A ocho días de finalizar, la de este año ya es la temporada de tormentas y huracanes con el mayor número de eventos en el océano Atlántico desde que se llevan registros.
Desde que inicio oficialmente, el primero de junio, se han contabilizado en el mar Caribe 31 fenómenos de este tipo con velocidades superiores a 63 km/h, condición necesaria para que la Organización Meteorológica Mundial los bautice con nombres a partir de 21 letras del alfabeto y, si el número de eventos excede esta cifra, les otorgue caracteres del alfabeto griego.
Dos de los últimos huracanes, Eta e Iota, de categoría 4 y 5 (la más alta), fueron particularmente malévolos con las poblaciones caribeñas, arreciando sobre el archipiélago de San Andrés, una región que no es víctima habitual de los también denominados ciclones Atlánticos.
Este es, precisamente, el aspecto de mayor preocupación entre los científicos, quienes ven con gran preocupación cómo una predicción catastrófica, hecha en 1987, se hace realidad ante sus ojos.
El autor de dicha advertencia fue el meteorólogo estadounidense Kerry Emanuel, actual profesor de ciencias atmosféricas en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés).
Hace 33 años, Emanuel aseguró, en un estudio en Nature titulado ‘La dependencia de la intensidad de los huracanes del clima’, que los ciclones tendrían mayor intensidad a medida que se emitieran más gases de efecto invernadero a la atmósfera, con el consecuente incremento de la temperatura por causa del cambio climático.
En pocas palabras: con océanos más calientes, los huracanes serán cada vez más destructivos.
Gracias a esa investigación y a una larga carrera académica y varios libros publicados en la materia, Emanuel, oriundo de Cincinnati (estado de Ohio, en EE. UU.) es hoy considerado una de las mayores autoridades en el estudio de los huracanes. Su trabajo ha sido reconocido con galardones como el premio Fronteras en Cambio Climático, que le otorgó el banco BBVA este año.
¿Estamos siendo testigos del cumplimiento de su predicción?
Desafortunadamente, esta es una predicción en la que me habría gustado equivocarme; pero estamos empezando a ver bastante evidencia que la apoya. Mi predicción en 1987 fue que los gases de efecto invernadero aumentarían los límites de velocidad en los vientos de los huracanes, los cuales son determinados por la termodinámica de estas tormentas.
Para calcular este límite de velocidad, lo único que se necesita conocer es la temperatura de la atmósfera y la del océano. En aquel entonces utilizamos algunas de las primeras simulaciones climáticas, pero nuestra teoría no hablaba de la frecuencia de las tormentas, que está dominada por eventos débiles.
¿Qué siente ahora, al darse cuenta de que una predicción tan catastrófica se cumplió?
Lo miro como parte de un problema más grande, y es que, nosotros, los humanos, desarrollamos la civilización hace 6 mil o 7 mil años, cuando empezamos a asentarnos y dejar de ser nómadas para construir una infraestructura que está muy bien sincronizada con el clima de la Tierra, que ha permanecido bastante estable durante ese periodo. Pero si el clima se altera va a causar mucha disrupción que, primero, se evidenciará en eventos extremos, como las sequías, las inundaciones y los huracanes. No estamos adaptados para esos eventos, por lo cual saldremos lastimados.
Infortunadamente, los científicos climáticos, incluyéndome, hemos tratado de advertir a las personas de que esto se iba a convertir en un problema creciente. Mucha gente lo entendió, pero otros no. Estos últimos son los mismos que no usan tapabocas durante la pandemia y quienes nos están hundiendo mientras tratamos de solucionar el problema.
¿Cuál es la relación entre la temperatura del planeta y los huracanes?
Puedo explicar una parte, porque todavía hay mucho que no sabemos. El límite de velocidad de los huracanes hace parte de lo que sabemos bastante bien. Lo que ocurre es que los huracanes son alimentados por el flujo de calor desde el océano hacia la atmósfera. Ese flujo se da cuando el agua se evapora, como cuando una persona sale de la ducha, una piscina o un lago. Se siente frío porque el agua se está evaporando de la piel, sacando la energía calórica fuera del cuerpo.
Esta energía no desaparece, sino que se añade a la atmósfera. Lo mismo ocurre cuando el viento sopla sobre la superficie del océano: mientras más rápido se evapore el agua, más fuerte será la tormenta. En esa medida, se presentarán tormentas más fuertes en un clima más caluroso.
Esto es lo que se sabe, pero, ¿qué es lo que aún desconocemos?
Aún tratamos de entender cómo se dan los cambios en las direcciones del viento y la frecuencia con que ocurren los huracanes. Otras cosa de las que estamos seguros es que el surgimiento de las tormentas está relacionado con el aumento del nivel del mar, algo que también tiene que ver con el cambio climático y que, se espera, siga aumentando.
También sabemos es que los huracanes producen más lluvias. Un trágico ejemplo de esto es lo que pasó en la última semana en Centroamérica por la influencia del Huracán Iota.
El archipiélago de San Andrés y Providencia, resultó afectado por Eta y por Iota, ¿Cuál fue la razón? ¿Debemos esperar que más tormentas afecten a estas islas en el futuro?
