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Kylian Mbappé ha tenido una carrera meteórica. Con 18 años fue campeón de la Ligue 1 de Francia. Un año después se coronó campeón del mundo en Rusia. Actualmente es la estrella del PSG con 22 años. En el equipo parisino tuvo al uruguayo Edinson Cavani, sin embargo con la salida del charrua, Mbappé parece identificarse más con el estilo de Neymar. A pesar de todos sus logros, la joven estrella francesa parece estar aún en la búsqueda de un estilo propio.

Así describe la encrucijada de Mbappé, el columnista Diego Torres de El País:

La noche del martes Mbappé saltará al Camp Nou a disputar la ida de los octavos de final de la Champions. Sin Neymar ni Di María, ambos lesionados, lo hará revestido del uniforme de figura principal. “Espero el máximo de los grandes jugadores”, dijo Mauricio Pochettino, el técnico del PSG; “y en este caso de Kylian. Cada uno debe cumplir su función, y las ausencias de Neymar y Di María son importantes”.

La presión se redobla. A sus 22 años, el delantero está a punto de culminar su formación sumido en un conflicto vocacional que tiene muy preocupado a su círculo de asesores, con su padre, Wilfried, a la cabeza. Entre todos llevan meses intentando convencerlo de que tiene ante sí una oportunidad histórica: explotar sus descomunales condiciones de goleador y convertirse en el sucesor de Pelé, o dejarse llevar por la tentación placentera de emular a Neymar en su versión más frívola de —parafraseando a Juanma Lillo— “jugador de jugadas”.

Futbolísticamente, el crecimiento exponencial que anunció el goleador que ganó la Ligue 1 con el Mónaco en 2017, no acaba de producirse a pesar de su desarrollo muscular. En la Champions, la prueba definitiva, lleva seis partidos de eliminatoria sin marcar. En el año natural de 2020 disputó 11 encuentros, incluyendo la final contra el Bayern, y no anotó un gol hasta la última fecha de la fase de grupos, cuando se midió al Estambul Basaksehir, que ya estaba eliminado, y le metió de penalti el 3-0. Hasta 17 jugadores hicieron más goles que él en competiciones de la UEFA en el curso 2019-20.

Aconsejado por sus representantes Mbappé lleva meses intentando sepultar la pulsión poética. Dicen que en el cara a cara se muestra receptivo a la idea de reafirmar su identidad de jugador de rendimiento. Se ha embarcado en su reconversión industrial particular: concentrarse en la portería contraria, intentar ser contundente, acompañar más las jugadas. Pero, según advierten en el club, no se le ve cómodo. Ante la duda, surge la crispación y acaba por bajar al mediocampo a volantear y a pedir la pelota al pie. Ahí exhibe sus carencias. Nunca tuvo madera de organizador ni de virguero. Muy pocos futbolistas consiguieron mucho rendimiento con poco esfuerzo. Ni siquiera los grandes virtuosos como Neymar.

“Hay dos tipos de superestrella del fútbol”, dice un agente que trabaja con el PSG; “los que se jerarquizan a través de la generación de juego, como Maradona, Messi o Iniesta; y los que se jerarquizan a través del gol como Pelé, Cristiano, Van Basten o Ronaldo Nazario. El problema de Kylian es que durante mucho tiempo renunció a su naturaleza de martillo; no le entusiasmaba la idea de hacer historia reventando marcadores. Él quería meter solo goles mágicos. Hay momentos en que puede desbordar por potencia, pero prefiere echar el freno, hacer la estatua, hacer un arabesco y regatear de continuo, o bajar al mediocampo sin saber medir los tiempos del juego con la puntualidad de Neymar”.

Le preguntaron a Ronald Koeman si proyectaba protegerse de Mbappé de algún modo especial. “No soy partidario de poner marcajes individuales”, respondió. “Cuando tenemos el balón tenemos que estar pendientes de estar bien colocados por si lo perdemos”.

El sábado ante el Niza, un equipo que adelanta su zaga hasta el campo contrario si es preciso, el PSG dispuso de grandes espacios para correr. Hasta nueve veces comandó Mbappé el contraataque. Se topó con el imberbe Andy Pelmard, un lateral de 20 años al que solo desbordó en dos ocasiones: una para centrar fuera y otra, en el minuto 87, para provocar una falta pegada la banda. Demasiado pendiente de recibir al pie, menos inclinado a desmarcarse entre líneas que hacia el balón, si el PSG se desplegó frente a una defensa bien equilibrada, él no ayudó a darle fluidez a las acciones. Mal acompañado por unos mediocampistas que lo abastecieron a destiempo, remató tres veces, las tres fuera del área y desviado de los tres palos. Malhumorado, cometió alguna infracción. Le mostraron tarjeta amarilla. Draxler y Kean hicieron los goles del PSG (2-1).

Llamado a convertirse en el mejor jugador del planeta, hoy Kylian Mbappé atraviesa una crisis de identidad futbolística. El Barça le ofrece dos caminos extremos: gloria o intrascendencia.

 

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