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Serán las décimas Finales para LeBron, las novenas en las últimas 10 temporadas. Son las mismas que jugó Kareem Abdul-Jabbar, y sólo menos que Bill Russell (12) y Sam Jones (11).

Por sí solo, lleva más Finales que otras 27 franquicias en toda su historia. Sólo le superan Lakers (32), Celtics (21) y Warriors (11). La magnitud abruma, y pese a todo las afronta como si hubiera vuelto a la casilla de salida: es su oportunidad de ganar con el tercer equipo distinto y en una franquicia capaz de agrandar cualquier relato.

Mientras empezaba la ceremonia de entrega del trofeo de campeones del Oeste, LeBron James escuchaba sentado en el suelo, sin zapatillas y rodeado de confeti. Con casi 36 años, 17 en la NBA, aún es capaz de actuaciones soberbias como la que devolvió a los Lakers a unas Finales, pero cuesta más pagar la factura. La suya ya no es sólo una pelea contra la historia -«mi motivación es el fantasma que persigo. El fantasma que jugó en Chicago», confesó sobre Jordan después del último anillo-. Su batalla es también contra el tiempo.

No se le escapó a nadie, seguramente tampoco al mismo LeBron, tan atento siempre a esos detalles del relato, que la imagen era casi idéntica a la de Kobe Bryant en 2009. Con la gorra de campeones del Oeste calada, pero de brazos cruzados y el rostro serio. Entonces, como ahora, también acababan de eliminar a los Denver Nuggets, y en aquel caso llegaban de perder las Finales del año anterior contra los Celtics. Por si alguno no captó el mensaje, LeBron le puso letra: «Esto no significa una mierda si no ganamos el anillo. Entendemos que hay una meta mayor».

Esa franqueza dejaba traslucir los fuegos que le arden por dentro: el fracaso de su primera temporada en los Lakers, que acabó fuera de los playoffs, y que de esas nueve Finales que ha jugado hasta la fecha ha perdido seis. Cierto es que a la primera (2007) llegó antes de tiempo y con un equipo andrajoso, y que salvo en 2011, su actuación fue intachable en las demás contra equipos que marcaron época. Pero cuando tu rival es la historia, nadie perdona.

Sería haber resucitado a un gigante que llevaba una década sin pisar las Finales, desde aquel 'back-to-back' de Kobe con Pau Gasol de segundo espada, y la constancia de que a sus casi 36 años sigue siendo determinante en lo más alto. Lo hace de la mano de Anthony Davis, el escudero al que cortejó durante más de medio año hasta llevárselo a Los Ángeles y que ahora se anuncia preparado para tomar el relevo.

'LA CEJA', SU MEJOR ALIADO

La pasada campaña LeBron sufrió la lesión más grave de su carrera, un problema en la ingle que lo tuvo un mes de baja. Se perdió 17 partidos seguidos, un mundo para quien nunca había faltado a más de ocho. Fue la primera grieta en una armadura que parecía de acero, la primera vez que su cuerpo se reveló humano. Cuando su cuentakilómetros se acerca ya a los 60.000 minutos, es inevitable pensar que le vino bien quedarse fuera de los playoffs en su primer año. Que el fracaso, además de avivar el fuego, le dio un necesario respiro de seis meses.

Era lícito pensar que, con 35 años, esa carga de minutos y la primera lesión seria, quizá había entrado en otra fase de su carrera. Y en parte así ha sido, aunque con su nuevo traje sigue siendo determinante. LeBron, que siempre se ha reclamado más generador que finalizador (aunque paradójicamente es el tercer máximo anotador de la historia), ha abrazado más que nunca el papel de director para ceder el foco anotador al mejor compañero que ha tenido nunca, Anthony Davis.

 

Davis es un prototipo perfecto del jugador interior del siglo XXI, un pívot hombre alto cada vez más versátil en ataque y extremadamente móvil en defensa. LeBron ha pasado de la exuberancia de años anteriores a elegir los momentos en los que toma el control del partido. Deja espacio para Davis, que ahora asimila ese mismo aprendizaje que él necesitó hasta su primer anillo en 2012, y para que los secundarios, menos lustros que los de otros aspirantes, vayan ganando poso.

No olvida LeBron que su ventana como aspirante al anillo será más larga cuanto más y mejor siga creciendo Davis, ni que, pese a formar el dúo más devastador de la NBA, necesitan a esos actores de reparto (Rondo, Caruso, Kuzma...). Como tampoco conviene olvidar que, llegados a este momento de la temporada LeBron se transforma en uno de los grandes dominadores que haya visto el baloncesto. Sabía James, sentado en el suelo y con rostro serio, mientras Davis celebraba su primer título de campeón de conferencia, que el trabajo no ha terminado y que la verdadera meta aún queda a siete partidos.

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