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El progreso de la humanidad ha sido lento desde el comienzo de sus tiempos hasta hace apenas doscientos años. En ese momento, la humanidad dio un pase de gigante que conllevó, entre otras muchas cosas, una profunda desigualdad en las diferentes sociedades.

En 'El viaje de la Humanidad', el economista y pensador israelí Oded Galor desvela las claves para entender el por qué del extremo progreso de estos últimos siglos y el origen de esa desigualdad. Y lo hace hundiendo las manos en nuestro pasado y en la influencia que la diversidad genética y geográfica ha tenido en nuestro desarrollo.

El diario La Razón de España presentó la siguiente nota y entrevista a Oded Galor: 

Leyendo «El viaje de la Humanidad» uno vuelve a dar gracias de haber nacido en el siglo XXI. La tesis de Oded Galor (Jerusalén, 1953), brillantísimo economista, es, básicamente, que de los últimos 300.000 años solo se salvan los dos siglos más recientes. Que la vida para el Homo Sapiens durante todo ese tiempo fue, citando a Thomas Hobbes, «desagradable, brutal y breve». Y eso que Hobbes ya hablaba en el siglo XVII, cuando la mortalidad infantil era de una cuarta parte y la esperanza de vida en ocasiones superaba los 40 años.

Asegura Galor que, si existiera una máquina del tiempo, un habitante de Jerusalén de la época de Jesús apenas se extrañaría si, de pronto, abriera los ojos en 1800. Sí, la ciudad estaría gobernada por los turcos, pero los oficios, las enfermedades, los desastres naturales y los peligros mortales serían los mismos. En cambio, de abrirlos ahora, el shock sería brutal. Porque lo importante nos ha ocurrido a las últimas siete generaciones, a los afortunados.

  

A Galor lo han comparado con Darwin y Einstein y lleva años sonando para el Premio Nobel de Economía, algo que no parece alterarle lo más mínimo. Desde su despacho en la Universidad de Brown, en el estado americano de Rhode Island, recibe a LA RAZÓN por videoconferencia para desgranar las claves de su último libro, «El viaje de la Humanidad» (Destino). El ideólogo de la Teoría Unificada del Crecimiento plantea una ruta apasionante por los secretos del progreso y la desigualdad con un tono didáctico y ameno que recuerda al de su compatriota Yuval Noah Harari.

-¿Cuál fue la chispa que encendió el progreso hace 200 años?

-Es lo que en el libro llamo «el misterio del crecimiento», la razón por la que hace dos siglos el mundo experimentó esa enorme transformación en los estándares de vida. Antes de eso hubo cientos de miles de años de estancamiento. Pero, de pronto, la esperanza de vida se duplica. Durante 300.000 años no vimos nada de eso. Apenas ningún progreso. Este enorme cambio se debe a tres variables: el avance tecnológico, el incremento del volumen demográfico y la adaptación de esa población. Hasta entonces, en esa época malthusiana de parálisis de miles de años, los niveles de bienestar se habían mantenido casi estáticos.

-¿Se puede decir que no ocurrió nada durante tanto tiempo?

-No, aquellos pobladores de África sí que innovaban. Crearon herramientas de piedra, por ejemplo, que permitían contar con más recursos lo que, a su vez, mantenía a un mayor número de gente. Y más población se traduce en un mayor avance tecnológico que, al mismo tiempo, apoya el crecimiento demográfico. Claro que hemos visto este tipo de olas en el transcurso de la historia de la Humanidad. Sin embargo, no sería hasta la Revolución Industrial cuando el ritmo del cambio fue tan vertiginoso que llevó a las familias a invertir en que sus hijos recibieran una educación para ser capaces de adaptarse al nuevo entorno. Hasta ese momento, el avance era tan nimio que no hacía falta invertir en enseñanza alguna. Ese fue el punto de inflexión.

Dado que los recursos de las familias eran tan escasos, no les quedó más remedio que economizar en el número de hijos. Por eso a partir de la Revolución Industrial comienza a declinar la natalidad. Proliferar una población más próspera en lugar de una mayor población a secas. Así arranca un nuevo régimen.

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-¿De qué manera afecta al progreso la falta de democracia?

-Lo que hemos aprendido en el curso de la Historia de los últimos 200 años es que hay una clara tendencia a que las autocracias cada vez sean menos relevantes. Es posible que en las próximas décadas veamos que esta dinámica se revierte, pero con el tiempo volverá a enderezarse. Incluso la guerra en Ucrania así lo indica. Vemos a un país beligerante, Rusia, que ha decidido invadir y capturar territorio ajeno. A pesar de su fuerza y de su ventaja militar, han sido incapaces de vencer. Es muy difícil extinguir el poder de las libertades y la determinación de los pueblos a defenderlas. La tendencia general es esa: más democracia y libertad.

