Cuando por fin empezó a hablar de lo más íntimo que le atormentaba desde niño, Casemiro le dijo a su madre, Magda, que cuando ella lo llevaba a los partidos a jugar él se preguntaba por qué no estaba allí su padre. Lo cierto es que su padre lo había abandonado cuando él tenía tres años, y Casemiro creció con su madre y dos hermanos pequeños en el barrio más pobre de la ciudad brasileña de San José de Campos. No cabían en casa: el chico emigraba por la noche a los domicilios de su tía o su abuela. Por eso del fútbol profesional lo primero que recuerda es una habitación: la del centro de entrenamiento del São Paulo, su primer cuarto.
Con cinco años ya estaba al frente de la casa cuando su madre se iba a trabajar. Con 14, cuando se separó por primera vez de su familia, enfermó de hepatitis en São Paulo y estuvo tres meses en el dique seco, rezando y llorando los dos, madre e hijo, separados por cien kilómetros. Y a los 18, cuando debutó en Morumbi, el estadio del São Paulo, hizo algo que le ha servido de mucho en Madrid: perdió el rumbo. Le deslumbró el dinero y la fama, quiso coches y salir de noche, y en un portento atlético como él su juego cayó en picado. Un técnico de entonces resumió aquello al portal brasileño UOL con esta expresión: “Perdió el foco”. Aprendió la lección.
En el vestuario del Madrid a Casemiro le llaman Case, pero si hay que hablar en serio con él, sus compañeros se dirigen a él como Casemito. Su nombre real es Carlos Henrique Casimiro. Empezó jugando como Casimiro, pero un día en Brasil le estamparon mal su nombre en la camiseta y salió al campo como ‘Casemiro’. El caso es que jugó un partidazo: su actuación fue tan extraordinaria que no se atrevió a tocar nada y pidió seguir jugando con ese nuevo nombre. De este modo el encargado en el campo de corregir los errores tácticos de sus compañeros arrastra en su camiseta un error tipográfico, un nombre nuevo que ha hecho suyo.
“Siempre tuvo un problema, que consistía en que era Mauro Silva pero sólo lo sabía él”, dice José Ángel Sánchez, director general del club. La confianza que tenía en sí mismo a los 21 años, con varias vidas vividas ya por detrás, provocó no pocas risas en el Madrid. “Dadme cinco partidos y demostraré que puedo ser titular”, dijo en 2013 ante la sorpresa del cuerpo técnico. No hubo esos partidos y fue cedido al Oporto, pero dejó su huella en la Décima: salvó al Madrid de la debacle en Dortmund. "Ese partido me cambió la vida”, reconoció en el diario Marca.
Antes de cada encuentro, el 14 del Madrid recibe a uno de sus mejores amigos y consejero en su casa, Óscar Ribot. El jueves Ribot lo encontró con la exuberante confianza de siempre. “Va a ser un partido muy difícil, muy duro”, le dijo. “Pero vamos a ganar”. También expresó algo poco original, pero que sí revela el amor que se tiene como stopper puro: “Yo creo que voy a marcar un gol”. Lo dijo Bale en el hotel de Cardiff, lo comentó también Cristiano; en realidad casi todo el mundo tiene la seguridad de que la final de la Champions será la suya. Lo recordaba Pedja Mijatovic en la víspera del partido: su propio gol lo vaticinó en Ámsterdam. ¿Pero Casemiro?
Sánchez recuerda que en el palco se escuchó, con el balón suelto tras el rechace al tiro de Kroos, un grito habitual entre madridistas: “A dónde vas, Casemiro”. Un balón en tierra de nadie y una bestia apuntándolo. Pero así fue cómo Casemiro marcó uno de los goles del año en Champions ante el Nápoles y así fue cómo marcó el 2-1 en la final. En su casa, 48 horas antes, pensaba en cómo celebrarlo: sería un acto de fe madridista, un besarse el escudo, un señalarse la camiseta. Pero una cosa es estar en casa y otra en el campo: extendió los brazos, hizo la cruz y terminó arrodillado.
Algo le había preocupado en la víspera: Allegri había hablado de él cuando le preguntaron por Bale o Isco. También lo había hecho el Cholo en semifinales. Eso le hizo saberse importante, pero le añadió una presión extra. Es un recuperador, pero también un hombre táctico. Su principal preocupación era la banda izquierda: por ahí tenía a Alves y a Dybala. Dos puñales, zurdo y diestro, para el lateral más ofensivo del mundo, Marcelo. Así que Casemiro y Ramos tenían la misión de vigilar a toda costa el flanco de más calidad de la Juve.
Por ahí precisamente llegó un momento de especial peligro para el Madrid: Dybala a pierna cambiada se trajo a Casemiro a la banda, y de repente el argentino se vio rodeado por el 14, Marcelo y Ramos, que llegó desbocado a ayudar. El genio de la Juve regateó a los tres y se quedó solo para meterse en el área. Pero alguien apareció en ayuda del Madrid: Dani Alves. Se estorbó con Dybala y Marcelo aprovechó para robarles la pelota, que llegó a Casemiro y después a Modric. El croata la adelantó para Kroos, que se desembarazó de su marca y montó él solo un contragolpe. El balón pasó por Benzema, Cristiano y Carvajal antes de que CR marcase el primer gol del partido.
¿Sabía Casemiro que circulaban memes entre los aficionados sobre una posible amarilla en los primeros minutos? Su delicada posición en el campo era una de las preocupaciones del madridismo. Casemiro entra fuerte, a veces con violencia: es fajador, un jugador de contacto. En su entorno prefieren hablar de “intensidad”. Suele hacer algo cuando hay riesgo: pega y se aleja. Falta y adiós. No se queda rondando la escena del crimen y menos, salvo que la considere injusta, protesta al árbitro. Pudo haberse ganado una tarjeta pronto en Cardiff, pero cuando el árbitro llegó al jugador juventino Casemiro estaba en la otra esquina del campo. No había sido tan grave como para ir a buscarlo.
En el Madrid sostienen que el partido se gana por dos razones: el gol de la Juve le recuerda al equipo que ninguna final de Champions es fácil, y tras el descanso el Madrid coge vuelo. Por el estado físico de los jugadores, el mismo que acabó con el Atlético en Lisboa y sostuvo al equipo tras el empate de Milan. Y porque Kroos y Modric empiezan a cargar sin disimulo por la izquierda. Por allí le ganaron dos veces la espalda a Alves en los primeros minutos de la segunda parte: primero Cristiano y luego Isco. Finalmente el que se descolgó por esa banda fue Benzema. El francés se la cedió a Kroos y el tiro del alemán fue devuelto por la defensa de la Juve a una zona perdida. Por allí apareció Casemiro cargado de fuerza y mala leche.
No celebró el gol de Asensio. Se desplomó en el campo boca abajo. Luego puso una rodilla en el suelo y rezó mirando al cielo. Un año antes, en Milán, mientras todos sus compañeros veían los penaltis, él estaba arrodillado de espaldas a la portería. Ante cualquier problema, su madre -presente en la final con toda su familia, los mismos que acogían al pequeño Casemiro porque no había sitio en casa- le pedía rezar porque estaba segura de que Dios encontraría una forma de solucionarlo. En Cardiff, mientras muchos pensaban “a dónde vas”, Dios no solucionó nada: lo solucionó Casemiro.
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