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Cuando al español Luis Suárez le entregaron el Balón de Oro en 1960, se lo dieron en la cancha, antes de un partido, se sacó dos fotos y al premio se lo llevó el utilero. El mismo Suárez cuenta que nunca más lo vio. Ahora hay una gala despampanante, donde los futbolistas compiten con sus trajes, sus peinados y sus novias, además de perseguir el Balón de Oro. El ombligo del fútbol dejó de ser la pelota, ahora se trata de los héroes. Una impactante metamorfosis que venía cabalgando con bravura desde los '90. El fútbol se volvió infinito, derribó todas las fronteras y definitivamente conquistó la aldea global en las dos últimas décadas. Quizás, sea la más formidable transformación que trajo el siglo XXI en un deporte que apuesta con las cartas marcadas: impredecible como ningún otro, juega con las emociones de la pantalla planetaria más fiel.

El fútbol se industrializó detrás de una multimillonaria rentabilidad. No hay que satanizarlo ni negar lo evidente detrás de un falso romanticismo. ¿Se deshumanizo el fútbol en esta era? Sí, un precio cobran los millones. Las celebridades se saben un producto y todo lo calculan. Creemos que conocemos todo de los héroes, pero es mentira: Diego Maradona, Johan Cruyff o George Best no necesitaban de un agente de imagen. Eran más genuinos, en su magia y en su irreverencia. Ahora todo está mucho más tallado, como los abdominales de Cristiano Ronaldo. Está pautado, como los mensajes de Lionel Messi en las redes sociales. Conocemos mejor el decorado, pero la esencia se guarda bajo siete llaves. La arquitectura de las relaciones está pensada así: mayor enigma, se potencia el interés, crece el negocio.

En el camino, se cotizó la frivolidad con la complicidad de los medios, claro. Hoy un jugador tiene que estar tan dispuesto a partirse la ceja en un córner como a viajar en su avión privado, con su peluquero, para recoger un premio. La audiencia les presta atención a ambas cosas, por eso el fútbol empezó a darle importancia a aquello que no lo tiene.

La espiral comercial alcanzó su climax con la aparición de jeques y magnates que compraron decenas de clubes. Revolucionaron las cifras, transfiguraron el mapa, estallaron los mercados y, también, quebraron el fair play financiero. El marco cobró brilló, sin dudas, pero se distorsionó la competitividad en nombre del espectáculo. Salvo el infiltrado Leicester en 2016, la corona de la Premier sólo se la probaron los poderosos de siempre, sin lugar como en la última década del siglo XX para Blackburn Rovers (1995) o Leeds (1992). En España, solo tres títulos se les escaparon a Barcelona y Real Madrid en 20 años, mientras que antes hasta se consagraba La Coruña. Como en Italia, donde ya no repitieron Lazio, Sampdoria o Napoli, campeones en los '90. Qué decir de Francia, dominada en el principio por Lyon y luego por PSG, para dejar en el recuerdo los campeonatos de Lens, Auxerre, Nantes o Bordeaux en el cierre de la centuria pasada.

Capitales de Qatar, Singapur, China, Rusia y Estados Unidos, entre otros, marcan el ritmo con su fusta. Su billetera. Fenómeno de este siglo, hoy el ruso Román Abramovich aparece como el pionero cuando adquirió Chelsea en 2003. Moratti, Berlusconi o Jesús Gil y Gil son un anacronismo. Las familias reales cataríes de Sheikh Mansour y Nasser Al- Khelaifi, el austriaco Dietrich Mateschitz, los norteamericanos Stanley Kroenke y Malcolm Glazer, o el ruso Alisher Usmanov son los patrones que suben o bajan el pulgar. Para donde se mire, se descubrirá que las fortunas extranjeras colonizaron las ligas. PSG, Manchester City, Atlético de Madrid, Inter, Milan, Monaco, Valencia o Málaga, sólo por citar ejemplos de distinto peso, ya no conservan aquellos dueños... Apenas cinco clubes de la Premier League están en las manos (bolsillos) de los ingleses. Por ahora resiste Alemania gracias a la 'regla 50+1', que obliga a que la mayoría de los votos en el consejo de los clubes pertenezcan a los socios. Con las excepciones de las entidades controladas por compañías, como Wolfsburgo, cuyo propietario es Volkswagen, y Bayer Leverkusen, dirigido por la farmacéutica Bayer.

Hasta el siglo pasado, los 16 mundiales se habían jugado en Europa (9) y en América (7). En este siglo, la FIFA salió de cacería: Corea-Japón 2002, Sudáfrica 2010, próximamente Qatar y se desespera por satisfacer más temprano que tarde a China. Todo se disparó en las dos últimas décadas. La explosión fue vertiginosa. Abusiva, también. Entre las 40 principales transferencias de la historia, recién en el puesto 39 aparece una anterior a estos 20 años: Luis Figo y su polémico paso de Barcelona a Real Madrid, en 2000, por los hoy insignificantes 60 millones de euros. Desde entonces, los sucesivos pases que fueron estableciendo un récord tras otro -hasta el cielo que impuso Neymar, de Barcelona a PSG, por 222 millones de euros en 2017-, constituyen una bolsa de 3223 millones de euros.

En el medio hay un juego extraordinario, que siempre se las arregla para sorprender. Cuenta con un guionista tan incansable como ocurrente. Que les hace lugar a todas las ideologías, a Mourinho, a Ferguson, a Simeone, a Klopp, a Capello y a Wenger. Pero el concepto colectivo más afinado, el canto de sirena de este siglo trajo una matriz española: el irrepetible Barcelona de Pep Guardiola que en 2009 elevó el juego a la perfección, y la selección española de Vicente del Bosque, que tuvo la astucia para arroparse en la escuela catalana.

Y si de héroes se trata... En el portugués Cristiano Ronaldo hay un componente de vanidad, sí, pero es el alimento de su enorme ambición. Ese ego lo lleva a competir con un genio como Lionel Messi, al punto de que cuando Messi se distrajo, le arrebató el Balón de Oro. Entre ambos han acaparado más de la mitad de los mejores premios, han obligado a que el resto cuente migajas. Y entre 'los demás', aparecen Neymar, Ibrahimovic, Xavi, Iniesta, Ronaldinho, Kaká..., para entender la dimensión de la 'tiranía' del duopolio.

Cristiano es el gimnasio y Messi la poesía. Efectivos los dos, se necesitan. Ser contemporáneos fue una bendición para ellos. Pero, ¿Messi es el mejor de la historia? Esa no es la discusión. Desde la mismísima creación, nadie se mantuvo tanto tiempo en la cima, y eso sí lo vuelve único. Esta fabulosa multinacional cuenta en la cancha con dos CEOS de lujo. El dinero no tiene un pelo de zonzo. Y ha entendido perfectamente que, para captar aficionados, especialmente los remotos, con ganar no alcanza. Tiene que impactarlos, fascinar a los aficionados porque eso los termina de adherir. Como jamás había ocurrido, en los últimos 20 años el fútbol se propuso potenciar su carta de clientes. Un éxito con peligrosas derivaciones.

Fuente: La Nación / Argentina

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