seis puntos de ventaja sobre el gran opositor, con Messi de regreso y ya jugando con buen ritmo y Arda y Vidal a punto de lograr el pernocta deportivo.
Para el Madrid, un desengaño colosal, mareado por el PSG, fulminado en Sevilla y atropellado por el Barça. No hay duda del desequilibrio deportivo e institucional, con un entrenador que ya no suena tan auténtico tras claudicar en el día de autos, un Cristiano extraviado en estos días y el alto dirigente cuestionado como nunca. El fútbol va y viene, pero hoy el Barça vuela y el Madrid se come las entrañas y ya no sabe en qué dar. ¿Jugadores? Se fichan y fichan. ¿Entrenadores? Quita y pon, quita y pon. ¿Entonces?.