El Diario El País de España presentó un artículo sobre una realidad que está experimentado el mundo: cada vez hay menos sexo en general, y menos para cada generación que llega.
Con o sin pareja. “Lleva ocurriendo cuatro décadas”, apunta José Díaz, el presidente de la Asociación Española de Sexología Clínica (AESC). Y añade Eusebio Rubio-Aurioles, ya expresidente de la Asociación Mundial para la Salud Sexual y ahora asesor de WAS (por sus siglas en inglés), que se da en “lo que se entiende por Occidente”, los países industrializados, “donde ha ido cambiando la economía, la estructura tradicional de sociedad, de familia”. No ocurre en Asia, África o Latinoamérica. “Las realidades son diferentes, y la calidad y cantidad de información en el mundo está desequilibrada. A estas investigaciones, costosas, no se dedican fondos”, detalla.
Donde sí se hacen estudios, esa realidad “es una tendencia clara”, anota Rubio-Aurioles. Y más perceptible desde hace más de una década. O al menos más visible. Lo apuntan cifras, expertos, terapeutas y profesionales sanitarios. El porqué no es uno ni firme. Y, matiza el también cirujano y doctorado en Sexualidad Humana en la Universidad de Nueva York, a esto es “difícil responder con rigidez académica”.
“Llega un momento que decido no dedicar más energía a esa persona”
Sí hay media docena de posibles razones que señalan los especialistas, y se cruzan: precariedad o jornadas que se alargan, estrés y depresión, relaciones cada vez menos estables o la confusión, sobre todo entre los jóvenes, que les provoca la libertad sexual creciente de las mujeres.
Aunque la tendencia parece clara para los expertos, tener una foto exacta es complicado. Más cuando no hay estudios cada cierto tiempo para conocer la evolución. En Estados Unidos, recuerda Díaz, sí hay dos longitudinales, a lo largo de 20 años.
El resultado del primero fue que los estadounidenses practicaban sexo nueve veces menos al año a principios de la década de 2010 que a finales de los años noventa: en promedio, pasaron de tener 62 relaciones sexuales por año a tener 53. El segundo fue la investigación en la frecuencia sexual entre 2000 y 2018: la inactividad sexual aumentó entre los hombres y las mujeres jóvenes (hasta los 34 años), pero sobre todo en ellos y sobre todo entre los 18 y los 24, y principalmente entre los solteros. Se vieron las mismas bajadas en Alemania, entre 2005 y 2016; en Finlandia, entre finales de los noventa y mediados de los 2000; o en Australia, entre 2001 y 2013.
En España, la tercera oleada de la Encuesta sobre relaciones sociales y afectivas en tiempos de pandemia del Centro de Investigaciones Sociológicas, de marzo, da una panorámica del presente. Preguntaron “qué situación” describía mejor “la situación sentimental y sexual” de ese momento: un 17% “no mantiene ningún tipo de relación ni sentimental ni sexual con nadie”, y un 5,5% tiene “una relación afectiva sin relaciones sexuales”. Además, tras la pandemia, la frecuencia había mejorado para un 8%, y empeorado para un 16%.
A Sara, en la treintena, le ocurrió con su pareja: “En enero de 2022 empezamos a discutir a menudo, a engordar, a estar menos a gusto con nuestros cuerpos. La depresión de ella también empeoró”. A Roser, sin relación estable: “Vivo en Barcelona, me veo obligada a compartir piso. A veces pienso más en la persona al otro lado de la pared que en mi propio placer, por no molestar. Me mudé aquí y hay mucha gente, pero también me cuesta que me guste, coincidir, que quiera usar protección, quedar satisfecha y que haya funcionado lo suficiente como para repetir”. Tiene 33 años y habla de las apps: “Es bastante locura, puedes hablar con mucha gente, pero luego hay que concretar. Es difícil, te marean y llega un momento que decido no dedicar más energía a esa persona. Cuando sí, casi nunca es para tanto. Y para qué, pienso a veces”.
