El Mundial apenas inicia, pero en Argentina ya parte de la prensa y de la afición del la Albiceleste, ha mostrado su disconformidad por el estilo que emplea en el equipo el técnico Alejandro Sabella.
Los principales cuestionamientos son de mitad de cancha para atrás, pero también considera que en ataque se puede dar mucho más.
La última vez que Argentina ganó un Mundial fue en 1986.
El periodista argentino Miguel Angel Bertolotto hace un análisis de esta situación.
Dos ideas en pugna
Cuando Sabella se decidió a darle la derecha a Messi, y conformar la Selección de acuerdo con el placer y con las sensaciones del más crack de este tiempo, la divisoria de aguas quedó claramente determinada. El equipo de Messi, con Di María, Agüero e Higuaín girando alrededor de su órbita, no es el equipo ideal de un técnico que hace de la táctica y de la estrategia sus banderas favoritas. En su época de eximio futbolista, Sabella fue un zurdo que se aferraba con uñas y dientes a la religión del toque, de la gambeta y de la estética.
Su paso por la escuela de Estudiantes, allá por el nacimiento de los 80 y con Bilardo como entrenador, probablemente le haya cambiado la cabeza. O, al menos, lo haya convencido de que en el fútbol había algo más que la habilidad y que los firuletes. Sabella no se reconoce públicamente como bilardista, ya que prefiere definirse como pragmático, pero -indirecta o indirectamente- la influencia de las ideas del conductor de la Selección campeona del mundo en México 86 no la puede negar. Sin ser tan fundamentalista como Bilardo, bastaba ver al Estudiantes que Sabella dirigió con gran éxito (2009-11) para reconocer en qué fuentes había abrevado para adosarle una fisonomía y unos conceptos bien definidos. En síntesis: primero, el sistema, el orden y la disciplina; después, las individualidades.
Claro, en la Selección, Messi le cambió el escenario prefijado: no todos los días se dispone de un genio. Sin embargo, llegado el momento de la verdad (léase: el Mundial), Sabella volvió a sus orígenes como técnico. Se miró en el espejo de los recaudos, de las precauciones, de la audacia recortada, de pensar más de la cuenta en el rival de turno, de los cinco defensores. La cuestión fue que ese rival, el del debut, fue ¡Bosnia! Y todos vimos qué es Bosnia... ¿Qué hubiera hecho Sabella si Argentina hubiese tenido que enfrentar a la Holanda que humilló a España o a la Alemania que ayer pasó por arriba a Portugal? Ni pensarlo.
Así, chau equipo de Messi, hola equipo de Sabella. La prueba resultó deplorable, algo que convalidó el propio hacedor con las dos variantes del entretiempo. Esas modificaciones desembocan, de modo inexorable, en varias y desemejantes lecturas. Si de nombres propios se trata, un acierto: Gago e Higuaín le cambiaron la cara a la Selección (sin ser una maravilla ni mucho menos, se la vio con otra consistencia y con mayor insistencia en la búsqueda ofensiva). Y una probable consecuencia negativa: ¿cómo debe haber quedado el estado de ánimo de Campagnaro y de Maxi Rodríguez si apenas tuvieron 45 minutos para demostrar sus capacidades? A simple vista: ellos pagaron los platos rotos del grueso error de Sabella en el armado del equipo. Lo positivo es que el seleccionador admitió su equivocación: eso habla muy bien de él, de su autocrítica. Lo negativo: ¿habrá perdido credibilidad en sus dirigidos, que de golpe y porrazo se toparon con un dibujo infrecuente?
Se calcula que el ensayo malogrado no se repetirá en lo inmediato, aunque nadie da por muerto el 5-3-2. Se sabe que las palabras de Leo, ayer, poniendo los puntos, tuvieron un alto impacto en la intimidad. Se implora, al cabo, para que el equipo de Messi le gane al equipo de Sabella.