Hablar de vida extraterrestre despierta la imaginación de las personas y se tiende a mirar desde la óptica de la ficción más que de la ciencia. Por eso son importantes las investgaciones que se conducen en la actualidad para analizar las condiciones en sistemas planetarios lejanos que podrían albergarla.
El gran problema a la hora de estudiar la posible vida fuera de la Tierra es que tenemos la suerte y la desgracia de (solo) conocer la nuestra, billones de seres vivos cuyos antepasados nacieron y murieron siempre en el mismo planeta. Esto nos da muy poca variedad y podemos confundir lo casual con lo que necesariamente ha de asociarse a cualquier forma de vida. ¿Es el agua un disolvente indispensable o tan solo es que nuestro primer antepasado surgió en un planeta acuoso?
Todas las formas de vida que conocemos necesitan agua y carbono, pero, ¿es por necesidad o porque solo tenemos una única muestra de vida? Todos los ejemplares que conocemos son descendientes de una tímida forma de vida que surgió hace más o menos 3.500 millones años. Sin embargo, hay formas de sobreponerse y llegar a algunas conclusiones acerca de la vida en el universo. De hecho, un estudio reciente acaba de suponer un pequeño avance al respecto, refrendando la idea de que la vida podría ser mucho más ubicua de lo que pensábamos hasta ahora.
Por un lado, no hemos de olvidar que a lo largo de los siglos de civilización que arrastramos hemos desarrollado un conocimiento teórico bastante potente acerca de cómo funciona el mundo. A partir de él podemos hacer algunas deducciones más o menos humildes. Gracias a ellas no nos hace falta encontrar vida en 20 planetas para saber que no es realista imaginar vida con base de argón, un gas noble demasiado «pasivo» para establecer la columna vertebral de una bioquímica.
No obstante, en este caso el estudio llevado a cabo por la Universidad de Leeds y el Centro de Astrofísica de Harvard-Smithsonian han abordado el problema de una forma práctica, observando, no vida, sino química prebiótica.
Aunque todavía no hemos descubierto otros ejemplos, sí podemos estudiar momentos previos a la posible aparición de vida observando la química de otros planetas. Concretamente, discos protoplanetarios, esas estructuras aplanadas que rodean a las estrellas jóvenes y a partir de los cuales se «condensan» los planetas.
Para hacer esto, los investigadores han empleado el complejo de radiotelescopios ALMA, formados por 60 antenas que, combinadas, permiten estudiar la composición de lugares remotos del cosmos.
Al emplear esta técnica, los científicos han podido estudiar la composición de algunos discos protoplanetarios lejanos. Para ello han localizado estrellas jóvenes, cuya composición también es indicadora de su edad y, analizando su luz, han elegido unas cuantas que estudiar en mayor profundidad.
De los cinco discos protoplanetarios, cuatro mostraron concentraciones significativas de las tres moléculas complejas que estaban buscando: cianoacetileno, acetonitrilo y ciclopropenilidene.
Esto no solo nos habla de la presencia de estas moléculas, que parecen hallarse entre 10 y 100 veces más presentes de lo que se suponía hasta ahora, sino que nos hace sospechar que moléculas incluso más complejas y fundamentales para la vida podrían ser igualmente ubicuas.
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