-Sin embargo, China parece ser la excepción a esa regla

-La asociación positiva entre prosperidad y democracia es innegable a estas alturas. Esto no quiere decir que no haya desviaciones. Es cierto que China ha experimentado un crecimiento vertiginoso pese a ser una autocracia. Sin embargo, no creo que vaya a durar mucho. El régimen chino, si persiste en su gobierno autoritario y centralista, no será capaz de mantener ese ritmo. Están muy cerca de tocar techo. El miedo generalizado a la dominación económica china es exagerado. No considero muy inteligente, por ejemplo, confinar una ciudad como Shangai, con decenas de millones de personas, por Covid. Ni siquiera es una decisión buena desde el punto de vista productivo. O esa campaña contra empresas como Ali Baba. Ahí se ve clara la tensión entre los regímenes autocráticos y su habilidad para tolerar la dinámica del libre mercado. Son incompatibles. Es verdad que durante un rato logran crecer muy deprisa, pero es que empiezan muy abajo.

-¿Ha logrado explicar la enorme diferencia entre el norte y el sur?

-En la segunda parte abordo lo que llamo «el misterio de la desigualdad». Por qué durante la transición de la era del estancamiento a la de la prosperidad, que es una enorme metamorfosis, se observan tantas diferencias. Si nos fijamos en cómo era el mundo en 1.800, el «gap» entre países de los cinco continentes era relativamente pequeño, mientras que en los dos últimos siglos se ha convertido en un abismo. ¿Cuáles son las derivadas que explican tanta desigualdad? Si vas pelando una a una sus capas, empezando por el colonialismo, los factores culturales, el papel de las instituciones, la geografía, la diversidad... te das cuenta de que cada uno de esos componentes es muy importante. Mi teoría es que, si bien de cuando en cuando se observa un evento aleatorio como el causante de la desigualdad, en la mayoría de las regiones no se da un fenómeno concreto, ni tiene que ver con la geografía. La excepción es la división de la península de Corea por el paralelo 38, con dos países con una realidad diametralmente opuesta: el norte, pobre y desastroso, y el sur, con una renta per cápita en ascenso. En resumen, la desigualdad está basada en fuerzas históricas que operan a lo largo de miles de años.

El mundo estuvo estancado durante 300.000 años; todo empezó hace dos siglos”

-Usted señala que la diversidad es clave para el desarrollo

-Es un elemento muy importante para entender, por ejemplo, el rol histórico de China. Durante la Edad Media lideró el mundo desde el punto de vista tecnológico, económico. Eso tuvo su explicación en su aislamiento geográfico y la enorme cohesión interna. Europa, en cambio, es un cruce de civilizaciones. Vemos que una reemplaza a otra y así sucesivamente. Por ese, cuando irrumpe la Revolución Industrial y se necesita fluidez para caminar hacia la Ilustración, Europa se pone en cabeza. Esto sería trasladable al mundo contemporáneo.

-Europa no debería asustarse ni rechazar la inmigración

-Hay que tener cuidado con esto. En ocasiones, hacen falta muchos años, incluso décadas, para que la inmigración sea absorbida. Si el proceso de asimilación es muy largo, a corto plazo es una fuente de tensión muy costosa. Por eso depende de que los líderes europeos sean capaces, o no, de proyectarse mucho más allá. De mirar a largo plazo.

-¿Y qué ocurre tras fenómenos como pandemias o guerras?

-El pasado está lleno de lecciones en ese sentido. La peste negra en el siglo XIV, por ejemplo, se llevó por delante el 40% de la población europea. El mundo se recupera de estas tragedias con grandes resultados. Las dos guerras mundiales en el siglo XX, la gripe española, la gran depresión... La Humanidad se repone siempre. En el corto plazo, como ha sucedido con la Covid, se antoja insalvable. Cuando te abstraes y miras hacia atrás, lo ves de otra forma. La guerra de Ucrania tampoco tiene visos de detener la buena marcha de la Historia. Los ucranianos lo sufrirán durante décadas, pero la Humanidad será capaz de encarar el futuro con gran optimismo. Los eventos dramáticos no duran para siempre.

-¿Cree que la globalización vive sus horas más bajas?

-Bueno, es algo muy complejo. Uno puede pensar que la Covid ha puesto en evidencia los peligros de la interdependencia, o que la guerra de Ucrania resalta el riesgo de hacer negocios con regímenes autocráticos. Con más perspectiva, sin embargo, nos damos cuenta de que incluso China puede aprender una lección al ver que Occidente no permite que cualquiera invada un país soberano como Ucrania y puede estar mejor integrado en las décadas siguientes. No creo que la globalización esté en peligro. La guerra de Ucrania puede incluso servir de lección para líderes autócratas, que se den cuenta de cuál es el límite para actuar sin consecuencias de parte de Occidente. No soy ingenuo, me baso en el conocimiento.

-¿No le parece que la desigualdad también juega un papel importante en el conflicto entre israelíes y palestinos?

Creo que es un conflicto nacional, de identidad y territorio. No veo que la desigualdad económica juegue un papel relevante.

Fuente: Diario La Razón España 

No creo que Europa esté en decadencia y la amenaza a las libertades la hará  más fuerte"

 

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