Dolió lo de Toronto. Michael Young, ese famoso sociólogo británico, hubiese dicho: Los Azulejos lo merecían más que los Dodgers. Pero el béisbol no entiende lo de la meritocracia.
No importa como ganes, lo esencial es ganar, y lo hicieron los Dodgers disparando tres jonrones sin embasados en sus últimas cuatro bateadas. Todos con un contenido dramático, como en esas novelas de Dostoievski: el Muncy, alentador, acercando a los Dodgers 4-3 en el octavo; el de Rojas en el noveno nivelando 4-4, tan inesperado como un trueno en seco con el sol brillando; y el de Smith, matador 5-4, como la lanza de Ulises hacia el ojo único del Cíclope, entre la desesperación por concretar una hazaña que parecía imposible desde el jonrón de tres carreras conectado por Bo Bichette en tercer episodio, y la forma en que fue explotado como monticulista Shohei Ohtani. La derrota de los Azulejos, encogió el alma de la multitud, de todo Toronto, de un país.
¿Por qué decidí titular “Increíble si, no justo”? Por lo que vi a lo largo de toda esta postemporada con la acumulación de méritos. Toronto se abrió paso con firmeza, mostrándose compacto eliminando a Yanquis en 4 de 5, sacando de la pelea a Seattle en el máximo de 7 juegos, y lo estaban haciendo con los favoritos Dodgers superándolos 4-2 con un out en el octavo inning del Juego 7. Soy yo quien piensa que no es justo perder un título que se estaba acariciando con tanto cariño, y sobre todo, con suficiente mérito. Muchos, quizás muchísimos, no estarán de acuerdo conmigo. Puede ser asunto de sentimiento. Y pensar, que antes de la serie, quería que ganaran los Dodgers, pero me fui impresionando con los Azulejos. A veces, como ahora, el béisbol es una metáfora.
Claro el factor inspiracional termina siendo Yoshinobu Yamamoto, un ganador de 5 juegos, 3 en el Clásico como en los viejos tiempos, quien merece un monumento en el corazón y en la memoria de los dodgeristas. Sin descanso como Randy Johnson frente a los Yanquis en el 2001, Yamamoto, con alma de Samurai, tomó la pelota para sostener la posibilidad de ganar con el juego 4-4 en el inning 9 reemplazando a Snell y trabajó 2 entradas y 2 tercios con 34 lanzamientos, respaldado por un out en home realizado por Rojas, una atrapada difícil, riesgosa, del recién ingresado Pages en las profundidades del left-center chocando y derribando a Quique Hernández, y el doble play final, fulminante, como en la noche anterior. Recuerdo las imágenes y me cuesta creer todo lo que vi.
No pudo OIhtani ser útil desde la colina. Pareció un Quijote con los Molinos quebrados. Su pitcheo fue visible pese a que hizo zumbar disparos a 98, 99, 100 y hasta uno de 101 millas. El problema es que se los localizaban y no tuvo tregua en los innings 2 y 3. En el primer caso los Azulejos dejaron las bases llenas, y en el otro, con dos circulando, Bichette jonroneó hacia el jardín central para adelantar a Toronto 3-0. Así que como tirador, Ohtani quiso, pero no pudo. Aunque Scherzer no aseguraba recorrido largo, esa diferencia podría ser suficiente con el pitcheo de soporte que tenía el manager Schneider.
Los Dodgers respondieron con una carrera en el cierre dándole forma a un acercamiento peligroso por lo temprano del juego. Doble abridor de Smith y hit de Freeman, colocaron corredores en las esquinas. Después de un out, boleto a Muncy llenó las bases. Un gran momento reducido a pequeño, cuando el fly de Teoscar Hernández al centro, produjo la primera carrera del equipo azul. La multitud no se preocupó. Toronto no se iba a detener, pensaron…Al recorte de los Dodgers 3-2 en el inicio sexto, los de Toronto contragolpearon con doble impulsador de Gímenez estirando de nuevo la diferencia 4-2. En el octavo, Yasevage fue sacudido por el jonrón de Muncy, y en el noveno, Hoffman por el de Rojas. Con la pizarra 4-4 en el inning 11 y Bieber en la cresta de la ola, el jonrón de Will Smith acabó con todo, estremeciendo no solo a Toronto.
Finalmente, las manchas de sangre sobre la alfombra de las ilusiones, no fueron de los Dodgers, sino de los Azulejos. En Harvard pueden discutir la meritocracia.
Nora escrita por el periodista nicaragüense Edgar Tijerino


