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Corría el año 2010, los datos de empleo comenzaban al fin a remontar en Estados Unidos y lo peor del apocalipsis económico 'subprime' de 2008 parecía quedar atrás cuando Grecia, de pronto, reventó y la crisis amenazó con devorar Europa entera.

Barack Obama, el joven presidente afroamericano que estaba levantando su país gracias a toneladas de dólares y gigantescos estímulos económicos, se inquietó entonces por las noticias que llegaban de su principal socio comercial y urgió a los líderes de la UE a que tomaran ejemplo, aligeraran sus durísimas medidas de austeridad y se atrevieran con iniciativas más ambiciosas que lograran aumentar una demanda que languidecía por todo el continente. "No conseguimos absolutamente nada", confiesa Obama en sus memorias.

'Una tierra prometida', las memorias de Barack Obama que publica esta semana Debate en España, en el marco de un lanzamiento internacional simultáneo en más de 20 países, alberga un auténtico festín de confesiones, historias, anécdotas y divertidos perfiles de los grandes de la política europea y mundial de las últimas dos décadas. En sus páginas, bien escritas, se alterna la habitual suficiencia emocional de este tipo de historias de vida de los amos del cotarro con sus ideales más o menos impostados, junto a inesperadas pinceladas de sinceridad, humor y sorprendentes impresiones de primera mano de los cenáculos de poder planetarios relatadas por el más poderoso de sus asistentes.

 

Este primer volumen se ocupa de los inicios de la carrera política y los primeros cuatro años de presidencia de aquel mulato de Hawái que apenas ocultaba tras su amable fachada una ambición voraz. La inteligencia, el azar y la necesidad se entrecruzaron en el advenimiento de una figura muy atractiva que se alzó al poder merced a una coalición plural e inédita de votantes, que logró algunos éxitos importantes y bastantes más frustraciones y que fue finalmente sucedido tras agotar sus dos legislaturas por un hombre, Donald Trump, que encarnaba exactamente su némesis y que, inmediatamente, se aplicó a derruir su legado.

Pescamos a continuación, a modo de rueda de reconocimiento, alguno de los mejores momentos de unas memorias en las que, por cierto, no se habla ni una sola vez de un político español —José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy fueron presidentes aquellos años— y solo se cita en dos ocasiones —y de pasada— nuestro país.

Angela Merkel

"Merkel, hija de un pastor luterano, había crecido en la Alemania oriental comunista. Había trabajado duro y obtenido un doctorado en Química Cuántica. Solo entró en política después de que cayera el telón de acero, moviéndose metódicamente entre las filas de la Unión Demócrata Cristiana con una combinación de dotes organizativas, visión estratégica y una paciencia inquebrantable. Merkel tenía unos grandes y brillantes ojos azules que podían conmoverse a ratos con sentimientos de frustración, diversión o atisbos de dolor. Pero cuando no era así, su apariencia imperturbable reflejaba una sensibilidad analítica y práctica. Era célebre su suspicacia ante los arrebatos emocionales o la retórica florida, y su equipo me confesó más tarde que al inicio había sido escéptica con respecto a mí precisamente por mis dotes oratorias. No me lo tomé como una ofensa, y pensé que para una líder alemana la aversión a una posible demagogia seguramente era algo muy sano".

 

"Cuanto más conocía a Angela Merkel, más me gustaba, la encontraba sólida, honesta, intelectualmente rigurosa y amable por instinto. Pero también tenía un temperamento conservador, por no mencionar que era una política con muchas tablas que conocía a sus electores. Cada vez que le sugería que Alemania debía dar ejemplo invirtiendo más en infraestructuras que en recortes de impuestos, me rechazaba con educación pero con firmeza: 'Barack, tal vez esta no sea la mejor estrategia para nosotros', respondía frunciendo levemente el ceño, como si le hubiese sugerido algo de mal gusto"

Nicolas Sarkozy

"Sarkozy no servía de contrapeso. Dada la alta tasa de desempleo en Francia, manifestaba en privado simpatía por la idea de un estímulo económico ('no te preocupes, Barack, me estoy trabajando a Angela, ya lo verás'), pero tenía dificultades para alejarse de posiciones fiscales conservadoras que él mismo había tomado en el pasado, y por lo que veía, no estaba lo bastante organizado como para elaborar un plan económico claro en su propio país, mucho menos para Europa".

 

"El francés era puro estallido emocional y retórica florida. Con sus rasgos oscuros, expresivos y vagamente mediterráneos (era medio húngaro y un cuarto de origen griego judío) y su pequeña estatura (medía 1,65 pero llevaba alzas en los zapatos para parecer más alto) parecía un personaje de Touluse-Lautrec. A pesar de provenir de una familia acomodada, admitía abiertamente que su ambición la había alimentado en parte una permanente sensación de sentirse un extraño. Al igual que Merkel, Sarkozy se había labrado un nombre como líder de centroderecha, y había ganado la presidencia en un sistema económico de 'laissez-faire', leyes laborales más flexibles, impuestos bajos y un Estado de bienestar menos generoso. Pero, a diferencia de Merkel, había sido bastante incoherente cuando se trataba de política, siempre llevado por los titulares o la conveniencia. En la época en que llegamos a Londres para el G-20, ya denunciaba verbalmente los excesos del capitalismo global. Pero si bien Sarkozy carecía de consistencia ideológica, lo compensaba con su audacia, encanto y energía frenética".

