Nadie lo para. Usain Bolt ganó con autoridad la final de los 200 metros, sin récord, y sumó su octavo oro en unos Juegos Olímpicos (3 en Pekín, 3 en Londres y 2 en Río) a la espera del relevo 4×100. El jamaicano demostró que sigue siendo el rey de la velocidad.
El plusmarquista mundial y campeón olímpico salió como un cohete. A todo gas. Erguido desde las primeras zancadas mandó el recado a todos sus rivales al mismo tiempo que sus piernas iban devorando el ácido láctico y que aumentaba su ventaja.
La ejecución de la curva fue impecable y afrontó la recta final con un par de metros sobre los demás. Una brecha insalvable para discutir el oro. Solo faltaba por saber si estaba en peligro el récord que él mismo posee.
En los últimos metros no vimos a ese Bolt insultante. Parecía más humano y cruzó la meta deteniendo el cronómetro en 19.79, lejos del récord, mientras que el canadiense De Grasse se llevaba la plata y el francés Lemaître se hacía con el bronce sobre la misma línea de meta.