Como el de Roser, según el INE, hay más de medio millón de hogares compartidos. Eso, derivado de unos precios de alquiler y compra desorbitados, unido a una precariedad laboral, sobre todo entre los más jóvenes, y la incertidumbre sobrevolando más que nunca desde la pandemia, influye. Lo hace “cualquier elemento de estrés”, subraya Díaz, el presidente de la AESC. “Y el estrés no es un concepto abstracto. Produce cambios en el sistema hormonal que, entre otras cosas, genera niveles altos de cortisol y de prolactina, dos hormonas que disminuyen a su vez el nivel de testosterona, que es la hormona del deseo, en hombres y en mujeres. El estrés crónico produce una disminución del deseo”, dice el psiquiatra y psicoterapeuta.
También la ansiedad y la depresión, aún más disparadas tras la crisis sanitaria en un país que ya es donde más benzodiacepinas se consumen en el mundo. El informe sobre salud mental Headway Mental Health 2022 colocó a España como el segundo con más casos de trastornos de salud mental en Europa, solo por detrás de Portugal. Afecta sobre todo mujeres, y cada vez más a los adolescentes. Lleva años sucediendo en todo el mundo: más de 320 millones de personas padecen depresión, un 18% más que hace una década.
Brenda, de 27 años y residente en Ciudad de México, es una de ellas. Tuvo que volver con sus padres, su sexo menguante lo hila a eso, a la depresión y la medicación: “Sertralina y, después, fluoxetina. Lo que me llamó la atención es que también disminuyó mi actividad sexual individual. Antes disfrutaba mucho de tocarme, ahora no siento nada”.
Ansiedad y depresión “son enemigas del deseo y el disfrute de la vida sexual. Uno de los síntomas de la depresión es la falta de deseo, no solamente sexual, incluso de vivir”, explica Díaz, que matiza que no todos los antidepresivos lo disminuyen —lo hacen los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina, como son los que toma Brenda—, y que hay otros que “claramente lo estimulan”. El sexo individual, la masturbación, unido al aumento de la visualización de porno y el acceso a ello a edades cada vez más tempranas, también están entre las posibles razones que apuntan diferentes especialistas.
El complejo de Nacho Vidal
Antoni Bolinches, psicólogo clínico y autor de Sexo sabio, liga la disminución de la frecuencia de las relaciones sexuales a dos variables: “Una es la vida estresante y compleja de los trabajos”. Una como la que lleva Andrés, de 34: “Llego a casa sobre las 10 de la noche, tan agotado y con tantas cosas en la cabeza, que apenas me da para cenar y dormir”. O la de Nuria, de la misma edad, que no tiene pareja, pero sí turnos rotatorios de mañana, tarde, noche y fines de semana. “Y así es difícil coincidir”.
La otra es “el miedo de los hombres al desempeño”. Un miedo unido a dos cuestiones más. “El complejo de Nacho Vidal, motivado por el agravio comparativo con los referentes de los penes en erección de la pornografía”, y el cambio de roles entre hombres y mujeres “que se ha producido en dos generaciones”, la paulatina desaparición “del hombre demandante y la mujer aceptante”, dice este psicólogo clínico de 76 años, con 45 de carrera.
”Cuanto más libre se muestra la mujer, más miedo da en el hombre”, dice el psicólogo, produciéndose así la paradoja de que “cuanta más libertad sexual, más refugio en una sexualidad autónoma y masturbatoria”. De las historias que llegaron a este periódico para este reportaje, muchas hicieron alusión concreta a lo que apunta Bolinches.
—A mí o me lo dicen claro o no entro. No sé si es miedo al rechazo, a pasarme de la línea que tenga ella puesta o qué (Mau, 23 años).
—El feminismo, las masculinidades… Ahora nos hacemos preguntas que antes no, y nos cohibimos y autocensuramos en muchos casos. Antes el flirteo era un acto de conquista del hombre y entrega de la mujer. Ya es mucho más horizontal, en el caso de los heteros. En general, de repente hacerse preguntas emascula a muchos de ellos en vez de celebrar que todo es eso, más horizontal, aunque quede por hacer (Marco, casi 33).
