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El reconocimiento del presidente ruso, Vladímir Putin, de la soberanía de las regiones separatistas en Donetsk y Lugansk y el anuncio del envío de tropas han desencadenado, como era previsible, una oleada de sanciones por parte de las potencias occidentales y sus aliados.

La Unión Europea, Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Canadá y Japón anunciaron castigos contra bancos y oligarcas rusos, mientras que Alemania tomó la decisión sin precedentes de paralizar el gasoducto Nord Stream 2, un importante proyecto de infraestructura para Moscú (y para Berlín). 

El miércoles, Bruselas también anunció sanciones contra líderes políticos y militares del país euroasiático. Son, todas ellas, medidas incómodas para el Kremlin, pero totalmente asumibles para el Gobierno de Putin, dado que no afectan directamente al corazón de la economía rusa: la exportación de materias primas. Está por ver qué sanciones se aplicarán ahora, después de los primeros reportes de ataques de artillería contra varias ciudades ucranianas, incluida Kiev, por parte del Ejército ruso.

"Hay que tomar medidas urgentes que afecten a Rusia donde más le duele", aseveró recientemente el primer ministro de Bélgica, Alexander De Croo. Esa es la retórica repetida hasta la saciedad a lo largo de esta semana desde Washington y Bruselas por igual y que vuelve a retumbar esta mañana ante el inicio anunciado por Putin de una operación militar a gran escala.

El ministro de relaciones exteriores de Ucrania, Dmytro Kuleba, ha manifestado en un tuit que era necesario imponer "sanciones devastadoras sobre Rusia AHORA" que incluyeran "el aislamiento completo de Rusia por todos los medios y en todos los formatos posibles". Sin embargo, medidas de ese calibre resultan casi imposibles de llevar a cabo. Porque aunque en Occidente todos tienen claro que hay que castigar al Gobierno de Putin, de lo que no están tan seguros es de cómo hacerlo sin darse a sí mismos un tiro en el pie.

Para muestra, un botón. Mientras la crisis geopolítica arreciaba, Putin recibió la semana pasada a un invitado que parecía llegar totalmente a destiempo. Su homólogo brasileño, Jair Bolsonaro, se sentó sonriente a su lado —una imagen muy distinta a la de los líderes europeos, separados por una mesa kilométrica—.

Fue una visita que puede resultar sorprendente, dado que al líder ultraderechista latinoamericano le importa más bien poco lo que ocurra a 10.000 kilómetros de su país, ya sea en Donetsk, Lugansk, el mar Negro o Kiev. De hecho, el viaje le acarreó una oleada de críticas tanto dentro como fuera de Brasil y un incremento de las tensiones con la Administración de Biden. Pero Bolsonaro difícilmente podía haber cancelado su visita, dado que Rusia tiene en sus manos la llave de un recurso vital para su país: los fertilizantes.

La predisposición de Bolsonaro a sentarse con Putin contra viento y marea es solo un ejemplo de cómo Rusia, un país enorme, pero con una economía bajo presión, ha conseguido posicionarse como un jugador imprescindible en el tablero geoeconómico internacional gracias, en gran medida, a su papel de suministrador de materias primas al resto del mundo. Los fertilizantes son para Brasil, un gigante agrario, tan vitales como el gas para los Estados miembros de la UE. Y el país euroasiático produce más de 50 millones de toneladas al año de los tres tipos de abono más utilizados del planeta —los basados en potasio, fosfato y nitrógeno—, lo que supone el 13% del total mundial. Moscú es, por lo tanto, parada obligatoria.

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Rusia es un gigante de las materias primas

Salvando las distancias y el trato no tan amigable, la UE y Estados Unidos se enfrentan a un dilema similar al brasileño. Rusia —la undécima economía del mundo— es uno de los principales productores del mundo de recursos imprescindibles para el correcto funcionamiento de sus economías. Y, en un contexto pospandémico marcado por las interrupciones en las cadenas de suministro, los altos costes del transporte, los episodios climáticos extremos que lastran la producción y la dificultad de satisfacer el repunte de la demanda energética, el precio de la mayoría de las materias primas se ha disparado en todo el mundo hasta niveles no vistos en décadas. “Llevo en esto 30 años y nunca había visto un mercado como este”, afirmaba recientemente Jeff Currie, líder de investigación de materias primas para Goldman Sachs, en Bloomberg TV. “Nos falta de todo: petróleo, gas, carbón, cobre, aluminio… Da igual lo que digas, nos falta”, concluía. Dadas las circunstancias, cualquier sanción que afecte a las exportaciones rusas podría no ser solo un castigo para Moscú, sino para el mundo entero.

‘¡Alumigedón!’

Cualquier recurso enumerado por Currie serviría como ejemplo, pero el caso del aluminio es el más emblemático para la situación actual. Se trata del metal no férrico más omnipresente en nuestras vidas. Está por todas partes, desde el interior de un iPhone hasta el chasis de nuestros coches o cualquier lata de cerveza.

El mineral del que está compuesto, la bauxita, es uno de los más abundantes de la corteza terrestre, por lo que el suministro nunca es un problema. El verdadero cuello de botella a la hora de producir el material es la enorme cantidad de energía que requiere. Por ello, no es coincidencia que Rusia, un gigante energético con acceso a múltiples fuentes de electricidad barata, sea también el segundo mayor productor del mundo de aluminio, solo por detrás de China.

