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Tiempo atrás el chileno Jorge Valdivia había quedado fuera de la selección por escaparse de una concentración. Este y otros problemas de indisciplina, además de una lesión, lo tenían lejos de la Roja, pero hoy la historia es diferente.

El volante recibió una nueva oportunidad y es una de las tantas figuras que tiene Chile en el Mundial de Brasil 2014.

Aquí te presentamos una nota del periodista Miguel Herguedas hablando de la historia de Valdivia:

Una zona residencial de cierto lujo rodea Toca da Raposa II, la ciudad deportiva del Cruzeiro. Se respira calma y seguridad en la ribera del lago de Pampulha, el principal pulmón de Belo Horizonte, donde los vecinos viven sin preocupaciones por el final de mes. Entre ellos, quizá el más ilustre, Alexandre Kalil, presidente del Atlético Mineiro, gran rival ciudadano del Cruzeiro. Ni siquiera la llegada de Chile parece haber alterado esta vida tranquila. Bueno sí, un cartel de la Federación chilena ha puesto a todos de los nervios.

Los vecinos se quejan de esas figuras gigantes de La Roja que tapan la visión de los entrenamientos. Incluso han contactado con un abogado para presentar una demanda contra el club de sus corazones.

Todo se debe al habitual celo de Chile contra los periodistas, esos tipos que no dudan en colarse en cualquier balcón o subirse al árbol más espigado de los alrededores para mirar por el ojo de la cerradura.

Todo es en balde. Toca da Raposa, alzada sobre un terraplén, se bunkerizó con un éxito sin precedentes. La prensa debe conformarse con unos minutos de consuelo en el Campo 1, donde los futbolistas de

Chile se calzan los tacos y empiezan el insustancial trote de todas las mañanas. Nada más. Lo que sucede en el Campo 4, bajo la estricta vigilancia de Jorge Sampaoli, queda envuelto en el enigma. Nada se sabe de las dos sesiones diarias, largas, exigentes, entre el técnico argentino y sus muchachos. Dicen que es tan meticuloso como su predecesor, Marcelo Bielsa. Pero a su manera.

Sampaoli acostumbra a mostrar vídeos de los rivales y de lo que falló en el último amistoso. Sin embargo, a diferencia de El Loco, se muestra cercano con los futbolistas y prefiere el diálogo a la distancia. A muchos ha sorprendido sus costumbres en las comidas. Una mesa larga, donde se sientan todos en compadreo y sin jerarquías: cuerpo técnico, utilleros, médicos y jugadores. Unos amigos en torno a un asado. Parece que todos son iguales, pero no. Alguien posee un don especial y Sampaoli lo sabe. Se llama Jorge Valdivia y le llaman El Mago. Valdivia es el único miembro de la plantilla al que el seleccionador permite ciertas concesiones tácticas en los partidos. Léase. El único que puede descansar en la presión o desconectar unos minutos hasta que las musas vuelvan de visita. Un 10, un tipo distinto, uno de esos que nada más verle sobre una pradera de fútbol sabes que poseen una inteligencia superior.

Valdivia, náufrago de sí mismo, ha vuelto cuando ya casi nadie le esperaba. Regresó de cuatro lesiones crónicas y dos destierros con La Roja, por orden tácita de Claudio Borghi y Nelson Acosta. Quizá bastaba con ser ídolo en Palmeiras y firmar un contrato de más de seis millones de euros anuales. Quizá bastaba con ser simplemente el mejor cuando y como le diera la gana. Hasta que sonó el teléfono y Sampaoli volvió meter el veneno de la ilusión en ese genio que ya parecía para el arrastre.

No es fácil tomarse esas confianzas con Valdivia, un líder dentro y fuera del rectángulo, un tipo con tanto fútbol en la sangre que se equivocó al no nacer brasileño. Habla mejor portugués que castellano, aunque no es por eso por lo que despierta pasiones en el Palmeiras. Será más bien por el quiebro, por el balón al espacio, por el desprecio al rival, que un día lo insulta y al siguiente lo manda a la enfermería. Quizá Valdivia sólo juegue para sí mismo o contra sus demonios interiores. Esos que le atenazan desde antes de que fuera un hombre.

Aquel último partido como juvenil en Colo-Colo, cuando largó un patadón a un árbitro y le castigaron con 20 partidos. Aquel sonado y más reciente asunto del Bautizazo, cuando escaló borracho por una escalera, coló los huesos maltrechos por una ventana y aún intentaba fingir que ni se había movido del hotel de concentración. Cuando Gary Medel vino a despertarle a la cama, no sólo le mentó a la madre, sino que casi le hace trizas la nariz a puñetazos.

Ahora también Valdivia intenta fingir que ha cambiado, que tomó en cuenta el aviso de los capitanes. «Como lo vuelvas a repetir, quienes te damos una paliza somos nosotros», le sugirieron Alexis Sánchez y Claudio Bravo. Desde entonces, todo va más suave en la vida de Valdivia, autor de una media hora maravillosa el pasado viernes ante Australia. Desde entonces, parece que hay orden junto a José Amador, el fisioterapeuta cubano que le visita dos veces por semana desde enero, pendiente de cada gesto, de cada dolor. Pero todos sabemos que los genios no cambian por más que lo intenten. Más que nada porque no se lo permite su ego.



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