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Pocos personajes históricos han sido tan discutidos como Cristóbal Colón, el navegante genovés que cambió el rumbo del planeta al cruzar el Atlántico en 1492.

Para algunos fue un visionario y un hombre de ciencia adelantado a su tiempo; para otros, un símbolo de conquista y ambición.

Pero ¿cómo era realmente el hombre detrás del mito?

El testimonio más íntimo: su hijo Fernando Colón

El retrato más humano y detallado del almirante proviene de su propio hijo, Fernando Colón, fruto de su relación con Beatriz Enríquez de Arana.

Educado en la corte y con formación humanista, Fernando escribió la obra “Historia del Almirante Don Cristóbal Colón”, terminada hacia 1538, casi 30 años después de la muerte de su padre.

En ella, Fernando presenta a Colón como un hombre de fe profunda, perseverante y de mente excepcionalmente curiosa.

Según su descripción:

“Era de buena presencia y más alto que mediano, rostro largo, mejillas algo encarnadas, nariz aguileña y los ojos claros y vivaces. En su mocedad tenía el cabello rubio, que con los años tornó cano.”

También lo describe como amable en el trato, aunque de carácter firme y reservado. No era un guerrero ni un cortesano, sino un hombre que se veía a sí mismo como instrumento de una misión divina: abrir rutas hacia nuevas tierras en nombre de Dios y de la Corona.

Fernando subraya su sabiduría autodidacta. Colón no era un erudito universitario, pero dominaba latín, geografía, astronomía, cartografía y matemáticas náuticas, habilidades que adquirió durante sus años como marino en Portugal y Génova.

Tenía una convicción inquebrantable en la redondez de la Tierra y calculó —aunque de forma incorrecta— que las Indias Orientales podían alcanzarse navegando hacia el oeste.

La mirada de los cronistas y sus detractores

No todos vieron a Colón con los mismos ojos que su hijo.

El historiador Bartolomé de las Casas, quien conoció a algunos de los tripulantes del primer viaje, lo describió como “un hombre de grande esfuerzo y espíritu elevado”, pero también “duro y obstinado en sus opiniones”.

Lo admiraba como navegante, pero criticó la severidad con la que gobernaba en las Indias, lo que llevó a su destitución como virrey.

Otros cronistas de la época, como Pedro Mártir de Anglería, lo retrataron como un visionario convencido de su destino profético, que hablaba constantemente de señales divinas y del cumplimiento de pasajes bíblicos.

En cambio, algunos funcionarios de la corte española lo consideraban ambicioso y difícil de tratar, especialmente por sus exigencias de títulos y privilegios.

Un hombre entre la fe y la ciencia

Más allá de las opiniones, todos coinciden en que Colón era un hombre obsesionado por el conocimiento.

Pasaba noches estudiando mapas y estrellas, copiando a Ptolomeo, Marco Polo y Toscanelli, y escribiendo cartas en las que mezclaba la fe religiosa con razonamientos geográficos.

Creía que su viaje tenía un propósito espiritual, que debía preparar el camino para la evangelización de nuevas tierras y la llegada del fin de los tiempos, según las profecías que leía en la Biblia.

Su hijo Fernando lo resume con una frase que parece escrita con amor y admiración:

“Tuvo mi padre un ánimo alto y noble, sin igual en su tiempo, y aunque los hombres no lo entendieron, Dios lo escogió para una obra que ningún otro habría osado emprender.”

Entre la gloria y la soledad

Al final de su vida, ya enfermo y olvidado por la corte, Colón murió en Valladolid en 1506, convencido de haber llegado a Asia.

Nunca supo que había descubierto un continente nuevo.

Sin embargo, su legado trascendió el error: abrió una nueva era en la historia del mundo.

Su hijo Fernando cuidó su memoria como quien protege una llama.

Gracias a él conocemos no solo al navegante, sino al hombre soñador, devoto y contradictorio, que cruzó un océano movido por la certeza de que los límites de la Tierra eran solo una ilusión.

Después de Colón: cómo las potencias europeas aprendieron a cruzar el Atlántico y conquistar el Nuevo Mundo

Cuando Cristóbal Colón llegó a América en 1492, el mundo cambió para siempre.

