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No importa qué tan rápido te muevas entre las bases, qué tan flexible puedas ser para esquivar lanzamientos próximos a las 100 millas, ni cuán precisos sean tus reflejos para interceptar con el guante los misiles que buscan colarse por tu orilla. La muerte nunca falla.

Ella tarde o temprano, te atrapa… a mano limpia. En este caso lo hizo con Joe Leonard Morgan, en el 2020 a los 77 años, escribió sobre él, Edgar Tijerino, reconocido periodista nicaragüense.

Víctima de una afección nerviosa conocida como polineuropatía, y de otros problemas de salud que se agravaron en los últimos años, Morgan —el pelotero de brillantez imborrable, miembro del Salón de la Fama, dos veces Jugador Más Valioso, ganador de cinco Guantes de Oro y presente en diez Juegos de Estrellas— cerró su carrera definitiva fuera de los diamantes, dejando tras de sí una huella imposible de borrar.

El niño de Oakland que aprendió a volar bajo

Joe Leonard Morgan nació el 19 de septiembre de 1943 en Bonham, Texas, siendo el mayor de seis hijos de Ollie Mae y Leonard Morgan. Su familia se mudó cuando él tenía cinco años a Oakland, California, en busca de mejores oportunidades. Allí creció jugando béisbol en los terrenos polvorientos de los barrios obreros, soñando con ser parte de algo grande.

Estudió en Castlemont High School, donde destacó en béisbol, atletismo y baloncesto, aunque su pequeña estatura —5 pies 7 pulgadas— hizo que las universidades pasaran por alto su talento. Sin rendirse, ingresó a Oakland City College, donde se convirtió en una estrella local. Fue firmado en 1962 por los Houston Colt .45s, futuros Astros, con un modesto bono de 3.000 dólares.

Morgan fue mucho más que un jugador veloz y preciso: fue un símbolo de determinación. En las ligas menores, fue el único afroamericano de su equipo, y en más de una ocasión debió soportar insultos racistas desde las gradas. No obstante, su carácter y talento lo impulsaron hasta convertirse en uno de los mejores segundas bases de todos los tiempos.

El alma de la Maquinaria Roja

Desde 1963 hasta 1971 vistió la camiseta de Houston, y luego llegó su época dorada con los Cincinnati Reds, equipo con el que vivió sus mejores años. Junto a Pete Rose, Johnny Bench, Tony Pérez y David Concepción integró la legendaria “Maquinaria Roja”, una constelación que marcó historia en el béisbol moderno.

Su estilo combinaba espectacularidad, inteligencia y una elegancia natural en el campo. Pequeño en tamaño, pero gigante en juego. En los años 1975 y 1976 fue elegido Jugador Más Valioso de la Liga Nacional, mientras los Reds conquistaban dos títulos consecutivos de Serie Mundial.

Nadie que haya visto aquella Serie Mundial de 1975 olvida su hit ganador contra Jim Burton, relevista de Boston, en el noveno episodio del Juego 7, adelantando a los Rojos 4-3. Fue el golpe decisivo que selló la gloria.

En total, Joe Morgan jugó 2.649 partidos, conectó 268 jonrones, robó 689 bases y mantuvo un promedio vitalicio de .271. En su último turno al bate, el 30 de septiembre de 1984, con 41 años, conectó un hit vistiendo el uniforme de los Oakland Athletics, cerrando el círculo en la misma ciudad que lo vio crecer.

Más allá del diamante

Fuera del campo, Morgan también dejó huella. Tras su retiro, se convirtió en analista de béisbol para ESPN y ABC, donde su voz pausada y su visión técnica conquistaron a una nueva generación de aficionados. Ganó dos premios Emmy como comentarista y fue vicepresidente del Salón de la Fama del Béisbol, donde abogó por preservar la integridad del deporte.

En su vida personal, se casó primero con Gloria Stewart, su novia de secundaria, con quien tuvo dos hijas, Lisa y Angela. Años después contrajo matrimonio con Theresa Behymer, con quien tuvo gemelas, Kelly y Ashley.

También enfrentó momentos difíciles: en 1988 fue arrestado injustamente en el Aeropuerto de Los Ángeles bajo sospecha de tráfico de drogas. Morgan demandó al Departamento de Policía por discriminación racial y ganó el caso, recibiendo una indemnización por violación de derechos civiles.

En sus últimos años padeció un síndrome mielodisplásico que derivó en leucemia, por lo que recibió un trasplante de médula ósea donado por una de sus hijas.

El 11 de octubre de 2020, en su casa en Danville, California, la muerte lo encontró finalmente. Pero Joe Morgan ya había ganado su verdadero juego: el de la trascendencia.

Un legado que no se apaga

Más allá de los box scores, de los jonrones y de los títulos, Morgan fue un ejemplo de inteligencia, humildad y coraje. Fue pequeño, sí, pero su juego fue descomunal. Su sonrisa ancha y sus ojos centelleantes quedarán grabados en la historia del béisbol como la imagen del talento que no se mide por pulgadas, sino por pasión.

Puede que lo sepulten con los registros de sus 2.649 juegos, pero su legado quedará siempre vivo, eterno, en cada niño que levanta un guante creyendo que el tamaño no importa cuando se juega con el corazón.

Joe Morgan, orgullo rojo.

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