Día tras día la OTAN refuerza la presencia de sus tropas en el territorio europeo. A Eslovaquia llegan las divisiones de la Alianza militar para el despliegue del sistema de defensa antiaérea estadounidense conocida como Patriot.
Según el ministro de Defensa eslovaco, por el momento, el nuevo equipamiento es un refuerzo y no reemplaza el sistema de lanzamiento múltiple ruso S-300, que anteriormente había prometido entregar a las Fuerzas Armadas ucranianas.
El gasto militar global ya se hallaba en una dinámica ascendente antes de la invasión rusa. Tras un periodo de contracción en el primer quinquenio de la década pasada, en el segundo registró un paulatino avance de la inversión en defensa. “2020 marcó el nivel más alto desde que tenemos registros comparables, en 1988″, dice Diego Lopes da Silva, investigador del programa de gasto militar y producción de armas del Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPRI).
El total de 2020 rozó los dos billones de dólares (alrededor de 1,8 billones de euros) un 2,4% del PIB mundial. El respetado instituto tiene previsto publicar los datos de 2021 a finales del próximo mes de abril.
Sea cual sea el resultado de 2021 —año presupuestario afectado por el estallido de la pandemia en 2020—, recientes anuncios y medidas concretas de gran calado se acumulan y refuerzan la expectativa de un intenso rearme global en el futuro próximo.
En Europa, el canciller alemán, Olaf Scholz, ha impulsado un histórico giro en la política exterior y de defensa, anunciando un paquete de gasto militar especial de 100.000 millones de euros y su determinación a alcanzar una inversión en el sector equivalente al 2% del PIB, de acuerdo con el compromiso adquirido por los miembros de la OTAN en 2014 pero no perseguido con auténtica voluntad por muchos países hasta ahora. Otros gobiernos europeos han dado pasos en esa dirección.
En Estados Unidos, la agresión rusa ha modificado claramente la posición de congresistas demócratas hasta hace poco partidarios de una contención del gasto militar. La relación con China, su gran rival, tampoco atraviesa momentos serenos, como ha evidenciado la conversación telefónica entre los presidentes Joe Biden y Xi Jinping del viernes. “EE UU ya tiene el mayor presupuesto militar del mundo. Entiendo que se seguirá reforzando”, apunta Rose Gottemoeller, que fue secretaria general adjunta de la OTAN, líder del equipo de EE UU que negoció el tratado nuclear START con Rusia y colabora en la actualidad con la Universidad de Stanford. “La cuestión ahora es interpretar cuáles son las nuevas capacidades que es necesario adquirir a la luz de esta guerra. Por ejemplo, es evidente que para los aliados de la OTAN va a ser muy importante la cuestión de la defensa antimisiles. Creo que EE UU ponderará con mucha atención si hay defensas antimisiles adecuadas en Europa y también para proteger a sus aliados asiáticos”, prosigue Gottemoeller.
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En el flanco indopacífico, China anunció a principios de marzo un incremento del gasto militar para el próximo presupuesto anual del 7,1%, algo mayor que el aumento del año anterior (6,8%) y bastante superior a la previsión de crecimiento del PIB (5,5%). Australia ha puesto en marcha un programa para comprar a Estados Unidos submarinos de propulsión nuclear por un valor que podría alcanzar, según un estudio de un instituto del país oceánico, los 170.000 millones de dólares. Los gobiernos de Japón y Corea del Sur anunciaron en diciembre presupuestos militares con claros incrementos, y el de la India también, en febrero.
En cuanto a Rusia, poca duda cabe del deseo de sus líderes de incrementar en el futuro su capacidad militar, que está mostrando serios límites en la guerra de Ucrania, pero está por ver si tendrá la capacidad económica para sostener ese anhelo.
Ante esta aparente disposición a una mayor inversión en defensa de gran parte de los principales actores militares del mundo, lo fundamental será ver en qué direcciones se dirigirá el gasto, qué nivel de transparencia tendrán los desarrollos y, en definitiva, cómo este movimiento alterará los equilibrios estratégicos y si será posible embridarlo en nuevos acuerdos de control de armamento tras una fase de desmorone de varios pactos entre EE UU y Rusia. A continuación, algunas claves para interpretar las perspectivas en los vectores de mayor importancia en un mundo especialmente convulso.
Europa
La invasión de Ucrania ha sido una brutal sacudida en el tablero europeo. Muchos países, no solo miembros de la OTAN, han anunciado fuertes incrementos en el gasto militar. Dos grandes retos destacan en todo el proceso en marcha. Por un lado, acertar en una reorientación estratégica y de capacidades imprescindible tras el ataque ruso; por el otro, comprobar hasta dónde este nuevo esfuerzo podrá impulsar una mayor integración de la defensa en la UE.
“En los últimos 30 o 40 años, el paradigma de política de defensa en Europa ha sido el de las operaciones fuera de área, de baja y media intensidad militar. No contra grandes potencias sino contra competidores, por así decirlo, de segunda división. Ese es el marco referencial”, comenta Luis Simón, director de la Oficina del Real Instituto Elcano en Bruselas, con respecto al reto estratégico. “Si ahora el énfasis está en la disuasión y defensa frente a rivales pares, el tipo de estructuras militares, de capacidades, de procesos que se necesitan es radicalmente distinto de lo que hace falta para actuar en África o en los Balcanes. Hará falta un proceso de transformación institucional y mental”, dice el experto.
