El estadio Nacional de Tokio estaba en silencio expectante. La final de los 100 metros planos, esa prueba que convierte en mito al vencedor, reunía a los mejores velocistas del planeta. En la pista, entre figuras consagradas como Noah Lyles, se encontraba un joven jamaicano que tantas veces había rozado la gloria sin poder atraparla: Oblique Seville.
El disparo de salida quebró la calma. Seville salió explosivo, con esa zancada corta pero firme que lo caracteriza. Durante los primeros metros, el duelo parecía parejo. Pero, al llegar a los 60 metros, su aceleración se hizo incontenible. Los rivales quedaron atrás. El reloj se detuvo en 9,77 segundos, su mejor marca personal, suficiente para reclamar la corona de campeón mundial.
El público japonés estalló en aplausos. Jamaica celebraba otro heredero en la estirpe de Bolt, Powell y Blake. Seville, nacido el 16 de marzo de 2001, había cargado durante años con la etiqueta de “casi campeón”: cuarto lugar en Eugene 2022, cuarto otra vez en Budapest 2023, finalista en París 2024. Siempre a un paso del podio, siempre rozando la gloria.
Pero Tokio 2025 fue distinto. Allí no hubo dudas, ni nervios que lo traicionaran. Bajo la guía de Glen Mills, el mismo entrenador que formó a Usain Bolt, Oblique ejecutó una carrera casi perfecta. Dejó atrás el fantasma del cuarto puesto y se instaló en la historia como el nuevo monarca de los 100 metros.
La imagen de Seville levantando los brazos al cielo, con la bandera jamaicana ondeando sobre sus hombros, dio la vuelta al mundo. Más que una victoria, fue una reivindicación: el joven que aprendió a convivir con la frustración demostró que la perseverancia también corre a gran velocidad.
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