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Es muy difícil resistirse a pasar de un salto, o brinquito, la final de la Champions entre dos equipos muy diferentes. 

Un equipo experimentado, el Bayern de Múnich, acostumbrado a  las finales. Más inteligente, mucho mejor cohesionado, que con un movimiento perfecto se llevó la copa; contra otro, el PSG, enamorado de las bicicletas, la ropa interior, las fiestas o la magia de los túneles, los amagues o taquitos. Al final la magia es solo lo que dejan las manos de los ilusionistas.

Neymar sabe lo que es ganar una Champions, pero nunca como líder: esos que se echan el equipo al hombro, como Cristiano Ronaldo.

Muchos echaban sus miradas en Kylian Mbappé, llamado a convertirse en el referente del fútbol mundial, detectado por las multinacionales que lo patrocinan, alabado por la prensa. Su físico. Cada vez es más potente, más veloz, aunque su fútbol dejó de evolucionar desde el 2016, cuando abandonó la toma de decisiones. Sin embargo a los 21 años ya es una multinacional que produce millones.

El panorama en este partido para Mbappé era inigualable. Hans-Dieter Flick, entrenador del Bayern, no se amedentró con todas las características de este jugador. Planteó el partido con una presión alta, que le daba 50 metros a la espalda de los centrales del Bayern, el lesionado Boateng y luego el tanque Süle. Era el panorama del sueño dorado de los patrocinadores que se le abría al jugador más rápido del partido y del futbol. Pero ni Mbappé ni Neymar, demostraron el nivel que todos presumen le dan sustento al proyecto del PSG.

No puedo resistir comparar a Mbappé y Neymar, con algunos jugadores de nuestro medio, que basta que realicen un caño, metan un gol, realicen un par de amagues o corran 60 metros con el balón y centren, aunque sea hacia cualquier lado, para que los suban hasta el pedestal de David Copperfield.

Inmediatamente los tasan en varios millones, los ubican en la Selección Nacional y los ponen a la venta, sin que estén listos para afrontar nuevos retos. Nuevo futbol. Diferentes culturas, Distintos climas. Idiomas que no comprenden.

Siempre existe el espejo donde jugadores y entrenadores se miran. Algunos hablan de Cristiano, Messi, Neymar, Mbappé, Silva, Ederson, o Ramos, como los referentes. O de Guardiola, Klopp. Bielsa, Jesús o el que esté más visto por la televisión, por los entrenadores. Y todo eso es bueno, pero la pregunta es: Cuánto están dispuestos a mejorar, o a esforzarse para crecer?

Muchos jóvenes jugadores, que los hacen debutar y otorgarles o posesionarlos con el título del más joven en hacerlo en la primera división, se pierden después de dos o tres años. O aquellos que los envían al matadero y seis meses después están de regreso.

El futbol es una profesión constante. Mejora la parte física, pero también la emocional, la fuerza mental para sobreponerse a la adversidad. Mejorar la toma de decisiones en la cancha. Tendrá un joven de 16 o 17 años esas características?

La mercadotecnia es feroz. Implacable cuando encuentra un producto rentable. Cuántas veces en la televisión repiten un caño de Neymar, un regate de Mbappé o una jugada talentosa de Messi ? Muchas, no solo en el partido sino también en redes sociales, los noticieros y ni se diga en los comentarios de los programas televisivos y radiales. Todo vende. Todo es lícito. Pero no todo es bueno para el crecimiento de un futbolista.

El ejemplo de Neymar y de Mbappé en esta final de la Champions, puede ser un punto de partida para diferenciar los ganadores y los ilusionistas.

Escrito por Erwin Wino Knohr / Máster en Comunicación. Lic. Educación Física con especialidad en futbol y baloncesto. Comentarios y análisis deportivos de actualidad.

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