David Cameron

"Y aunque el primer ministro del Reino Unido, Gordon Brown, estaba de acuerdo con nosotros en la necesidad de que los gobiernos europeos aumentaran el gasto a corto plazo, su Partido Laborista perdió la mayoría en el Parlamento en mayo de 2010 y Brown fue reemplazado por el líder conservador David Cameron. Con cuarenta y pocos años, una apariencia juvenil y una estudiada informalidad (en todas las cumbres internacionales, lo primero que hacía era quitarse la chaqueta y aflojarse la corbata), aquel Cameron educado en Eton tenía un impresionante control de todos los asuntos, facilidad de palabra y esa tranquila confianza que tienen las personas a las que la vida nunca ha presionado demasiado".

 

"Personalmente me caía bien, incluso cuando nos dábamos de cabezazos, y durante los siguientes seis años demostró ser un socio bien dispuesto para una multitud de asuntos internacionales, desde el cambio climático (creía en la ciencia) hasta los derechos humanos (apoyaba el matrimonio homosexual) o la ayuda a los países en vías de desarrollo (durante su ejercicio, consiguió asignar el 1,5% del presupuesto británico para ayuda exterior, un porcentaje significativamente mayor del que yo había conseguido que aprobara el Congreso de Estados Unidos. En política económica, sin embargo, Cameron se mantenía cercano a la ortodoxia del libre mercado y había prometido a sus votantes que su programa de reducción de déficit y recortes del gasto público -junto a una reforma regulatoria y una expansión del comercio-conduciría a una nueva era de la competitividad británica. En lugar de eso, como era de prever, la economía británica cayó en una recesión aún más profunda".

Vladimir Putin

"El presidente Dimitri Medvédev parecía ser un símbolo de la nueva Rusia: joven, esbelto y vestido a la última, con trajes de sastre europeos. El problema es que él no era el verdadero poder en Rusia. El poder lo ejercía su patrocinador, Vladimir Putin: un antiguo oficial del KGB, dos veces presidente y entonces primer ministro, y líder de lo que parecía más un sindicato criminal que un gobierno tradicional; un sindicato cuyos tentáculos abarcaban hasta el último aspecto de la economía".

 

"Después de cruzar una puerta impresionante y continuar por una larga carretera, nos detuvimos frente a una mansión en la que Putin nos recibió con la foto de rigor. Su físico era bastante común: bajito y compacto -con fisonomía de luchador-, un pelo fino y rubio, una nariz prominente y unos ojos pálidos y atentos. Después de intercambiar unos cumplidos con nuestras respectivas delegaciones, percibí una despreocupación en sus movimientos, un practicado desinterés en su voz que indicaba que estaba acostumbrado a que le rodearan subordinados y solicitantes. Se había convertido en una persona habituada al poder. (...) Apenas había terminado la pregunta cuando Putin se lanzó a un monólogo animado y en apariencia interminable en el que relató todas las injusticias, traiciones y desprecios que tanto él como el pueblo ruso habían tenido que sufrir a manos de los estadounidenses".

Donald Trump

"Era como si mi mera presencia en la Casa Blanca hubiese desatado un pánico muy arraigado, la sensación de que se había perturbado el orden natural de las cosas. Que es exactamente lo que Donald Trump comprendió cuando empezó a pregonar que yo no había nacido en Estados Unidos y era, por tanto, un presidente ilegítimo. A los millones de estadounidenses atemorizados por un hombre negro en la Casa Blanca, Trump les prometió un elixir para su ansiedad racial. (...) Lo que yo no había previsto era la reacción de los medios a la repentina adhesión de Trump al 'bitherism'. La línea que separaba las noticias del entretenimiento se había difuminado hasta tal punto, y la competencia por la audiencia era tan feroz, que los medios se agolparon con avidez para dar pábulo a una afirmación sin fundamento".

 

"No lo rebatí. Era evidente que a Trump no le importaban las consecuencias de difundir teorías de la conspiración que casi con toda certeza sabía que eran falsas, siempre que le permitiese alcanzar sus objetivos; y se había dado cuenta de que, si en otra época hubo guardarraíles que marcaban los límites del discurso político aceptable, estos llevaban ya mucho tiempo derribados. En ese sentido, no había mucha diferencia entre Trump y Boehner o McConnell. Ellos también entendían que daba igual si lo que decían era cierto o no. No tenían que creer realmente que yo estaba llevando el país a la quiebra, o que el Obamacare promovía la eutanasia. De hecho, la única diferencia entre el estilo político de Trump y el suyo era la desinhibición de este último, que entendía de manera instintiva qué era lo que más motivaba a los votantes conservadores, y se lo ofrecía en forma no adulterada".

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