Lo que siguió fue una revolución marítima y geopolítica que transformó a Europa, dio origen a imperios coloniales y encendió una competencia feroz por dominar los mares.

El secreto mejor guardado de España y Portugal

Tras los viajes de Colón, los Reyes Católicos y el rey portugués Juan II comprendieron que el conocimiento náutico era poder.

Por eso, ambos países firmaron en 1494 el Tratado de Tordesillas, que trazó una línea imaginaria de división del mundo:

• España tendría derecho a explorar y conquistar las tierras al oeste del Atlántico.

• Portugal, las tierras al este, incluyendo África y Asia.

Los mapas, rutas y coordenadas se convirtieron en información de Estado.

Solo los navegantes formados en escuelas como la de Sagres (Portugal) conocían los secretos de navegación astronómica, los vientos alisios y las corrientes oceánicas.

Los portugueses: pioneros de la ruta africana y del Brasil

Aunque Colón navegaba bajo bandera española, Portugal ya dominaba el arte de navegar desde un siglo antes, gracias a figuras como Enrique el Navegante.

Sus pilotos cartografiaron África, abrieron el camino hacia India con Vasco da Gama (1498), y por accidente llegaron a Brasil en 1500 con Pedro Álvares Cabral, reclamándolo para la Corona portuguesa.

Así, mientras España avanzaba por el Caribe y América Central, Portugal extendía su dominio por el Atlántico sur, África y Asia.

Inglaterra, Francia y los Países Bajos: el espionaje y la rebelión naval

Durante décadas, España y Portugal mantuvieron un monopolio sobre los viajes transatlánticos.

Sin embargo, el éxito de sus expediciones despertó el apetito de otras naciones.

Los ingleses, franceses y holandeses comenzaron a enviar exploradores —muchos de ellos exmarinos españoles o genoveses que llevaban el conocimiento consigo.

• Inglaterra envió a John Cabot (Giovanni Caboto) en 1497, quien alcanzó las costas de Terranova y Canadá, reclamándolas para el rey Enrique VII.

• Francia financió a Jacques Cartier (1534), que navegó por el río San Lorenzo y puso las bases de lo que luego sería Canadá francés.

• Los Países Bajos, ya en el siglo XVII, se lanzaron a crear compañías comerciales como la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, que controló parte del Caribe y fundó Nueva Ámsterdam (actual Nueva York).

Estas naciones aprendieron el arte de navegar por observación, espionaje y práctica, copiando las cartas náuticas españolas, las técnicas de uso del astrolabio, cuadrante y brújula, y aprovechando el conocimiento de los vientos alisios descubiertos por Colón y sus sucesores.

De los viajes de exploración al reparto del continente

A partir del siglo XVI, los mares se llenaron de expediciones:

• Hernán Cortés (1519) conquistó México para España.

• Francisco Pizarro (1532) hizo lo mismo en el Perú.

• Francis Drake (1577) dio la vuelta al mundo por Inglaterra, atacando puertos españoles en el Pacífico.

• Samuel de Champlain (1608) fundó Quebec para Francia.

• Los holandeses controlaron parte del nordeste de Brasil, las Antillas y Curazao.

Cada uno de estos viajes amplió el conocimiento cartográfico y permitió trazar rutas seguras de ida y vuelta: los vientos del Atlántico Norte para ir, y las corrientes del Golfo para regresar a Europa.

Nació la primera globalización

Con el tiempo, todas estas rutas se conectaron:

oro y plata americanos hacia Europa, esclavos africanos hacia América, y productos europeos hacia las colonias.

Era el inicio del comercio triangular y del mundo moderno.

La navegación transatlántica dejó de ser un secreto ibérico y se convirtió en el motor del poder global.

Los océanos se transformaron en autopistas del imperio, y las velas blancas marcaron la primera globalización de la historia.

Conclusión

Después de Colón, los europeos no solo aprendieron a navegar hacia América: aprendieron a conquistar, comerciar y colonizar.

De la rivalidad entre España y Portugal surgieron las ambiciones de Inglaterra, Francia y Holanda.

Y de aquel impulso náutico nació un nuevo mapa del mundo, donde los mares unieron —y dividieron— civilizaciones.

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