“A veces a algunos les da como miedo hasta acercarse. Pero es fácil ver cuándo hay interés o cuándo estás molestando, ¿no? Lo que sí creo es que hay cosas que antes las tías pasábamos y ya no. ¿Bromas machistas? Fuera. ¿Gilipolleces racistas? Fuera”, dice Claudia, de 25, y añade que solo son dos de “una buena lista de tonterías” que no va a “aguantar”, y es “difícil” que “alguno no tenga algo de esa lista”. Nuria, la mujer de los turnos rotatorios de mañana, tarde y noche, cree que cada vez se cede menos: “Hemos subido muchísimo el listón, sabemos lo que queremos y lo que no queremos, antes cedías más o menos, pero cedías, hoy es un ‘yo pongo mis exigencias y, si no las cumples, siguiente”.
Susana, en la cincuentena, habla de algo parecido: “Una ya es mayor. No encuentro ningún tipo que merezca mi atención. Mi vida también es muy casera, trabajo en casa y es difícil conocer gente. Y en el pasado, el 80% de mis relaciones fueron sexualmente bastante mediocres, tirando a malas. Uso y disfrute, un morreo, un magreo y meterla. El sexo oral, escaso y, cuando lo había, generalmente malo. Tipos muy influenciados por el porno, muy fálicos. Yo ya paso de eso… Me agota, me cabrea”.
Las relaciones: inmediatez y esporadicidad
Díaz, el psiquiatra, apunta a que en esas situaciones no se da una relación entre dos personas “sino entre dos genitales”, y que eso “empobrece la calidad de vida de los seres humanos”. Lo ve Mariona Gabarra desde hace ocho años. Es sexóloga y su teoría, por su experiencia, tiene que ver con la forma en la que cada vez más se producen las relaciones: “De forma esporádica”. Con esa dificultad creciente para “mantener lazos estables” que apunta en su teoría sobre el fin del amor la socióloga Eva Illouz.
Gabarra, también asesora de Gleeden —una plataforma dedicada a encuentros no monógamos donde uno de sus ejes es que está pensada “por y para mujeres”—, conoce cada vez a más personas jóvenes, en la veintena, con problemas sexuales. En los hombres, disfunción eréctil o eyaculación precoz. Entran ahí las expectativas aprendidas, “entra el porno, que no es malo de por sí, pero sí como suplente de la falta de educación sexual que existe”. Eso de dar la talla frente a alguien que no se conoce realmente.
“Las generaciones no están aprendiendo que aunque una relación sea esporádica, es una relación. Si no hay complicidad, química ni conexión, llega un momento que el sexo no te aporta nada. Tienen libertad, han desaparecido muchos prejuicios, pero no disfrutan del sexo, y te lo dicen. Acaban pensando que no merece la pena el tiempo ni el esfuerzo de entablar esa relación”. Eso está en medio del relato de Jaime desde un pueblo asturiano. Tiene ahora 27 y el confinamiento lo hizo “acostumbrarse” a estar solo. Le “cuesta mucho más que antes” intentar empezar algo, tiene “un coste de tiempo y esfuerzo” al que no siempre está dispuesto.
Eusebio Rubio-Aurioles, de WAS, cree que la evolución del mundo occidental, cada vez más individualizada y donde todo se pospone, está teniendo un impacto enorme en la forma en la que nos relacionamos: “¿La consecuencia? Menos contacto, menos placer compartido”. De eso habla Fernando (nombre ficticio), de 57 años. A él se le unió el fin de una relación con un trabajo en el que había pocas posibilidades de conocer gente. Luego, la covid le hundió el negocio y el ánimo. La última vez que tuvo una “relación sexual más o menos satisfactoria fue esporádica y duró pocas semanas”. Era 2018.
Ahora ve “difícil” que una mujer lo “motive intelectualmente”, le guste o le atraiga lo suficiente. Así, dice, “se va olvidando, durmiendo o aletargando la necesidad, el placer y el deseo; y el sexo se va convirtiendo en un recuerdo”. Y concluye: “Con 57 años, aparte de la gente que conozco y con la que mantengo amistad y nos vemos de vez en cuando, ya no entra nadie nuevo en mi vida”.
Fuente: Diario El País España