Los cambios tecnológicos están sacudiendo las finanzas. El bitcoin ha pasado de ser una obsesión de anarquistas a una clase de activos de US$1 billón que según muchos administradores de fondos debe ser parte de una cartera equilibrada.
Bandadas de operadores digitales independientes se han convertido en una potencia en Wall Street. PayPal tiene 392 millones de usuarios, señal de que Estados Unidos se está poniendo a la par de los gigantes de los pagos digitales chinos. Sin embargo, la conmoción menos notoria que se da en la frontera entre tecnología y finanzas puede terminar siendo la más revolucionaria: la creación de divisas digitales estatales, que típicamente apuntan a permitir a la gente depositar fondos directamente en un Banco Central, evitando a los prestamistas convencionales.
Las “monedas de gobiernos” son una nueva encarnación del dinero. Prometen hacer que funcionen mejor las finanzas pero también trasladar poder de los individuos al Estado, alterar la geopolítica y cambiar el modo en que se asigna el capital. Se las debe tratar con optimismo y humildad.
Hace aproximadamente una década, en medio de las ruinas de Lehman Brothers, Paul Volcker, un antiguo jefe de la Reserva Federal, se quejaba que la última innovación útil de la banca había sido el cajero automático. Desde la crisis el sector ha mejorado en este sentido. Los bancos han modernizado sus sistemas anticuados. Emprendedores han construido un mundo experimental de “finanzas descentralizadas”, del que el bitcoin es la parte más famosa y que contiene una revuelta de cospeles, bases de datos y conductos que interactúan en diversos grados con las finanzas tradicionales. Mientras tanto, firmas de “plataformas” financieras ahora tienen más de 3000 millones de clientes que usan billeteras electrónicas y aplicaciones de pagos. Junto a PayPal hay otros especialistas tales como Ant Group, Grab y Mercado Pago, firmas establecidas tales como Visa y empresas de Silicon Valley como Facebook que quieren ingresar.
Poder centralizado
Las divisas digitales de gobiernos o bancos centrales son el siguiente paso pero vienen con un yeite especial, porque centralizarían el poder en el Estado en vez de diseminarlo a través de redes o dárselo a monopolios privados. La idea detrás de ellas es simple. En vez de tener una cuenta con un banco minorista, se tendría con un banco central a través de una interfaz que semejaría aplicaciones tales como Alipay o Venmo. En vez de escribir un cheque o pagar online con una tarjeta, se podría usar la económica infraestructura del Banco Central. Y el dinero estaría resguardado por la garantía plena del Estado, no un banco que puede quebrar. ¿Alguien quiere comprar una pizza o ayudar a un hermano que se quedó sin plata? No hay necesidad de manejarse con la central de llamadas de Citigroup o pagar la tarifa de MasterCard: el Banco de Inglaterra y la FED están a disposición del cliente.
La metamorfosis de los bancos centrales, de aristócratas de las finanzas a trabajadores del sector suena como algo extraño, pero está en curso. Más de 50 autoridades monetarias, que representan el grueso del PBI global están explorando las divisas digitales. Las Bahamas han emitido dinero digital. China ha hecho su prueba piloto del yuan electrónico con más de 500,000 personas. Gran Bretaña ha lanzado una fuerza de tareas y Estados Unidos, el mandamás financiero del mundo, está construyendo un hipotético dólar electrónico.
Una motivación de los gobiernos y bancos centrales es el temor de perder el control. Hoy en día los bancos centrales controlan el sistema financiero para amplificar la política monetaria. Si los pagos, los depósitos y los créditos migran de los bancos a reinos digitales conducidos de manera privada, los bancos centrales tendrán dificultades para dominar el ciclo económico e inyectar fondos al sistema durante una crisis. Redes privadas sin supervisión podrían convertirse en un oeste salvaje del fraude y los abusos contra la privacidad.
Promesas financieras
La otra motivación es la promesa de un sistema financiero mejor. Idealmente el dinero ofrece un modo confiable de acumular valor, una unidad de cuenta estable y un medio de pago eficiente. Hoy en día no tiene calificaciones demasiado buenas. Los ahorristas que no cuentan con seguro pueden verse afectados si quiebran los bancos. El bitcoin no es ampliamente aceptada y las tarjetas de crédito son caras. Las divisas electrónicas de gobiernos tendrían alto puntaje, dado que tienen la garantía del Estado y usan una central de pagos barata.
Como resultado de ello las monedas gubernamentales reducirían los costos operativos del sector financiero global, que suman más de US$350 al año para cada habitante de la tierra. Eso podría hacer accesibles las finanzas para los 1700 millones de personas que no tienen cuenta bancaria. Las divisas digitales estatales también podrían expandir las herramientas de los gobiernos permitiendo a los ciudadanos hacer pagos instantáneos y bajando las tasas de interés. Para los usuarios comunes el atractivo de un medio de pago gratuito, seguro, instantáneo y universal es obvio.
Pero es este atractivo el que genera peligros. Si no se las controla las monedas gubernamentales podrían convertirse rápidamente en una fuerza dominante de las finanzas, en particular si los efectos de red le dificultan a la gente salirse del sistema. Podrían desestabilizar a los bancos, porque si la mayoría de la gente y las firmas guardara su dinero en los bancos centrales, los prestamistas tendrían que encontrar otras fuentes de fondos para respaldar sus créditos.
Si los bancos minoristas se quedarán sin fondos, alguien tendría que ofrecer el crédito que alimenta la creación de empresas. Esto genera la intranquilizadora perspectiva de burócratas que influyan en la distribución del crédito. En una crisis una estampida digital de ahorristas al Banco Central podría provocar corridas contra los bancos.
Una vez que entraran en ascenso, las monedas gubernamentales podrían convertirse en panópticos para el control de los ciudadanos por el Estado: con multas electrónicas instantáneas por mal comportamiento. Podrían alterar la geopolítica también, al ofrecer un mecanismo para pagos internacionales y alternativas al dólar, que es la divisa reserva del mundo y un factor fundamental de la influencia estadounidense. El reinado del billete verde se basa en parte en los mercados de capitales abiertos de Estados Unidos y los derechos de propiedad, con los que China no puede rivalizar. Pero también se basa en sistemas de pagos anticuados, convenciones de facturación e inercia, lo que significa una situación madura para las conmociones. Países pequeños tienen el temor de que en vez de usar la moneda local la gente podría preferir divisas electrónicas extranjeras, provocando el caos.
Problemas nuevos
Este vasto espectro de oportunidades y peligros es apabullante. Resulta revelador que los autócratas chinos que valoran el control por sobre todo, están limitando el volumen del yuan electrónico e imponiendo restricciones a plataformas privadas como Ant. Las sociedades abiertas también deberían proceder con cautela, digamos, por ejemplo, poniendo límites a las cuentas de divisas digitales.
Los gobiernos y las firmas financieras tienen que prepararse para un cambio a largo plazo en el funcionamiento del dinero, tan importante como lo fue el salto a las monedas metálicas o a las tarjetas de pagos. Esto significa actualizar las leyes de privacidad, reformar el modo en que se conducen los bancos centrales y preparar los bancos minoristas para un rol más periférico. Las divisas digitales estatales son el próximo gran experimento de las finanzas y prometen ser mucho más influyentes que el humilde cajero automático.
Fuente: The Economist