Ha transcurrido una semana desde la entrevista en la CBS a los duques de Sussex y todavía siguen apareciendo en EE.UU. reflexiones sobre las interioridades de una monarquía que seduce, pese a que Washington y compañía la echaron a cañonazos.
Según Arianne Chernock, profesora asociada de Historia en la Universidad de Boston, esa pasión surgió en la práctica desde 1776, año de la independencia. Argumenta que nada más cortarse esas relaciones surgió la atracción por esa realeza expulsada.
La ruptura en la era colonial no impidió que mantuvieran una relación especial, continúa la profesora, que se profundizó después de la Segunda Guerra Mundial. Existe esa conexión de integrar una misma narrativa. Pero matiza que el interés no es constante, sino que tiene picos en torno a acontecimientos como las bodas o las relaciones de pareja.
Cuando Enrique y Meghan se casaron en el 2018, Sonny Bunch publicó un artículo de opinión en The Washington Post en el que recordó que sus antepasados no hicieron la guerra para rendirse luego a las pompas de la corte.
Sostuvo que los padres fundadores “derrocaron legítima y violentamente” a los colonos imperialistas “para que no debiéramos arrodillarnos frente al altar del linaje real”. De esta manera respondió a los que defendían que disfrutar de esa ceremonia no suponía ser “un mal americano”.
A los estadounidenses les atrajo el festejo de ese matrimonio, como antes, en el 2011, el del príncipe Guillermo y Catalina Middleton –dicho con otras palabras, el cuñado y la enemiga de Markle–, como generaciones anteriores se postraron ante la pantalla en 1981 para ver el enlace de Carlos de Gales y Diana o lady Di, progenitores de Guillermo y Enrique.
La entrevista a la pareja de exiliados se ha comparado, por el seísmo originado, a la que lady Di ofreció en 1995, dos años antes de su accidente mortal, y su confesión de que “había tres personas en nuestro matrimonio”. Se refería a que el príncipe Carlos tenía un lío extramarital con Camila Parker Bowles, con la que después contrajo nupcias.
El presidente Obama subrayó esta fascinación por la corte al recibir en el 2015 al príncipe Carlos y Camila. “Los estadounidenses tienen gran cariño a la familia real”, dijo Obama a Carlos. “Les gusta mucho más que sus propios políticos”, perseveró el anfitrión.
En buena medida, lo que atrae es el boato y los siglos de antigüedad, cosas de las que carece Estados Unidos. Siempre se dice que lo más parecido son los Kennedy y su Camelot. Pero es una familia muy demócrata, por lo que este trompeteo suena partidista.
“Nos interesa la familia real porque no tenemos, no queremos una y está bien que ustedes la tengan. Disfrutamos de los beneficios –las fotos de los vestidos y los castillos, los caballos y los trajes militares, los cotilleos y los romances–y ustedes pagan la factura”, escribió Peggy Noonan el pasado sábado en The Wall Street Journal . “Pero –añadió– hay algo más místico en nuestro interés, el sentido de que, por desordenada que sea la monarquía, encarna una nación..., las ideas de estabilidad y continuidad”.
Sin embargo, el efecto Markle (de madre negra) ha tenido un eco kennediano, por divisivo. Su denuncia de desatención psicológica y racismo, asuntos que incluso llegaron a la sala de prensa de la Casa Blanca, ha propiciado que desde la derecha se la vea como portavoz de Black Lives Matter, el azote de los conservadores.
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