Tanto Gottemoeller como Simón coinciden en que en la reconfiguración de la defensa europea tras la agresión rusa en Ucrania tiene una importancia central la cuestión de las defensas misilísticas, con el despliegue de modelos de alcance intermedio —de 500 a 5.500 kilómetros, anteriormente limitados por un pacto entre Rusia y EE UU que se ha desmoronado— como pieza clave. “Son imprescindibles en un contexto de disuasión”, apunta Simón. Se trata de un debate de interés para España, cuya base de Rota es la referencia de los buques de EE UU que son el epicentro del modelo de defensa actual. El cambio a un modelo de mayor implantación terrestre podría modificar su papel.
Otra cuestión de peso es la posible integración en la OTAN de Suecia y Finlandia, que han sido explícitamente amenazados por el Kremlin caso de que decidieran emprender ese camino. El reto, en su caso, sería implementar una adhesión que no deje un tiempo de desprotección entre la decisión y la integración formal, que es el momento en el que entraría en vigor la cláusula de defensa mutua.
En cuanto al reto de la integración de la defensa comunitaria, las dificultades son considerables. Simón apunta a dos tipos de problemas. En primer lugar, “la divergencia que hay entre Francia y Alemania en cultura estratégica. Francia hace uso proactivo de la fuerza, mientras que para los alemanes es de último recurso. Es un choque no solo filosófico; se proyecta sobre toda esta materia, en el desarrollo de capacidades, los despliegues”. En segundo lugar, porque “hay países, especialmente en el este, que tienen un especial apego a la centralidad del OTAN”. Las actuales circunstancias han reforzado ese sentimiento.
El encaje de los esfuerzos comunitarios con la OTAN no es simple, pero tampoco imposible. Gottemoeller se pronuncia favorablemente. “Creo realmente que si la UE decide invertir más recursos en la defensa, eso es algo positivo. La cuestión principal es que no debería de ninguna manera competir con la OTAN, por ejemplo fijando estándares o requerimientos diferentes”.
Tras años de proyectos comunitarios de pequeño cabotaje en esta materia, la ambición ha ido creciendo, por ejemplo con la constitución de un fondo de defensa europeo. Hay un evidente interés en reforzar la capacidad industrial europea, incrementar la interoperabilidad de las capacidades, reducir redundancias.
El proyecto FCAS (Futuro Sistema Aéreo de Combate) impulsado por Alemania, Francia y España y que involucra a empresas como Dassault, Airbus e Indra, ilustra a la vez las renovadas ambiciones y dificultades de este esfuerzo. Se trata de un programa de envergadura, significativo, que busca ser el epicentro de las capacidades aéreas del futuro. Hay un compromiso político importante detrás de ello, pero persisten las tensiones sobre el liderazgo y la dirección del mismo. El reciente anuncio por parte de Berlín de la intención de comprar 35 aviones de combate F-35 estadounidenses ha despertado algunas suspicacias. Aunque responda a necesidades específicas y urgentes que el FCAS no puede todavía satisfacer, la incógnita es si la compra representa un primer paso en una más decidida apuesta por el modelo de la estadounidense Lockheed Martin que puede reducir parcialmente el proyecto europeo diluyendo su interés.
Estados Unidos
Es la primera potencia militar mundial con diferencia. Su gasto en el sector representó en 2020 un 39% del total global. Junto con los aliados OTAN, el conjunto alcanza un 56%. Su posición de primacía es indiscutida, y por eso todos sus movimientos repercuten con fuerza en el tablero internacional. Si Washington decidiera pisar el acelerador, sin duda Pekín tomaría nota.
“Tenemos claras indicaciones de que el gasto militar se incrementará en varios países en Europa y América del Norte, especialmente en EE UU, donde algunas resistencias que había en el Congreso se están disolviendo a causa del cambio de la situación”, comenta Lopes da Silva, del SIPRI.
El experto señala entre las principales líneas de acción estadounidense el esfuerzo en marcha para modernizar su arsenal nuclear —que supondrá un gasto de 634.000 millones de dólares entre 2021 y 2030 (equivalente al PIB anual de Polonia), según estimaciones de la Oficina Presupuestaria del Congreso— y en general para impulsar la investigación y desarrollo.
Muy importantes son los avances en materia de defensa antimisiles, que constituyen el detonante del desarrollo por parte de China y Rusia de armamento de vanguardia diseñado para superar esa capacidad de neutralización. Es en esa óptica que debe leerse el trabajo alrededor de misiles hipersónicos que ambos países desarrollan, en el caso chino con características mostradas en pruebas realizadas el año pasado que han sorprendido a los estadounidenses.
Washington persigue desde hace tiempo una reorientación estratégica hacia China, que considera su auténtico rival sistémico, pero esta se ha visto frenada por prolongadas exigencias de las guerras de Afganistán e Irak, primero, y ahora por el desafío ruso en Europa. En ese marco conceptual, EEUU trata de ir más allá de sus tradicionales relaciones bilaterales en la región y conformar lazos de pequeñas alianzas ad hoc claramente orientadas a hacer frente a los riesgos asociados al auge de Pekín. El Aukus (con Australia y el Reino Unido, y en cuyo marco se inscribe el gran contrato para el suministro de submarinos con propulsión nuclear) es un ejemplo evidente; el QUAAD (con India, Japón y también Australia) es otro.
Fuente: Diario El País España - Actualidad.rt