Desde 2017, la Liga Deportiva Alajuelense toma una decisión poco habitual en el fútbol costarricense: dejar de improvisar.
La junta directiva apostó por profesionalizar todas sus áreas, desde la gestión administrativa y financiera hasta el desarrollo deportivo. El Centro de Alto Rendimiento en Turrúcares se convirtió en la expresión más visible de una visión de largo plazo.
Las condiciones estaban dadas, el sistema funcionaba y la institución parecía haber hecho todo “lo correcto”. Y aún así, el campeonato nacional de primera división seguía sin llegar y por eso tachaban a la organización como la gran perdedora del campeonato, aún y cuando viene siendo altamente exitosa en todas las demás categorías, asegurando en muchos tramos de la gestión hasta un 90% de éxito en su gestión deportiva.
Antes de la llegada de Óscar Ramírez, pasaron por la institución entrenadores altamente capacitados. Profesionales con metodologías modernas, experiencia internacional y de diversos estilos como acentos. No eran improvisados ni carentes de conocimiento. Sin embargo, algo no terminaba de encajar. El problema no fue táctico ni técnico; fue cultural.
Liderar no es solo aplicar modelos exitosos, sino comprender profundamente el contexto humano donde esos modelos deben operar. Cuando esa comprensión falla, el sistema se resiste, incluso si la estrategia es sólida.
Muchos de esos entrenadores no lograron leer la esencia rojinegra. No porque fueran malos líderes, sino porque no entendían del todo qué significa formarse, competir y sostener la presión dentro de Alajuelense — aún y cuando también habían estado en organizaciones igual de grandes — .
En organizaciones complejas, cuando el liderazgo no dialoga con la cultura, aparece la resistencia pasiva, el desgaste y la sensación de que “algo no fluye”, aun cuando todo luce correcto en el papel (Northouse, 2021).
Ahí aparece Óscar Ramírez, el Machillo. Su principal diferenciador no fue una pizarra revolucionaria ni un discurso épico, sino algo más simple y, paradójicamente, más escaso: ser de la casa. Criollo, identificado con los colores, con la historia y con las raíces de la institución.
En entornos donde todavía se asume que el talento extranjero es superior por definición, su caso incomoda. Porque demuestra que no siempre lo importado encaja mejor, especialmente cuando se trata de liderazgo culturalmente situado.
Ramírez lidera desde la cercanía. Escucha al jugador joven que aún se está formando y al veterano que ya no necesita gritos. Da libertad, pero con reglas claras, expectativas explícitas y consecuencias conocidas. No confunde cercanía con permisividad ni autoridad con autoritarismo. Este estilo, basado en la escucha activa y en la generación de seguridad psicológica, ha demostrado favorecer el compromiso y el desempeño sostenible de los equipos, incluso en contextos de alta exigencia (Edmondson, 2018).
Este punto rompe uno de los mitos más repetidos tanto en el deporte como en las organizaciones: que las nuevas generaciones son rebeldes, difíciles o incapaces de adaptarse a la exigencia. La evidencia muestra lo contrario. Cuando existen límites claros, comunicación directa y respeto, los equipos jóvenes responden y se alinean. El problema nunca fue generacional; fue de conducción y de calidad del liderazgo (Edmondson, 2018).
Otro rasgo clave del liderazgo del Machillo es su humildad operativa. Ramírez no intenta ser el más moderno ni el más visible. Conoce sus fortalezas, pero también sus límites, su experiencia y su edad. Lejos de compensarlo con control, hace algo más inteligente: se rodea de profesionales jóvenes, especializados y, en muchos casos, mejores que él en áreas específicas. Se deja ayudar, integra un cuerpo técnico intergeneracional y facilita el trabajo. Este comportamiento es consistente con lo que la literatura denomina liderazgo auténtico, caracterizado por la coherencia, la autoconciencia y la integración genuina del talento disponible (Avolio & Gardner, 2005).
A esto se suma una obsesión silenciosa por el detalle. Ramírez estudia al rival, contexto, jugador y micro decisiones. Nada queda al azar. Su profesionalismo no es estridente; es meticuloso, constante y riguroso. Se trata de un liderazgo de oficio, no de pose, donde la preparación antecede a la exigencia y la coherencia diaria pesa más que el carisma ocasional (Northouse, 2021).
Existe además un elemento decisivo que explica su impacto. Ramírez no tenía ninguna necesidad de volver a dirigir en primera división. Es un empresario exitoso.
Su regreso se produce después de un periodo de fuerte cuestionamiento tras el Mundial de Rusia 2018, episodio que para muchos habría significado el cierre definitivo de una carrera pública. En su caso, fue una pausa reflexiva.
Vuelve no por revancha ni protagonismo, sino por convicción. Por pasión, por amor al fútbol y por un deseo genuino de aportar, especialmente en la Liga.
Cuando alguien lidera sin necesitar el cargo, lidera con mayor libertad. Y la libertad bien encuadrada suele traducirse en decisiones más limpias, menos egoicas y más orientadas al proceso (Avolio & Gardner, 2005).
Con la llegada del Machillo, Alajuelense no cambió de rumbo: lo alineó. Puso la flor en el ojal que más le urgía, un liderazgo auténtico, criollo y profundamente conectado con su identidad.
La lección dada y magistralmente explicada por el Machillo trasciende el fútbol:
Las organizaciones no fracasan por falta de estrategia, sino por desconectarse de quiénes son. Cuando estructura, cultura y liderazgo se alinean, el resultado deja de ser obsesión y se convierte en consecuencia.
Ahora le tocará a la junta directiva de la Liga — y cualquier tipo de organización — aplicar lo enseñado por el hijo de Doña Ana y Don Óscar.
Nota escrita por Allan Loría






