Cinco de las veinte mejores futbolistas del mundo, según el último ranking del Balón de Oro, sufrieron una lesión en el ligamento cruzado anterior de una de sus rodillas en 2022.
Un daño que experimentó en sus propias carnes la figura de la selección española Alexia Putellas, quien regresó a los terrenos de juego a finales de abril tras padecerla en vísperas de la Eurocopa en julio del pasado año.
A estas se añade Ada Hegerberg, mejor jugadora del mundo en 2018 y quien tuvo un año maldito en 2020 o Lucy Bronze, mejor jugadora del mundo en 2020 y que arrastra continuos problemas de lesiones tras romperse hace unos años. «Si lo de las lesiones de las futbolistas pasara con ellos, la reacción sería inmediata», criticó hace unos días Christen Press, dos veces campeona del mundo con Estados Unidos (2015 y 2019) y quien también padeció dicha lesión.
«La probabilidad de sufrir esta lesión siendo mujer es 4-6 veces mayor que siendo hombre», apunta un estudio de la UEFA llevado a cabo por Markus Waldén, Jan Ekstrand y Martin Hägglund.
Según otro estudio realizado por el Instituto Cugat del Hospital Quirón Salud Barcelona (España), a partir de los datos de la delegación catalana de la Mutualidad de Futbolistas entre 2015 y 2021, determina que las jugadoras se lesionan del ligamento cruzado anterior (LCA) entre 1,5 y tres veces más que los hombres, ya sea con un esguince o una rotura producida durante la práctica deportiva. Y que una de cada 100 mujeres futbolistas sufre durante su carrera una lesión de este tipo. La ratio de los hombres se queda en uno cada 300.
Sin ir más lejos, el pasado año batió los récords del fútbol femenino al contabilizarse más de 60 casos. Y no solo es un calvario por el periodo que mantiene inactivo a quien la sufre, sino también por las secuelas que puede producir en el deportista.
Factores biomecánicos, hormonales o socioculturales
La ciencia justifica -más allá del aumento de las licencias provocado por el auge del fútbol femenino así como el aumento de partidos de los últimos años- en factores múltiples intrínsecos de la propia lesión que van desde hipótesis anatómicas y biomecánicas como hormonales o socioculturales.
«Debemos tener en cuenta el ángulo Q, que es el que forman el fémur y la tibia. En las mujeres suele ser mayor que en los hombres debido a la amplitud de la cadera. Este ángulo provoca mayor estrés sobre la rodilla debido al valgo estático y dinámico que genera», explica Pablo Andrés Valverde, que ahonda en la memoria de su Trabajo fin de Grado (TFG) de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, cómo el desequilibrio de fuerza entre isquiosurales y cuádriceps o la muesca intercondílea más estrecha en la rodilla de las féminas, supone un riesgo en la temida lesión de LCA, debido a que «aumenta el pinzamiento del ligamento cuando la rodilla está en posiciones de valgo». Por ejemplo, cuando la mujer salta no suele caer recta, lo que hace que la rodilla suela ir hacia dentro.
La mayor laxitud de las articulaciones, la mayor rigidez del ligamento o la diferencia anatómica de las piernas y caderas influyen en esta predisposición a sufrir este tipo de lesiones», indica el doctor Juan Carlos Ferragut, jefe de la Unidad de Cirugía Ortopédica y Traumatología de IMED Levante en territorio español.
«A día de hoy la ciencia está intentando avanzar para dar respuestas más claras en cuanto a las hipótesis hormonales; no se puede sentenciar que los estrógenos o la testosterona modulen el riesgo de lesión, pero sí hay que tenerlo en cuenta. Por ejemplo en el caso de las lesiones por estrés óseo (otro de los problemas más frecuentes en las mujeres) se ha demostrado que las mujeres tienen una prevalencia de trastornos de alimentación, deficiencias nutricionales, disminución de la densidad ósea y amenorrea (ausencia de menstruación), relacionadas con el aumento del riesgo de sufrir este tipo de lesiones», explica Esther Morencos, vicedecana de investigación, innovación e internacionalización de la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid y también mentora de Fifa en el programa de desarrollo de fútbol femenino. En este contexto, la experta apunta a la ausencia de investigación y ciencia en cuanto a la preparación física de las mujeres para evitar este tipo de infortunios.
