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Ana Fernández-Sesma Cordón (Cáceres, 1965) sabe tanto de virus que ni siquiera las rarezas del SARS-CoV-2 logran sorprenderla. Desde que entró en la Escuela Icahn de Medicina en el Hospital Monte Sinaí (ISMMS), de Nueva York, una de las facultades de medicina más prestigiosas del mundo, sus mayores contribuciones han sido en el estudio del dengue, pero también ha trabajado con el VIH, el zika o la gripe, y lleva décadas rodeada de estos organismos, siendo una eminencia a nivel global.

Formada en Biología en la Universidad de Salamanca, no tardó en cruzar el Atlántico para iniciar su carrera en EEUU. Allí lleva casi tres décadas y en la actualidad dirige un laboratorio que investiga las estrategias de los virus para escapar de la respuesta inmune innata. En los últimos años, su nombre aparece en la lista de los investigadores del área de microbiología mejor financiados por los institutos nacionales de la Salud (National Institutes of Health, NIH) de EEUU entre el puesto tercero y el sexto, siendo la primera entre las mujeres, según el 'ranking' del Blue Ridge Institute for Medical Research (BRIMR). También ha sido premiada como mejor mentora de investigadores posdoctorales en su institución.

Por supuesto, ahora le ha tocado centrarse en el covid. Uno de sus proyectos analiza cuál es la 'firma' específica de SARS-CoV-2 que lo distingue de otros coronavirus humanos que no tienen efectos tan graves. En otra investigación, busca respuestas en los propios pacientes del Hospital Monte Sinaí, tomando muestras de forma continuada durante 28 días para tratar de entender qué factores genéticos e inmunológicos son decisivos en la evolución de la enfermedad.

Optimista por naturaleza, cree que este virus no es tan diferente a otros, pero sigue con preocupación la gestión de la pandemia, lamentando que muchos la utilicen como arma política antes de intentar encontrar soluciones. Aunque centrada en su trabajo, tiene un ojo puesto en la actualidad española y en la expansión del coronavirus por todo el planeta.

PREGUNTA. ¿Cómo se ve la evolución mundial de la pandemia desde un país que no deja de batir récords de nuevos contagios?

RESPUESTA. En Europa, ya ha pasado la primera ola y hay rebrotes que se pueden controlar. No deberíamos alarmarnos porque es una evolución natural, sería peor no tener nada y que después viniese un pico alto. Ahora el sistema está mejor preparado en cuanto al uso de medicamentos, el rastreo y el aislamiento controlado. En cambio, en EEUU, realmente todavía estamos en la primera ola, Nueva York estuvo casi a la par de Europa, pero el resto del país no. En todo el continente americano sucede lo mismo, y en los países que no tienen recursos ni infraestructuras es un verdadero desastre. Aquí, en teoría, existen, el problema es la desorganización y los mensajes contradictorios.

P. ¿Es que nadie lo hace bien?

R. Veo el mismo argumento en todos los países, buscar culpables de algo que no se puede controlar y atribuir malas intenciones a otros, pero lo que ha habido es falta de previsión en todos los gobiernos. Nadie ha pensado que iba a ganar votos haciendo planes para pandemias. Hemos tenido la buena suerte de no sufrirlas en décadas, porque el SARS no llegó a serlo y la gripe H1N1 de 2009 se expandió mucho pero no hubo muchos casos graves. Al final, nos hemos confiado y, mientras el coronavirus afectaba a otros países, pensábamos que no nos iba a llegar.

Además, se da más importancia a cómo se siente el ciudadano de a pie que a las propias medidas. Aquí el problema son las mascarillas, no pensé que a estas alturas estaríamos discutiendo sobre algo tan básico, pero se ha politizado este tema y ponérselas o no ponérselas significa ser de un partido o de otro. En todos los países se han usado las medidas como una herramienta política y la gente se ha dividido. La cuestión es ver quién lo hace mal en lugar de solucionarlo, es como estar en un fuego y buscar al pirómano antes de intentar apagarlo.

Al final, estamos perdiendo un tiempo valiosísimo para organizarnos. Por ejemplo, ¿qué va a pasar cuando salga la vacuna? ¿Cómo se va a distribuir? No vemos a largo plazo, llegará el otoño, no habrá vacuna y la gente se quejará a los científicos. Nosotros tenemos que seguir trabajando sin parar mientras otros pueden ir al chiringuito a quejarse.

