La muerte de "Manolo, el del bombo", como era conocido, golpeó en España.
La dedicación a la selección ibérica supuso un alto coste familiar, personal y económico para un personaje afable y generoso, que en los últimos tiempos se sintió abandonado por el fútbol y sus estamentos.
Lucila Anuncio - UBICACION: Articulo
Su imagen ha ido y muy probablemente quedará eternamente asociada a la de un apasionado -que no fanático- seguidor que iba por dondequiera que fuese detrás de la Selección Española.
Su larga historia de viajes con el equipo español se remonta a finales de la década de los setenta, aunque se popularizaría de sobremanera con motivo del Mundial 82 celebrado en España. Tanto que casi se convertiría en marca España.
Ataviado con una chapela, el clásico color rojo en su uniforme y un cachirulo -el clásico pañuelo aragonés-, al que se añadía su ya mítico e inseparable bombo, Manolo no dejó de visitar países, estadios y eventos que le terminaría representando un alto coste personal en todos los sentidos, a pesar de que su imagen se haya asociado siempre al de un individuo alegre y juerguista que pretendía transmitir un estado de ánimo de casi felicidad perpetua animando a la Selección allí donde jugara.
Tanto era así, que la Federación Española de Fútbol -siendo Ángel María Villar presidente- financiaría los viajes de aquel intrépido hincha que estaba dispuesto a dejarlo todo por la Selección Española.
Por desgracia, no todo era alegría y felicidad en su vida.
Padre de cuatro hijos, con quienes según algunas fuentes sus relaciones no eran las mejores, rompió con la madre de los tres mayores, su primera esposa, a raíz precisamente de aquellos viajes.
"El bombo o yo" supuestamente le habría dejado claro. Manolo, oriundo de la localidad ciudadrealeña de San Carlos del Valle pero criado en Huesca, hubo de iniciar una nueva vida, en esta ocasión con una sudamericana, con quien había sido padre de una niña, una adolescente que es con la única de sus vástagos con la que mantiene relación.
Se ganó la vida con algunos negocios de hostelería, destacando entre ellos el bar que abrió frente al estadio de Mestalla, en Valencia, que se convirtió en un santuario para los aficionados al fútbol.
También se le relacionó con otros negocios, entre ellos un local de alterne. No se sabe muy bien cómo, pero lo cierto es que todos ellos terminaron de la peor manera posible, viéndose obligado a echar el candado y en algunos casos con graves problemas económicos. Él último, el de Valencia, se lo traspasó a una sobrina en el año 2018.
La salud también le jugó muy malas pasadas. Pasó hasta siete veces por el quirófano para ser intervenido del corazón.
En el año 2020 declaraba al digital EL CONFIDENCIAL que su situación económica era paupérrima, pues cobraba 800 euros de pensión y debía hacer frente a una hipoteca mensual de 420.
En los últimos años, a pesar de su quebrada salud, no dejó de apoyar a la Selección Española. Estuvo por última vez precisamente en el último partido que jugó en Mestalla contra Holanda, en cuartos de final de la Liga de las Naciones.
Allí sonó por última vez el bombo de Manolo, que deja huérfana a una afición a la que le transmitía una alegría, quizás innata, de una vida que le había deparado más de un disgusto y más de un problema.
Quizás haya sido precisamente su carácter bullanguero y alegre lo que le ha permitido mantener intacto ese afán eterno de apoyo al combinado español por dondequiera que fuese. Se le echará de menos, sin lugar a dudas.