Esas islas están ubicadas en el extremo sur del cinturón de huracanes. Lo que hemos visto en el pasado es que, a medida que la estación pasa de primavera, a verano, a otoño, las regiones del Atlántico donde los huracanes se forman primero migran hacia el norte y luego hacia el sur. Usualmente, para esta época, el cinturón se ha movido bastante hacia el sur del Caribe. Iota es la tormenta más fuerte que hemos visto en esta época del año en el Atlántico. Y, otra vez, esta puede ser una consecuencia en el aumento de los límites de velocidad.
En los últimos días el Ideam, la autoridad meteorológica nacional, alertó sobre un posible huracán en la península de la Guajira, ¿Deberíamos prepararnos para huracanes en esa región?
Los huracanes lo tienen muy difícil para formarse cerca del Ecuador. No vemos muchas tormentas en las latitudes cercanas, y eso tiene que ver con la rotación de la Tierra, la cual, obviamente, no va a cambiar. No esperaría que eso pase.
Con más de 30 eventos ciclónicos en el Atlántico, este ha sido un año récord, ¿Empeorará la situación con cada año que pase?
Me gustaría saberlo. El Atlántico está dominado por toda clase de variables naturales, especialmente los ciclos de El Niño y La Niña. Sería muy raro tener dos temporadas muy activas seguidas. No es imposible, pero muy improbable. La última vez que tuvimos una temporada tan activa como esta fue hace 15 años, en 2005.
Uno podría hacerse una pregunta más amplia sobre lo que pasa a nivel global con los ciclones tropicales. Solo entre el 10 y el 12 por ciento de todas las tormentas ocurren en el Atlántico, pues la mayoría se dan en los océanos Pacífico e Índico. Desde que llevamos la cuenta global de tormentas, que fue cuando empezamos a poner satélites, a finales de los setenta, el número se ha mantenido bastante estable.
Usted acaba de mencionar los fenómenos de El Niño y la Niña. ¿Cuál es la relación entre estos y los huracanes?
El Niño suprime los huracanes atlánticos. Los mecanismos son interesantes, pero en parte se debe a que este genera vientos en el nivel superior sobre el Caribe. El Niño viene acompañado de un calentamiento de toda la temperatura tropical alrededor del mundo. En cambio, la Niña, como ocurre este año, promueve la formación de los huracanes. Esta es parte de la razón, pero no la única, por la que tenemos esta temporada tan activa.
¿Entonces qué pasó este año, con tantos huracanes?
Un punto a considerar es que el Atlántico se está recuperando de una ausencia de huracanes durante las décadas de los setenta y ochenta que, creemos, fue causada por polución aérea de origen humano, no por gases de efecto invernadero, sino por partículas en la atmósfera a las que llamamos aerosoles, que actuaron como una pantalla que bloqueó la radiación solar.
Estas emisiones las empezamos a controlar con legislaciones como el Clean Air Act (una ley federal con la que se buscó limitar la emisión de partículas a la atmósfera en EE. UU.). Estas partículas alcanzaron su pico hacia 1980 y, después, empezaron a declinar rápidamente, generando una sequía de huracanes de la que estamos saliendo. Por eso no nos sorprende que la actividad durante las últimas décadas sea más activa.
Usted ha predicho que el riesgo de más ‘medicanes’, los huracanes en el mar Mediterráneo, que es de baja actividad, también aumentará, ¿Por qué?
La formación de huracanes está limitada por la altura que las tormentas pueden alcanzar en la atmósfera. Si solo alcanzan unos cuantos kilómetros no van a producir un huracán.
Esto solo puede ocurrir en los trópicos, pero una de las consecuencias del calentamiento global es que el trópico se expande hasta cubrir áreas más grandes, hasta que las tormentas pueden alcanzar zonas altas de la atmósfera. Lo estamos viendo en el Mediterráneo, que está casi tan caliente como para tener huracanes; y, de hecho los tiene, pero usualmente bajo circunstancias muy especiales durante el otoño, cuando una masa de aire muy frío llega a la región.
Ese contraste entre el aire frío y el mar caliente es suficiente para tener huracanes, como sucedió hace unas semanas. Podría ocurrir uno por año, y nuestros modelos muestran que a medida que el planeta se calienta serán cada vez más frecuentes.
Usted también propuso el término ‘hipercán’...
Ese es nuestro equivalente meteorológico de un agujero negro. Cuando hablamos del límite de velocidad termodinámico, nuestras ecuaciones y modelos tienen lo que llamamos una ‘singularidad’: si el océano es muy caliente ya no podremos resolver la ecuación.
Esto nos desconcertó, hasta que encontramos que hay un cierto elemento que opera ahí y que pudimos simular en computadoras. El resultado fue esta fantástica y poderosa tormenta con un pequeño diámetro que se origina muy alto en la atmósfera, más que los huracanes ordinarios.
Probablemente, los hipercanes producirían vientos con velocidades cercanas a la velocidad del sonido, pero para que eso pase se necesita agua con una temperatura superior a 50 grados Celsius. Esto no va a pasar, así que no tenemos que preocuparnos por ellos. Sin embargo, creemos que esto pudo ocurrir en el pasado geológico, si los volcanes hicieron erupciones que calentaron los océanos poco profundos, o si un gran asteroide golpeó el agua calentándola extraordinariamente.
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