A lo largo de la historia, algunos de los grandes inventos de la humanidad, se han acabado utilizando para fines malignos o destructivos.
Muchos inventores tuvieron la desgracia de ver como sus creaciones se usaban como herramientas del mal:
1. Robert Oppenhemimer
Bajo las órdenes del presidente Harry S. Truman, Estados Unidos soltó la Little Boy sobre Hiroshima, y la Fat Man sobre Nagashaki, dejando cientos de miles de cadáveres tras de sí.
Después de aquel episodio, las potencias hegemónicas de aquel momento pondrían en vilo a toda la población mundial bajo amenaza de un posible apocalipsis nuclear. Un conflicto que solo terminaría porque una de las partes había estructurado su modelo productivo, social y cultural sobre una teoría absurda.
El director del equipo del “Proyecto Manhattan”, el físico teórico Robert Oppenheimer, al ver su “obra magna” en acción, pensó: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.
Sintió un profundo desprecio por lo que había hecho. Durante los años que precedieron a su muerte, Oppenheimer expreso en varias ocasiones su arrepentimiento y su pesar; y prefirió invertir su tiempo abogando por el control internacional del poder nuclear, para evitar de esta forma que empeorase la carrera armamentística que por aquel entonces ya estaban “corriendo” Estados Unidos y la Unión Soviética.
2. Mijaíl Kalashikov
Si ha habido en la historia de la Humanidad, un auténtico arma de destrucción masiva, ese es Avtomat Kalashnikova modelo 1947, más conocido como AK-47. La fiabilidad, precisión, resistencia y poder destructivo de este fusil de asalto, junto con su escaso coste de fabricación; hizo que se convirtiera en el arma más mortífera de la historia... más que la bomba atómica, más que la dinamita, más que la espada... y más que el arco y la flecha.
Mijaíl Kalashnikov era un hombre orgulloso, y nunca mostró en público el más mínimo arrepentimiento por su invento. Incluso llegó a responder sobre este tema: “duermo profundamente”; pero cuando se acercaba su inminente reunión con el creador, compartió con su confesor el “dolor espiritual insoportable” que le atormentaba.
En una carta filtrada a los medios de comunicación rusos, y que iba dirigida al jefe de la iglesia ortodoxa a la que asistía, se lamentaba por los millones de muertes que estaba provocando su invento.
“Mi dolor espiritual es insoportable. Sigo haciéndome la misma pregunta insoluble. Si mi rifle privó a la gente de la vida, ¿puede ser que yo... un cristiano y un creyente ortodoxo, tuve la culpa de sus muertes?”(...) “Cuanto más vivo, más se me clava esta pregunta en la cabeza y más me pregunto por qué el Señor permitió al hombre los deseos diabólicos de la envidia, la codicia y la agresión”.
3. Alfred Nobel
Alfred Nobel dejó por escrito, en sus últimas voluntades, que su fortuna quedaría, a partir de entonces, al servicio de la humanidad; instituyendo unos premios que reconocerían lo más granado de la mente humana... creando un incentivo para miles de científicos, escritores, líderes mundiales, etc.
La última voluntad de Nobel, sin embargo, no era desinteresada: buscaba compensar al mundo por su creación, la dinamita. Un invento que, más allá de facilitar el trabajo de obreros o mineros, se consagró como el arma predilecta de los grandes conflictos de su tiempo.
4. Arthur Galston
El fisiólogo y biólogo vegetal Arthur Galston, descubrió un químico capaz de estimular la floración de la soja, el ácido triyodobenzoico o TIBA. Aquello revolucionaría el mundo y podría ser utilizado para alimentar de forma más eficiente a gran parte de la humanidad. Pero pronto se descubrieron otras aplicaciones para su innovación: si el químico se aplicaba en exceso se convertía en un poderoso herbicida, que más tarde pasó a llamarse “agente naranja”.
Durante la Guerra de Vietnam, Estados Unidos liberó millones de galones de este agente naranja sobre las tierras ocupadas por el Vietcong para eliminar sus cultivos, y para exponer los escondites de los “charlies”.
“Solía pensar que uno podría evitar involucrarse en las consecuencias antisociales de la ciencia simplemente no trabajando en ningún proyecto que pudiera tener fines malignos o destructivos. He aprendido que las cosas no son tan simples y que casi cualquier hallazgo científico puede pervertirse o deformarse bajo las presiones sociales”.
El arrepentimiento de Galston lo llevó a denunciar el enorme daño medioambiental que estaba creando la dioxina, el componente más peligroso de aquel herbicida; así como las terribles consecuencias que tendría para la salud de la población que había estado expuesta al químico: cáncer, malformaciones en el desarrollo fetal, problemas de infertilidad y desgaste de los sistemas nervioso e inmune.
Arthur Galston dijo: “La ciencia está destinada a mejorar la suerte de la humanidad, no a disminuirla”
Fuente: Diario La Razón España