La final ante Alemania se recuerda por el árbitro Codesal, pero el línea de ese partido, el colombiano Pérez Hoyos, vivió un episodio singular: estuvo en manos del Cartel de Medellín.
La historia comienza con una foto: esa en la que posan los árbitros y los capitanes. Los protagonistas, de izquierda a derecha, que ese 8 de julio de 1990 están ahí de cara a los flashes y a la Historia, son el Diego (29 años, camiseta azul, shorcito blanco, la cinta, el pecho hinchado, el tobillo hinchado, los huevos hinchados, ya soltó el "hijos de puta" cuando silbaron nuestro himno); a su lado está el línea colombiano Armando Pérez Hoyos (38 años, ingeniero, profesor de un politécnico en Medellín); en el centro, se ubica el señor Edgardo Codesal (39 años, mexicano, ginecólogo, nieto de un argentino, las manos a los costados, el pelo prolijo como en el primer día de clases, listo para hacer bien los deberes); al lado, el otro línea, el polaco Michal Listkiewicz (37 años, las canas, el bigotito, esta foto que seguramente irá a parar a una repisa de su casa en Varsovia); y el último es Lothar Matthäus (29 años, shorcito negro, campera blanca con ese diseño geométrico tan novedoso y noventoso, las manos hacia atrás, la mirada fría de un general de las SS).
La escena, se sabe, pasó en el estadio Olímpico de Roma, convertido durante ese día en una cervecería de Munich. Los protagonistas de esa jornada, también se sabe, serán el torpe Sensini, el implacable Brehme, el Diego y su llanto, el Moncho Monzón y su arte marcial, pero, sobre todo, el protagonista será ese caballero que manda en el centro de la escena: Edgardo Codesal. Nadie reparará, lógicamente, en ese línea colombiano que está en la foto previa al partido, parado junto a Diego. El odio eterno, las puteadas, el rencor, todo, se lo llevará Codesal. Pero lo cierto es que a metros de la escena del crimen, es decir a metros de Sensini y de Völler, estaba, también como testigo, ese línea llamado Armando Pérez Hoyos, primer y único colombiano en una final de Copa del Mundo.
Pérez Hoyos jamás había imaginado estar en la final de un Mundial: en el campito del Departamental, barrio de la periferia de Medellín en el que se crió, lo elegían siempre último en el pico-monto (el pan y queso colombiano). Jugaba porque era el dueño de la pelota. Si en ese entonces alguien le hubiera dicho que terminaría en una Copa del Mundo, no lo habría creído. “Aquel fue el momento cumbre de mi carrera. El árbitro siempre será el malo de la película del fútbol. Nuestras satisfacciones son más personales. Recuerdo que a Edgardo Codesal y a mí, Dezotti nos dijo hasta de qué íbamos a morir. Lo mismo pasó con Maradona. Nos dijeron de todo".
Lo cierto es que, más allá de las amenazas del Diego y del Galgo Dezotti, fue dos años antes de aquella final en Roma cuando Pérez Hoyos estuvo realmente al borde de la muerte. En la noche del martes 1 ° de noviembre de 1988, mientras se dirigía con otros árbitros al aeropuerto de Bogotá, tras una reunión en Dimayor, la AFA colombiana, su auto fue interceptado por varios hombres armados. A los otros dos jueces los hicieron bajar del vehículo, mientras que a Pérez Hoyos se lo llevaron encapuchado. Lo tuvieron en una casa, atado de pies y manos. Le decían que estaba ahí a la espera de una llamada telefónica en la que se le daría un mensaje. En Colombia se estaba jugando el octogonal que definiría al campeón y eran los tiempos del auge de la violencia narco, del Atlético Nacional del Cartel de Medellín de Pablo Escobar y del América del Cartel de Cali de los hermanos Rodríguez Orejuela.
“Por teléfono, un desconocido me dijo que el arbitraje colombiano se manejaba muy mal. Le pregunté que por qué me habían escogido a mí y me respondió que pudo haber sido otro de los jueces el que corriera con la misma suerte”, contó Armando Pérez Hoyos al ser liberado tras más de 20 horas de cautiverio. Explicó que debió negociar su libertad y que aceptó transmitir el mensaje: "Al árbitro que pite mal, lo borramos".
"Me dijeron que los arbitrajes debían ser limpios", contó Pérez Hoyos, quien relató que los secuestradores se referían con desprecio a América de Cali y Santa Fe de Bogotá. La voz que le hablaba se quejaba de que estos clubes compraban frecuentemente a los árbitros y le detallaba que su secuestro era el resultado concreto de lo que había pasado días antes, cuando el partido entre Quindio y Santa Fe había terminado en batalla campaña por culpa del árbitro que había adicionado demasiados minutos. El hombre del teléfono se identificó como vocero del Atlético Nacional, Millonarios, Quindío, Pereira, Cúcuta y Junior, clubes que, según la voz, se veían afectados por los arbitrajes. Pérez Hoyos nunca supo si el que le hablaba era Pablo Escobar, pero sí entendió que era secuestrado por el Cartel de Medellín.
En ese entonces, la Dimayor, por intermedio de su secretario, Jorge Correa Pastrana, condenó el secuestro de Pérez Hoyos y negó la existencia del soborno de árbitros en el fútbol colombiano. Sin embargo, la violencia siguió: apenas un año después, tras un partido entre Independiente de Medellín y América de Cali, fue asesinado el árbitro Álvaro Ortega. Este juez cometió un gravísimo pecado: faltando dos minutos, anuló un gol de chilena al DIM (cobró jugada peligrosa), que terminó cayendo 3-2 ante el América. “Ese día yo estaba al lado de El Patrón. Pablo quedó muy ofendido y ordenó a Chopo que buscara al árbitro Álvaro Ortega para matarlo ”, cuenta Jhon Jairo Velásquez, alias Popeye, en el documental Los dos Escobar. Al árbitro Álvaro Ortega le dispararon desde un auto a la salida del restaurante Sorpresa, en Medellín, ubicado a 100 metros del hotel en el que se alojaba. El primer disparo le dio en una pierna: lo remataron de otros nueve. El torneo colombiano fue suspendido por primera vez en su historia y en ese 1989 no hubo campeón.
Fuente: Olé
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