La Selección de Países Bajos jugó la final de la Copa del Mundo de Alemania Federal 1974, exactamente enfrentando al elenco anfitrión.
En aquella disputa el nombre de Johan Neeskens se colocó en los libros de la historia del futbol mundial, tras anidar la diana más rápida en el duelo por el título internacional.
La Oranje puso el balón en juego en aquella final de 1974 y no perdió la posesión desde aquel momento.
El bullicioso público alemán no dejó de abuchear ni de silbar a los hombres de Rinus Michels mientras se pasaban el balón con total tranquilidad, totalmente indiferentes a las reacciones de los espectadores.
Entonces, Cruyff arrancó a la carrera desde el centro del campo para internarse en el área de la República Federal de Alemania, donde lo derribó Uli Hoeness.
El árbitro del encuentro, John Taylor, señaló el punto penal. En el minuto de juego transcurrido, ningún jugador alemán había tocado el balón.
El lanzador habitual de penales de los holandeses no era su emblemático capitán, sino un tocayoque también acabaría jugando en las filas del Barcelona: Johan Neeskens.
“Cuando se pitaba un penal, sabía que me tocaba a mí lanzarlo”, declaró Neeskens años después. “Para un jugador, es todo un poco extraño, porque a veces necesitas haber sentido el balón. Pero en aquel momento, con menos de dos minutos de partido, casi no había tenido la pelota y ni siquiera había calentado lo suficiente. En esas condiciones tienes que lanzar un penal delante de 80.000 aficionados que están en tu contra y, ni que decir tiene, todo el mundo está observándote”.
El entonces jugador del Ajax admitió que se sintió obnubilado por la solemnidad del momento cuando se encaminaba a ejecutar el lanzamiento. “Era la primera vez que me ponía un poco nervioso en un penal”, confesó Neeskens. “Cuando empecé a correr me pregunté: ‘¿Por qué lado voy a tirar?’. Más o menos siempre lo hacía por la derecha. En el último paso, pensé: ‘No, voy a hacerlo por el otro’. Mi intención no era tirar al centro de la portería”.
Al final, ni el cambio de opinión de Neeskens ni el ligero roce con el suelo que levantó las motas de tiza blanca que se aprecian en la emblemática foto importaron demasiado. La pelota entró, y la primera vez que los alemanes la tocaron fue en la reanudación del juego, ya perdiendo por 1-0 con el reloj marcando 1 MIN 27 SEGUNDOS.
Al final Alemania ganó la final 2-1