El argentino Carlos Roa recordó la decisión que cortó su carrera deportiva, que apuntaba a estelar.
La biografía de Carlos Alberto Roa es una de esas que el fútbol contiene como relatos que formarían parte de la tradición oral, más que de las hemerotecas. Se trata de un portero excelso, que tocó el cielo antes del presente siglo. Llevó al Mallorca a las mayores cotas de su historia y se convirtió en un nombre grueso del balompié en Argentina, uniformado de pilar de la Albiceleste posterior a Diego Armando Maradona.
Llamado ' El Lechuga' porque sigue una estricta dieta vegana, este guardameta sobrio y rebosante de fundamentos y seguridad en todas las facetas de su disciplina debutó en el profesionalismo como suplente del emblemático 'Pato' Fillol. Fue en noviembre de 1988, y la portería del Racing de Avellaneda le acogió por vez primera. En el punto de partida de una evolución imparable pero con obstáculos.
Enfermó de malaria durante un viaje a África y 'La Academia' decidió prescindir de sus servicios -se llevaba en su pamarés una Supercopa Suramericana-. Entonces, recaló en las filas de Lanús, aportando su clase desde la titularidad a un lustro dorado en el club -peleando por la liga doméstica- que coronaría con la conquista de la Copa Conmebol. Ese título le legitimó como un trabajador de dimesión internacional y Héctor Cúper se lo llevó a Mallorca.
En territorio balear, el técnico edificó un equipo rocoso y complicado de doblegar. En su primer año en España, Roa se exhibió en la final de la Copa del Rey. Perderían el título ante el Barcelona, pero detuvo los lanzamientos de Rivaldo, Celades y Figo en la tanda de penaltis decisiva. Y ese síntoma de calidad se subrayaría meses después, ya que en su segunda temporada llevó al Mallorca a la tercera plaza liguera -el mejor puesto alcanzado por la entidad isleña-, a la final de la Recopa y a la victoria en la Supercopa de España.
Sus actuaciones le erigieron en el Zamora del fútbol español. Y en el verano de 1999, en su pico de forma y en pleno despegue de su senda profesional, optó por apartarse. Con Alex Ferguson anhelando su contratación como herdero del imperial Peter Schemeichel. Roa decidió abandonar la práctica del balompié para centrarse en su modo de vida místico. Se retiró pra avanzar con sus estudios religiosos, dentro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Tenía que prepararse para un presunto inminente apocalipsis y para ello que confinó en El pueblo de Villa de Soto, en su país natal.
Seis meses más tarde volvió a Mallorca. Pero, para su desgracia, nunca recuperó el rendimiento que había enamorado a Sir Alex. El técnico escocés, amén de valorar sus actuaciones en la esfera de clubes, quedó prendado durante el Mundial de Francia 1998. En aquel torneo, Roa era titular en una selección argentina que estaba conformada por figuras como Batistuta, Simeone, Ortega, Crespo, Gallardo, Ayala, Verón, el 'Piojo' López, Almeyda o Javier Zanetti. La estatura de la palntilla era tal que su condición era de favorita al título.
Arribaron a la fase eliminatoria (tres victorias y cero goles encajados en un grupo en el rivalizaron con Croacia, la finalista) y se cruzaron en octavos de final con Inglaterra. En ese brete, recordado por los británicos por la expulsión de Beckham, que picó el anzuelo de Simeone, los penaltis decidieron el futuro de ambos equipos. Y en los lanzamientos desde los once metros Roa detuvo un par, los de Ince y Batty. Siendo declarado héroe nacional. Pero todo eso quedó enterrado al desterrarse por su religión, que prohibía la actividad los sábados.
Esta semana, ahora que tiene 50 años y que forma parte del equipo técnico de los San Jose Earthquakes -que juegan en la MLS estadounidense-, ha concedido una entrevista en el diario inglés Mirror. Y ha recordado lo vivido en aquel tramo trascendental de su vida de este modo: "En ese momento estaba muy apegado a la religión y al estudio de la Biblia. Fue una decisión difícil de tomar, pero al mismo tiempo reflexiva, y mi familia estuvo de acuerdo conmigo. Ciertas cosas sucedieron y solo podía hablar con las personas más íntimas. En aquel entonces se decían muchas cosas por ignorancia y me tildaron de mil cosas malas. La gente del club pensó que iba a regresar".
"Hoy, todavía pienso que a nivel espiritual fue una muy buena decisión. Pero en términos deportivos no lo fue, porque dejé el fútbol en el mejor momento de mi carrera. Podría haber progresado mucho, con grandes contratos y la posibilidad de jugar en Inglaterra", analizó, antes de reconocer que se sintió incomprendido. La oportunidad de ser el portero local em Old Trafford, efectivmente, era un tren que sólo pasó una vez.
Roa confesó que "la gente nunca entederá aquello. Me volvían loco en aquella época, me llamaban de todas partes. Y por mucho que intentaba explicarles mi decisión, era muy complicado para ellos entenderlo". Y se despidió en su intervención trayendo al presente los penaltis que eliminaron a Inglaterra en 1998. Cuando disfrutaba de su plenitud.
"Antes de la tanda de penaltis contra los ingleses, el seleccionador Daniel Passarella se me acercó y me dijo 'mira, tenemos que ganar este partido'. Fue como si mu hubiera puesto una mochial de 50 kilos en mi espalda, pero acabamos la noche con una gran satisfacción. Mi nombre fue escrito en la historia del fútbol argentino y siempre será recordado", sentenció.
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