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"Serás lo que debas ser o no serás nada" es el documental de Netflix que relata la batalla que sigue dando Guillermo Vilas para ser reconocido como número 1 del tenis por la ATP.

Una pelea carente de sensibilidad, derivada de cómo se manejaban los números en aquellos años 70, con un sistema que probablemente no haya sido infalible. Una carga de injusticia que hasta provocó en el documental de 90 minutos el llanto conmovedor del tenista argentino, grande para siempre y con un legado que va más allá de haber sido 1 o 2 del planeta.

El fútbol no tuvo ni tiene un ranking del modo tenis o golf, más allá de los premios y distinciones internacionales que se otorgan anualmente. Y siempre la pregunta que aflora con frecuencia es: ¿quién fue el mejor jugador de todos los tiempos? Los nombres de la mesa chica con cracks perennes no escapan de 5 o 6. Diego Maradona, Pelé, Lionel Messi, Alfredo Di Stefano, Johan Cruyff, y quizá Franz Beckenbauer o Ronaldo. Ni siquiera Cristiano, un monstruo de estos tiempos, es mencionado en la puja de las preferencias.

 

Más allá de las épocas distintas, un condicionante al que se apela a la hora de tratar de establecer un dictamen, sumado al clásico "¿por qué elegir uno y no disfrutarlos a los dos?", Maradona fue y es el mejor de todos los tiempos. No nos atrevemos a decir "será" porque, como dicen los dueños de los récords, "las marcas están para ser quebradas", y todavía puede aparecer un jugador que supere la dimensión de lo que ya hecho Messi, por ejemplo.

 

Maradona fue y es el mejor por un cúmulo de razones. Y nos apartamos del tema personal, del rol de ejemplo que nunca fue, de todos los desarreglos y desatinos que acompañaron su vida, incluido negar un hijo por 30 años. En eso, las cuentas dan claramente en rojo escarlata en su vida. Hablamos de Maradona jugador de fútbol. Él y la pelota. Él y su equipo. Él y los compañeros. Él y los rivales. Él y sus logros. Que van más allá de los registros.

Fue Maradona alguien con una infancia diferente, de carencias. De verla pasar hambre a Doña Tota, la madre, con tal de que sus hijos pudieran comer. De cambiar de estatus a partir de su carrera. Ingobernable. Ganador. Capaz de hacer ganadores a laderos limitadisimos. Constructor de epopeyas. Burlador innato de utopías.

Hizo brillar a un equipo chico como Argentinos Juniors, con el que fue subcampeón. Jugó en Boca, al que sacó campeón muy bien rodeado. Y partió hacia Europa. Ahora bien, ¿cómo puede ser el mejor alguien que no hizo historia en Barcelona (por lesiones y enfermedad sobre todo), ni jugó en Real Madrid, Juventus, Manchester United o Liverpool? ¿Qué lo puede convertir en el máximo exponente de su raza?

Napoli, la medida de todas las cosas

Su paso por Napoli es la medida de todas las cosas. La euforia que despertó desde que llegó en 1984, y años después de que partió definitivamente (1991), difícilmente se encuentre en alguna parte del mundo con otro jugador. Maradona impulsó a un universo desconocido a un equipo de tercer orden en la propia Italia. Debajo de los top, Juventus y Milan, los poderosos del norte, y también de menor envergadura que Roma o Lazio, los fuertes capitalinos. Figuraba en la escala de un Fiorentina o un Torino. Competía con aquellas grandes organizaciones en desigualdad. Como capitán de un equipo con pocos acompañantes que le pudieran devolver la pelota al pie y masividad de ignotos y/o irremediablemente toscos.

 

Claudio Garella era el arquero de aquel equipo que ganó el scudetto en 1987. Ninguna garantía, con lo que ello implica en su puesto. Alessandro Renica era el segundo central: poca técnica, escasos recursos. Y así línea por línea. Los más potables del plantel dirigido por Ottavio Bianchi eran Ciro Ferrara, Salvatore Bagni, Fernando De Napoli, Andrea Carnevale y Bruno Giordano, poco para hacerle frente a los holandeses de Milan (Rudd Gullit, Frank Rijkaard y Marco Van Basten, más Franco Baresi, Paolo Maldini y otras figuras) y el siempre omnipotente Juventus, con Antonio Cabrini, Gaetano Scirea, Michal Laudrup, Michel Platini, Aldo Serena. Pudo con todos ellos. Fue un triunfo hasta de reinvindicación social para los llamados despectivamente "africanos" del sur de la bota. Años más tarde llegó otra clase de jugadores, como Antonio Careca y Alemao. Obtuvieron la Copa Italia, la Supercopa de Italia y la Copa UEFA, lo que sería la Europa League de estos tiempos. ¿Champions? No, no hubo Orejonas para el mejor.