P. ¿Es inevitable una segunda ola importante?

R. No, depende de cómo se maneje. En EEUU, no sé si habrá segunda ola, porque no hemos salido de la primera y no sé cómo vamos a salir. En España, va a seguir habiendo rebrotes, pero a lo mejor no hay una segunda ola mucho más alta. Puede que haya complicaciones cuando empiecen a circular otros virus, como el de la gripe, y no sabemos qué va a pasar con la vuelta a los colegios y a las universidades. Realmente, es impredecible, porque hay muchísimos factores que pueden cambiar el curso de los acontecimientos, pero el virus no lo vamos a parar. Queremos tenerlo tan controlado como otros que llevan circulando un siglo, para los que tenemos vacunas, tratamientos y conocimiento de la inmunidad; pero en este caso no sabemos nada, estamos aprendiendo y a la vez intentando solucionarlo.

P. Hay proyectos de vacuna muy avanzados. ¿La tendremos pronto?

R. La vacuna tarda. Lo normal serían 10 años, y no solo es el hecho de tenerla, hay que producirla, distribuirla y ver cómo protege. Además, esta vacuna tiene una complicación: va a ser más importante para la gente mayor. Normalmente, los niños responden muy bien a las vacunas, y los mayores, peor; pero queremos que funcione para todos sabiendo que la enfermedad es diferente según la patología de base que tengas. Cualquier vacuna va a ayudar, evitando la gravedad, pero algunos candidatos a vacuna protegerán más a unos grupos de población que a otros en función, por ejemplo, de si tienes diabetes o tensión alta. En el caso de la vacuna de Moderna, van a ser necesarias dos dosis, pero mejor eso que nada.

Es cierto que se va a acelerar todo, pero no se está dando tiempo suficiente para hacerla de forma exhaustiva y saber que va a funcionar muy bien y que va a producir una inmunidad duradera, como es el caso de las vacunas del sarampión, la viruela o la fiebre amarilla. La diferencia es que hemos convivido mucho tiempo con esas enfermedades y ya sabemos qué cantidad de anticuerpos hay que generar para asegurarnos la protección.

 

P. ¿Por qué hay tanta confusión con respecto a la inmunidad?

R. Es que estamos mirando todo con lupa. Hay gente que dice que los anticuerpos bajan, pero no sabemos si en otras enfermedades también bajan y luego suben, porque no monitorizamos a la gente todos los días. A lo mejor es un proceso normal y no lo sabemos porque nunca hemos hecho un seguimiento así. Hay cosas que pueden estar pasando en otras enfermedades pero no se ha enterado nadie porque eran anecdóticas.

El problema es distinguir lo anecdótico de lo que realmente describe o define esta enfermedad, así que se genera mucho pánico y mucha alarma por cosas que todavía no entendemos. Las publicaciones científicas están en los periódicos antes de ser revisadas por otros científicos. Ahora tienes que leerte un estudio en un día y decirle a la gente si está bien hecho, todo está forzado y no se distingue la paja del grano. Todo el mundo quiere publicar y manda cosas que no están terminadas o que tienen la estadística mal hecha.

P. Pero si hemos pasado la enfermedad, ¿estamos protegidos?

R. La infección produce anticuerpos y respuesta de linfocitos T. Los anticuerpos son importantes para evitar la infección, son como ganchos que están esperando a que llegue el virus y lo atrapan. Los linfocitos T ya se acuerdan del virus, reconocen células infectadas y las eliminan antes de que hagan más copias. Esos dos brazos del sistema inmune están funcionando, lo que no sabemos todavía es cuánto duran.

Creemos que la carga viral inicial influye en cómo de potente es la respuesta. Es posible que haber estado expuesto a más virus lo refuerce, pero quienes han tenido una enfermedad leve también estarían protegidos. También depende de la respuesta de cada persona a la infección o del tiempo de exposición. En el dengue, lo vemos en las zonas endémicas: es más fácil que enfermen los turistas porque la gente del país está más expuesta, tiene un recordatorio de la infección y el sistema inmune está constantemente estimulado por el virus y ya está protegido.