Perspectiva de género
Del mismo modo, aunque la mayoría de estudios inciden en la anatomía específica de la mujer y las hormonas, los expertos investigan factores extrínsecos desde una perspectiva de género. «El género puede influir en algunos factores como la falta de acceso de las mujeres a equipos deportivos con las estructuras más adecuadas en recursos, la falta de oportunidades para el entrenamiento y la competencia, o las diferencias en las expectativas y las presiones sociales. Del mismo modo hay otros factores de riesgo como el tipo y la calidad del equipo deportivo utilizado y las condiciones en las que se realiza la actividad - tipos de superficie y su cuidado - por ejemplo», incide la experta, que apunta como clave este apartado para este problema. Mejores instalaciones y equipos de trabajo pueden reducir los riesgos, tal y como recogen estudios recientes. Los clubes deberán invertir en este apartado.
«Esta lesión se observa cada vez antes en deportistas jóvenes que se imponen un alto nivel de auto exigencia desde categorías inferiores. En muchos casos el nivel y exigencia de los entrenamientos no está acorde a la edad de las chicas», afirma Ferragut.
Todo influye. Los músculos de la mujer no tienen el mismo volumen que el de los hombres aunque se puedan trabajar con el diseño de entrenamiento de fuerza específico. Los gestos, las posturas y los ciclos menstruales también. «Debemos prestar algo más de atención la mecánica del aterrizaje tras el salto y un tamaño más pequeño del propio ligamento cruzado; sin olvidar el impacto que los ciclos menstruales podrían tener sobre la producción de otros metabolitos esenciales para reducir los procesos inflamatorios y que también pueden afectar la resistencia de los tejidos musculares», resume el profesor Manuel Jiménez López, doctor en fisiología humana y de la actividad física y el deporte de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR).
Según algunos estudios el estrógeno limita la producción de colágeno durante varias fases del ciclo menstrual, por lo que disminuye la capacidad de soportar carga del LCA. Esto se resumen en que hay más lesiones durante la fase folicular, preovulatoria y ovulatoria.
Prevención de este mal
Para los expertos es necesario que los preparadores físicos tengan en cuenta el ciclo menstrual a la hora de llevar a cabo entrenamientos individualizados para que según en qué fase se encuentre haga una carga de ejercicio u otros, evitar la alta intensidad en días puntuales... «Lo primero es educar, porque la mujer debe poder conocer su cuerpo en todos sus aspectos y en base a ello los entrenadores, pero sobre todo ella misma con la experiencia, tomarán mejores decisiones en su proceso de entrenamiento. Esto puede ir desde ayudarse con la nutrición o la fisioterapia, hasta jugar con las sensaciones para subir o bajar la carga de la sesión. Es reciente que se vienen publicando estudios de cuestionarios donde se pregunta a las deportistas por su conocimiento del ciclo, por sus percepciones y/o por su capacidad de comunicación al respecto», indica Morencos.
Una buena preparación física y técnica es esencial para la prevención de este mal. «Los programas que han mostrado disminuir la frecuencia lesional inciden en el trabajo de la fuerza -sobre todo de los músculos del tren inferior, el control neuromuscular, control motor, core, la propiocepción, el aprendizaje de la técnica de amortiguación (salto, cambios de dirección, etc.), la flexibilidad y el trabajo excéntrico. Sumado a esto están los 'extras' claro, el calzado que se ajusta al pie femenino, otros tipos de órtesis, hoy en día la tecnología nos ayuda mucho a sumar 'protección' para el cuerpo de los deportistas», apunta Morencos.
Fuente: Diario El Correo España