Según el diario El Confidencial de España, Leo Messi lleva el brazalete de capitán porque es el crack, la estrella, el ídolo e, incluso, lo más conveniente por marketing, pero asegura que le queda bien para la foto, pero no ejerce como líder.
Andrés Iniesta sufrió el miércoles, en el partido entre el Vissel Kobe y el Kawasaki Frontale, una de esas derrotas que duelen y te dejan una sensación de vergüenza. Su equipo fue goleado (0-6) y la reacción del futbolista español fue la de pedir disculpas con un mensaje en su cuenta de twitter. “Muy duro. Solo podemos pedir perdón a todos nuestros aficionados”. Las disculpas de Iniesta, que fue suplente en el encuentro y entró al campo cuando el equipo ya perdía por 0-4, chocan con el silencio de Leo Messi.
Al capitán del Barcelona le ha faltado empatizar con el sufrimiento de los aficionados después del bochornoso 2-8 contra el Bayern de Múnich. En un primer momento se podía hasta entender su dolor o frustración. No habló tras el partido. El silencio de Messi, con el paso de los días, se interpreta ya como un acto de cobardía. El capitán del Barcelona se ha escondido y deja la sensación, con el bombazo de enviar un burofax al club para pedir su salida, de que se baja del barco y no tiene el sentimiento de lealtad que, por ejemplo, ha demostrado Iniesta con los aficionados del Vissel Kobe.
El español ha tenido más vergüenza con los seguidores japoneses que el argentino con los culés. En este periodo de crisis y confusión en el que está sumido el Barcelona, y que puede acabar en tragedia si finalmente Messi consigue su propósito de marcharse del Barça a coste cero, se echa de menos la figura de un gran capitán. Messi ha fracasado en el rol de portavoz del equipo. No es un buen capitán porque, aunque es el mejor en el césped, le falta liderazgo fuera para amortiguar los golpes, levantar la moral de los aficionados y ser, por encima de todo, un hombre de club.
El enfado de Piqué
En Barcelona echan de menos la figura de un capitán como Andrés Iniesta. Leo Messi no da la cara cuando más se necesita encontrar un discurso que haga más llevadera una catástrofe. Ni lo hizo en las duras derrotas contra la Roma y Liverpool, ni lo ha hecho en Lisboa con el batacazo en la Champions. Cedió los trastos a Gerard Piqué (siempre valiente), que tuvo un discurso muy autocrítico y llegó a abrirse la puerta. “Soy el primero en ofrecerme para irme si hace falta sangre nueva. No hay nadie imprescindible. Vergüenza es la palabra. No se puede competir así”, fueron las declaraciones de un jugador que siente más el escudo que Leo Messi. Piqué es más capitán y, sobre todo, más culé que el argentino.
Leo Messi lleva el brazalete porque es el crack, la estrella, el ídolo e, incluso, lo más conveniente por marketing. Le queda bien para la foto. Pero no es digno de llevarlo y, además, empieza a molestar en Barcelona que nunca asuma sus errores. Es un capitán de cartón piedra. De decoración. Ha demostrado que, en la derrota más humillante, él no pone la cara. Un capitán tiene que estar para las buenas y las malas. Un verdadero líder debe ponerse en primera línea cuando el ejército está débil. Messi no es Iniesta. Ni tampoco Puyol, Xavi y Piqué. Ha pasado por La Masía, pero La Masía no ha pasado por él. Su egoísmo, espantada y fuga en el peor momento que vive el Barça en muchos años le deja en evidencia y queda demostrado que Messi lo que siempre ha querido es estar por encima del club.
Messi nunca ha entendido lo que es ser un buen capitán, cómo hacer una autocrítica constructiva y sofocar las crisis deportivas e, incluso, institucionales. Está mejor callado que cuando sale, tras una derrota como la de Osasuna a mediados de julio, para dejar en mal lugar a su entrenador y el resto de compañeros. “Ya dije que jugando así, no ganamos la Champions. Y no nos ha alcanzado ni para la Liga”, comentó en una de sus mayores rajadas.
Parece que cuando gana el Barça es siempe por Messi y cuando pierde no se siente responsable. Ni se le puede hacer culpable. No debería ser así. Su comportamiento es caprichoso e inmaduro. Piqué, con sus palabras tras la goleada del Bayern de Múnich, se lo ha dejado claro. Un Piqué que no ha hecho ni un gesto público, ni ha mediado en todo el lío que ha montado el argentino con el burofax, para tratar de convencerle y que se quede. Por el domicilio de Messi, en el que pasan horas y horas los reporteros de Barcelona haciendo guardia, solo ha aparecido su amigo Luis Suárez.
La actitud del capitán, por lo tanto, deja mucho que desear de lo que tiene que ser un líder que tiene la obligación de unir al equipo y a un club situaciones de crisis. Messi, más que unir, lo que ha hecho es dividir. Si finalmente se queda quedará señalado como un mal capitán, que se esconde en las duras derrotas y cuando sale a hablar lo que pretende es salvarse de la quema. Por muy bueno que sea en el campo, queda demostrado que no sabe lo que significa llevar el brazalete de capitán como hacían otros referentes al estilo de Iniesta, Xavi, Puyol y ahora Piqué.