El británico Simon Yates (Visma-Lease a Bike) se proclamó este domingo campeón de la 108 edición del Giro de Italia, tras completar sin sobresaltos la etapa final con salida y llegada en la Ciudad Eterna.
En esta jornada, ganada por su compañero de equipo, el neerlandés Olav Kooij, Yates cruzó el asfalto ancestral donde aún resuenan los ecos de las gestas del Imperio, alzó los brazos y reclamó su lugar entre los elegidos.
Su armadura fue el maillot rosado, su espada el coraje, y su botín, el tiempo conquistado en las cimas de los Alpes.
Desde que partió esta día en el circuito romano de 143 kilómetros entre el esplendor barroco y la piedra milenaria, supo que la historia ya le pertenecía.
Pedaleó sereno, con el alma ligera, mientras sus pensamientos dibujaban los recuerdos de la víspera: aquella jornada brutal en Sestriere, donde ascendió solo hacia la gloria, lanzando un ataque que dejó atrás a sus rivales, como si fueran sombras de una batalla ya resuelta.
Yates no alzó una espada, alzó su bicicleta. No rindió ciudades, rindió etapas. No ganó con sangre, ganó con sufrimiento, inteligencia y voluntad.
El triunfo, como antaño, fue celebrado con júbilo. Los corredores cruzaron el Circo Máximo, la antigua pista donde alguna vez compitieron los aurigas romanos. Pero fue Yates, y solo él, quien recibió el honor supremo.
La maglia rosa cubría sus hombros como un manto imperial, y su rostro, bañado en sudor, no ocultaba la emoción de quien ha tocado la cima tras más de veinte días de guerra.
Así cerró este Giro: con Roma rindiéndose a un británico. Yates, que en otras ediciones conoció la caída y el desencanto, resurgió como los héroes del pasado.
El podio de esta 108 edición lo completaron, por ese orden, el mexicano Isaac del Toro y el ecuatoriano Richard Carapaz.