P. En su laboratorio, estudian la estrategia de los virus para burlar al sistema inmune. ¿Este coronavirus tiene características sorprendentes?

R. No, se comporta igual que otros virus. Me recuerda a lo que vemos con el dengue, que es asintomático en el 80% de la gente que se infecta y solo un bajo porcentaje tiene síntomas severos, como la fiebre hemorrágica, que suele producirse por infecciones secundarias. También se parecen porque son muy buenos en inhibir ciertos componentes del sistema inmune innato y en que inducen una respuesta inflamatoria muy fuerte.

Los síntomas son tu propia reacción al virus, pero en el caso del coronavirus son las patologías de base del paciente las que están haciendo más severa la enfermedad. El huésped responde de forma diferente según el tipo de patología que tiene. En este virus, yo no veo nada diferente, no es que sea muy poderoso, lo que quieren todos es hacer copias y copias infectando todos los órganos que puedan.

Incluso es más fácil de abordar que otros virus, en el sentido de que no produce inmunodepresión, como en el VIH. Está actuando como muchos otros virus respiratorios que conocemos y como otros virus de ARN, que tienen un sistema eficiente para bloquear las barreras que tenemos para no infectarnos. También la respuesta de nuestro organismo es parecida a lo que conocemos cuando identifica que está infectado. La diferencia es la magnitud y la facilidad con que se transmite; y que lo estamos viendo a tiempo real, estudiándolo con unas herramientas que nunca habíamos tenido.

 

P. ¿Es posible que el virus evolucione para ser más letal o menos?

R. Con los millones de infecciones que ha habido en todo el planeta, podría haber evolucionado ya, ha tenido suficientes oportunidades para mutar y ser más letal, pero no lo ha hecho. Sería rarísimo que ahora, de repente, apareciera una mutación de este tipo. De hecho, hemos visto que ha mutado muy poco, ha habido suerte y no creo que nos vaya a dar una gran sorpresa.

Es más probable que baje la letalidad a que suba. Cuando doy clase, siempre digo que el virus más exitoso en humanos es el del catarro, porque infecta a todo el mundo y no mata a nadie, ya que necesita al huésped para hacer copias. Además, cada vez habrá más gente que se haya infectado o que se haya vacunado y llegará un momento en que la transmisión será más baja. Viviremos años con este virus, como vivimos con el de la gripe y muchos otros.

P. Así que el coronavirus seguirá siendo parte de nuestro futuro.

R. Es probable que tengamos que vivir durante años con este virus, pero a otro nivel, no es lo mismo lo que ha pasado en marzo y en abril en Europa y en Nueva York, con la saturación del sistema sanitario, que tenerlo de tal forma que podamos tratar a cada persona que se infecte. Hace falta un sistema que lo soporte y una mentalidad que lo acepte.

De hecho, la sociedad acepta algunas cosas. Vivimos sabiendo que todos los años mueren 500.000 personas de gripe, incluso habiendo una vacuna que la gente no se pone. Hace unos meses, han muerto 6.000 niños en la República Democrática del Congo de sarampión porque no tenían la vacuna y la gente ni pestañea.

P. ¿La investigación científica saldrá reforzada de esta pandemia?

R. Quiero pensar que va a ayudar, el coronavirus ha sacado a la luz la importancia de la investigación, no solo de la biomédica sino de la investigación básica, porque para poder sacar un fármaco tienes que entender cómo funciona el virus o una bacteria. La gente se ha dado cuenta del papel de los científicos, pero tenemos muy mala memoria.

P. ¿Y la ciencia española?

R. Creo que en España se ha aprovechado para sacar a la luz la situación. Hay una cantera y un grupo de gente buenísima en todos los ámbitos de la ciencia. Se ha dado el primer paso con el plan de choque para atajar los problemas más obvios, pero falta crear una infraestructura sostenible. El problema no es dar dinero a la investigación, hay que mantener los puestos de trabajo sin que se acaben los contratos cada dos años, hacen falta proyectos a largo plazo e invertir mucho para obtener resultados. Hay ganas de arreglarlo, pero hay que hacerlo desde los cimientos y no quedarse solo en el tejado.

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