¿Por qué Napoli es la medida de todas las cosas? Porque marca sustancialmente lo que era Maradona y lo que fueron otros cracks que brillaron después, incluido el propio Messi. Más goleador Lionel, sí. Más veloz, sí. Más años en la cima, sí. ¿Pero entonces cómo es la historia? Es, simplemente, porque lo que hizo Maradona en Napoli fue lo que nunca sabremos si alguna vez en la vida hubiese podido hacerlo Messi. ¿Qué? Ganarle con la camiseta de Zaragoza o del Granada títulos al Real Madrid o Barcelona con sus figuras. Messi saltó de su infancia rosarina y los problemas hormonales al primer mundo catalán que le cambió su vida. Tuvo otra clase de contención familiar, de educación.

Sin carencias. Se formó y llegó a primera rodeado de cracks, y no de "Renicas" o de "Garellas" para enfrentar a las figuras del momento. Provisto de otra infraestructura. Y sobre todo, con el cuerpo sano. Maradona hizo lo que hizo otorgando también el handicap autodestructivo desde los 22-23 años, a pesar de que las noticias sobre sus adicciones tardaron algún tiempo en constatarse. En eso también Nápoles fue la medida de todas las cosas: no vivió en un clima de retiro espiritual ni enyoguizado, sino de juerga con La Camorra. Y aun así consiguió lo que consiguió con la pelota. ¿Se entiende?

 

Nos tocó ir a Nápoles en 1992. Una ciudad todavía sacudida por los recuerdos y por la partida del 10. Lo lloraban por las calles y ni siquiera importaba la eliminación en las semifinales del Mundial 1990 en el San Paolo por penales. Diego seguía siendo Diego para los napolitanos, que lo veneraban como a San Genaro. Volvimos a la ciudad que hay que ver antes de morir en 2015. Entramos en la pizzería Scugnizzo, en la Corso Novara, cerca de la terminal de trenes. El dueño advirtió el tono del idioma y enloqueció al comprobar la nacionalidad argentina. Nos invitó a pasar a la cocina. Toda empapelada por las hazañas de Maradona. Recortes de diarios y revistas, pósters, fotos. Casi un museo. "Lo único que no le perdono a Diego es que no se haya cuidado. Debimos haber ganado más cosas. Una Champions quizá. El solo podía hacerlo", dijo con melancolía. Asoma el hijo del dueño, de unos 25 años. El padre le pregunta: "¿Maradona o Messi?". Y el muchacho responde sin dudar: "Como Diego no hay". Nunca lo vio jugar, pero el padre le transmitió su pasión y amor incondicionales por Maradona.

 

La otra referencia: Maradona/selección

Si se quiere ir más lejos, está su impronta de selección. Con gloria y papelón incluido. Maradona necesitó prepararse especialmente para México 86 porque ya eran tiempos fuertes de adicciones. Y aprovechó con creces "su Mundial", a los 26 años, una edad justa. Aunque antes mostró que era muy humano, cuando en plena eliminatoria, no podía llevar al equipo a la clasificación y el milagro lo concretó una coreajeada de Daniel Passarella completada por Ricardo Gareca.

Años más tarde, casi provoca una hazaña en Italia 90, con el cuerpo ya baqueteado y sacudido por los golpes. Estados Unidos 1994 quizá no debió haber existido en su carrera, pero la desesperación colectiva ante un repechaje con Australia en 1993, luego del 0-5 con Colombia en el Monumental, le abrió la hendija necesaria para que fuera considerado (paradójicamente) "el mesías". Casi un ex jugador, con el físico en penumbras, buscado como salvavidas por la AFA manejada por Julio Grondona. Una conducción que no guardaba muchas diferencias con la actual que encabeza el doble comando Claudio Tapia y Marcelo Tinelli, con todas sus precaridades a cuestas.

 

El Maradona de selección marcó otra diferencia sustancial en su favor para el ranking imaginario. Es el capitán que se extraña. El que se hace escuchar. El que intimida a los rivales. El que se pelea con el poder. El que brilló en la época donde no existía el fair play: los partidos de Maradona, con el reglamento de hoy, hubieran terminado con dos o tres jugadores menos del rival de turno por partido. Aquella era la época del "vale todo" y una tibia tarjeta amarilla al tercer o cuarto trancazo de esos que hoy da escozor ver en videos.

El Maradona personal, el bravucón, insolente, olvidadizo, cambiante, político, es el Maradona que no juega y que incidió en el hartazgo colectivo. Es el Maradona capaz de llamar "Cartonero Báez" a Mauricio Macri, de fustigarlo hasta el último de sus días, pero es el mismo Macri al que le fue a pedir prestada la Bombonera para celebrar los 15 años de su hija Dalma Nerea. El Maradona de las convicciones relativas. De las contradicciones.

El Maradona que jugaba es aquel que se ve en los videos, el que hoy haría destrozos en las redes sociales y saldría primero a la cancha, con la cinta de capitán y el pecho inflado, en los FIFA 21. Provocando los alaridos de quienes lo tendrían siempre en su equipo.

Fuente: La Nación / Argentina

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