Tras el anuncio de Putin, el pasado martes, los precios globales del aluminio pulverizaron los máximos históricos. Eso a pesar de que las potencias occidentales todavía no han dado señal alguna de que el sector vaya a ser sancionado. No importa, el riesgo de cualquier disrupción a gran escala es demasiado alto para un mercado que durante meses ha sido incapaz de satisfacer la demanda y cuyos costos han alcanzado niveles estratosféricos. Michaël Tanchum, profesor de la Universidad de Navarra e investigador especializado en Energía, describía recientemente en Twitter la situación en términos tajantes: "¡Alumigedón! El aumento vertiginoso del aluminio hará subir los precios de una amplia gama de bienes de consumo".

El precio del aluminio está en máximos históricos

Washington ya ha sentido en su propia carne los daños derivados de castigar el sector del metal ruso. En 2018, Estados Unidos se vio obligado a revertir una serie de sanciones que impuso a Rusal, una productora de metales industriales controlada por el oligarca Oleg Deripaska, cercano a Putin. ¿El motivo? Inmediatamente después de que las medidas fueron anunciadas por el Departamento del Tesoro estadounidense, los precios globales del aluminio se dispararon, llegando a subir hasta un 30%.

Las medidas se relajaron tan solo 17 días después, tras una enorme presión por parte del sector manufacturero del país norteamericano. Finalmente, fueron derogadas. Y la situación ahora mismo es considerablemente peor que entonces. “El mercado del aluminio es mucho más vulnerable ahora de lo que era en 2018”, advierte Warren Patterson, jefe de la Estrategia de Materias Primas para ING, en entrevista con El Confidencial. “Si unas sanciones similares fueran impuestas ahora, el precio del aluminio subiría significativamente más”, agrega.

Por ello, en esta ocasión, Estados Unidos ha enfatizado que cualquier castigo en marcha o potencial irá dirigido al sector financiero de Rusia, a los miembros del círculo íntimo del presidente Putin o a sectores estratégicos, esquivando sanciones que afecten directamente al suministro de materias primas y energía. Tras el inicio de una operación militar a gran escala en Ucrania por parte del Kremlin, está por ver si cambia el tono.

La temida (y costosa) venganza rusa

Pero incluso si las sanciones occidentales son ejecutadas con precisión de cirujano, seguirá existiendo el mayor riesgo para los mercados de materias primas: las posibles represalias de Rusia. Con un mercado energético y de materias primas completamente saturado, con el coste del gas todavía en niveles elevados y con el petróleo cotizando cerca de los 100 dólares por barril por primera vez en siete años, cualquier medida de Moscú para limitar el suministro de una forma u otra podría provocar una explosión de los precios. Aquí es donde el dilema en que está sumido Occidente sobre Rusia se da la vuelta. Así como la UE y EEUU son conscientes de que las materias primas suponen la principal fuente de ingresos para Putin, pero temen el daño que puede infligir en sus propias economías, el Kremlin sabe que interrumpir la exportación de sus recursos naturales podría provocar una enorme disrupción para sus rivales, pero a cambio de pinchar su propio salvavidas económico, que lo mantiene a flote tras años de sanciones y de una pandemia devastadora. Como Javier Blas, columnista de Bloomberg, describe: "Es la versión del mercado de las materias primas de la doctrina de la Guerra Fría de 'destrucción mutua asegurada' (MAD)".

Por último, está el problema de los alimentos. Según una evaluación reciente de las Naciones Unidas, los precios de los productos alimenticios han escalado a su nivel más alto en más de una década y los recientes episodios de sequía en gran parte del planeta presagian que la situación va camino de empeorar.

Rusia es el mayor exportador de trigo del mundo y, sumado a Ucrania, representa aproximadamente una cuarta parte de los envíos mundiales del cereal. Los precedentes de una disrupción severa en este sector ruso son poco alentadores. "Si nos remontamos a 2010, Rusia impuso una prohibición de exportación de trigo debido a que su cosecha nacional había sido pequeña", recuerda Patterson. "Eso tuvo un impacto masivo en los mercados globales. Es cierto que por aquel entonces los precios eran mucho más bajos, pero el resultado de esa prohibición de exportación fue, básicamente, que los precios del trigo casi se duplicaron", agrega. En este sentido, algunos países se encuentran en una situación de vulnerabilidad extrema. Más del 70% de las importaciones totales de trigo de Egipto y Turquía, por ejemplo, procede de Rusia y Ucrania. Tras el anuncio del inicio de la operación militar rusa, los precios futuros del grano han subido cerca en las primeras horas cerca de un 6%. Por estos motivos, ni Estados Unidos, ni la UE ni Rusia han manifestado su intención, por ahora, de agitar el avispero de las exportaciones, lo que significa, en esencia, que el 'statu quo' seguirá beneficiando al Kremlin a nivel económico y respecto a su influencia global. Al concluir su reunión, Bolsonaro, cuyo país recibió en 2019 la distinción de 'aliado importante extra-OTAN' por parte de Estados Unidos, manifestó ante los medios de comunicación su respaldo a Moscú. “Nos solidarizamos con Rusia”, aseveró el presidente. La declaración está destinada a provocar la ira de Washington, pero los fertilizantes que Brasil necesita bien lo valen. Con las materias primas no se juega.

Foto: Una fábrica metalúrgica en la región de Murmansk, en Rusia. (Reuters/Evgenia Novozhenina)

Fuente: Diario El Confidencial España 

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