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Es una realidad que la esperanza de vida está aumentando. Y aunque resulta evidente que no vamos a vivir para siempre, sí que es cierto que cada vez más personas llegarán a cumplir 100 años o más.

Esto supone, a priori, un éxito en la historia de la humanidad, probablemente explicable por los avances científicos, las políticas de salud pública, y los avances sociales y económicos que han conseguido limitar los fallecimientos prematuros, eliminar muchas enfermedades y, en muchos casos, “domesticar” ciertas patologías que se han convertido en crónicas.

Sin embargo, también supone un desafío para la sociedad, que ya tiene que enfrentar cambios demográficos que afectan a los sistemas sociales y de salud como nunca antes había ocurrido.

En la actualidad, las personas mayores de 65 años representan porcentajes cada vez más amplios. Pero “mayores de 65 años” no equivale a “mayores”. De hecho, probablemente la edad cronológica no sea la mejor forma de caracterizar a las “personas mayores”. Debido a la diversidad funcional de la población, quizá sería más inteligente empezar a valorar otras medidas alternativas para describir lo que llamamos “población mayor”, como la capacidad física y cognitiva.

Por ejemplo, en España, uno de los países más envejecidos del entorno europeo, se estima que en 2068 podría haber más de 14 millones de personas mayores, lo que supondría en torno al 30 % de la población del país. Probablemente, el hecho más preocupante en esa evolución es que el grupo de edad de más de 80 años es el que crece más rápido. De hecho, se prevé que en Europa se pase de 12,5 millones en 2019 a casi 27 millones en 2050.

Lamentablemente, no siempre los años adicionales de vida vienen acompañados de un nivel aceptable de calidad de vida. Vivir más no siempre es sinónimo de vivir mejor. Después de todo, el envejecimiento es un fenómeno tiempo-dependiente asociado a la acumulación gradual de daños moleculares y celulares que al final nos producen problemas de salud.

La realidad es que, aunque aumente la esperanza de vida, la edad de aparición de enfermedad y discapacidad se mantiene constante. Eso implica que la calidad de vida está comprometida durante más años, y con ello la sostenibilidad del sistema. Ciertas formas de ejercicio físico pueden ayudar a mejorar la situación.

La fragilidad y el reto del envejecimiento activo

En esta situación en la que vivimos más pero con muchas enfermedades y discapacidad, la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su informe sobre envejecimiento y salud plantea un nuevo modelo. Según este modelo, el eje fundamental es la capacidad funcional del adulto mayor, y no tanto el tratamiento individual de las enfermedades que se acumulan con la edad y que explican muy poco la discapacidad.

Actualmente, la OMS define el envejecimiento saludable como el proceso de fomentar y mantener la capacidad funcional que permite el bienestar en la vejez. Esto supera el concepto de salud más clásico de ausencia de enfermedad, confiriéndole mayor protagonismo al cuidado y autocuidado.

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Ahora, la visión es más funcional, orientada a construir y mantener la habilidad de las personas mayores a ser y hacer aquello que le de valor a su vida. Se contrapone así a la fragilidad, entendida como el deterioro progresivo, relacionado con la edad, de los sistemas fisiológicos que generan mayor vulnerabilidad y mayor riesgo de problemas sanitarios.

Concretamente, la fragilidad es un síndrome multifactorial que puede afectar negativamente a la movilidad, el equilibrio, la fuerza muscular, la resistencia aeróbica o la capacidad funcional. Además, también se asocia al deterioro cognitivo, la incontinencia urinaria y los problemas de sueño. Todo ellos puede derivar en caídas, dependencia, hospitalización o, en última instancia, la muerte.

Desafortunadamente, entre las personas mayores de 65 años hay muchas que presentan fragilidad: entre el 7 y el 16 %, pudiendo alcanzar hasta el 44 % si se contempla el escalón previo de prefragilidad. Sin embargo, sus negativas consecuencias pueden prevenirse –incluso revertirse– si se aplican las estrategias adecuadas en las etapas previas o iniciales. De ahí que su detección temprana sea fundamental.

Las características del ejercicio físico para mayores

Tendemos a utilizar como sinónimos los conceptos de actividad física y ejercicio, pero no lo son. Y los avances científicos nos explican por qué. Por actividad física entendemos cualquier movimiento que produce un gasto energético, cuyo efecto beneficioso para la salud ya está ampliamente demostrado. En cuanto al ejercicio físico, es un subtipo de actividad física planificada, estructurada y repetitiva, generalmente orientada a mejorar algún componente de la condición física o de la salud.

Un paso que va más allá de las recomendaciones de actividad física de la OMS, con sus incuestionables beneficios, es el de usar el ejercicio físico de una forma más precisa e individualizada. Responde a una doble estrategia, preventiva y terapéutica, que frena la fragilidad y mejora la calidad de vida. Y existe un reciente consenso de expertos en torno a las recomendaciones de ejercicio para mayores.

A diferencia de la actividad física general, el ejercicio debe tener unas características de individualización en relación a la persona, sus características y necesidades, que serán las que determinen el tipo, frecuencia, intensidad, duración y progresión de ese ejercicio.

Por eso es fundamental, para una mayor eficiencia y evitar riesgos, que esté planificado y supervisado por profesionales altamente cualificados. Estos reciben distintos nombres en función de cada país: kinesiólogos, fisiólogos del ejercicio o educadores físico deportivos.

Entrenamiento multicomponente, la píldora de la juventud

Existen muchas formas y tipos de ejercicio que se pueden aplicar orientados a la mejora de algún componente concreto de nuestro estado de forma. Por ejemplo, el entrenamiento de resistencia se enfoca en la mejora de la capacidad cardiorrespiratoria, mientras que el entrenamiento de fuerza se centra en el componente muscular. En ambos casos sabemos que los beneficios van mucho más allá, porque mejoran las vías metabólicas que regulan la glucosa y los ácidos grasos, a la vez que ayudan a prevenir múltiples problemas de salud y a regular la composición corporal.

Por eso, a la población mayor, sobre todo entendida en términos de función y no tanto de edad, le conviene combinar distintos tipos de entrenamiento, que además contengan adaptación a las tareas cotidianas y más recientemente a tareas duales que incluyan aspectos cognitivos.

Atendiendo a esta realidad, a los programas de entrenamiento que combinan principalmente trabajo aeróbico, de marcha, de fuerza y potencia, de equilibrio y entrenamiento funcional se les denomina entrenamiento multicomponente. La destreza del educador físico deportivo en el análisis de la persona, el diseño ajustado del programa de entrenamiento y el seguimiento serán claves para conseguir los mayores beneficios con los menores riesgos. Esta estrategia pretende recuperar la función y mejorar la salud de la persona. En última instancia, podrá ser y hacer lo que es importante para ella, optimizando su calidad de vida.

Fuente: Diario La Nación Argentina 

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