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Estados Unidos está experimentando un sorprendente problema, algo que no está ocurriendo en ningún otro lugar del mundo: le sobran vacunas. 

La principal causa de este exceso es obvia: compraron de más. Recordando los momentos de escasez vividos con las mascarillas o los respiradores, las autoridades estadounidenses no quisieron quedarse cortas y reservaron más del doble de las que realmente necesitaban. 

  

Otro motivo importante ha sido subestimar la cantidad y sobre todo la influencia que los antivacunas pueden llegar a tener en el país. Tendemos a pensar que son solo “cuatro gatos” cuando la realidad es que son movimientos muy extendidos, bien financiados y capaces de tirar por tierra de un plumazo todo el esfuerzo científico del último año. 

La actuación de los lobbies antivacunas está siendo tan poderosa que el FBI ya los ha identificado como la nueva amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos.

La tercera causa, quizá la más desconcertante, se debe simplemente a los indecisos. Personas como Robert Gannon que, sin ser realmente antivacunas declarados, todavía no se han vacunado aún porque están confusos, preocupados y llenos de dudas. Es el grupo más numeroso y ha aumentado de manera inquietante. Se estima que el 8% de los estadounidenses que sí se pusieron la primera dosis de la vacuna no se han presentado para recibir la segunda. En un país con 320 millones de habitantes, ese porcentaje incluye a millones de personas y señala un problema de desconfianza aún mayor.

En un mundo de telecomunicaciones, redes sociales e información constante, no hemos sabido trasladar a la sociedad el éxito histórico y científico de haber desarrollado una vacuna tan eficaz y segura contra una pandemia tan devastadora. Una parte importante de la población sigue confusa, afectada por titulares y noticias alarmistas, y Estados Unidos está intentando de todo para convencer a los indecisos para que se vacunen porque sin ellos no llegarán a un porcentaje mínimo o cercano a la tan ansiada inmunidad de grupo.

Desde los Centros para el control de enfermedades (CDC) se ha anunciado que los vacunados no necesitarán llevar mascarillas al aire libre, un paso hacia la normalidad que muchos están deseando, se han previsto facilidades en los desplazamientos lo que evitará los engorrosos trámites sanitarios y test constantes en los viajes. La oferta de “posibilidades” que se está desplegando para acelerar la campaña de vacunación es tan amplia que ya incluye cerveza gratis, donuts, invitaciones para espectáculos, entradas para partidos de baseball o incluso porros para todos aquellos que se vacunen.

El siguiente escalón natural en este camino, tal y como indica el propio New York Times, consiste en aplicar ventajas fiscales o incluso pagar dinero en metálico por recibir las correspondientes dosis. Muchos estados se han animado a ofrecer este tipo de reclamos económicos para conseguir que los indecisos se vacunen y, más allá de la tentadora idea de pensar que en EEUU todo se arregla con dinero, ya se han publicado estudios que indican que pagar una determinada cantidad no solo podría funcionar, sino que sería más efectivo que otras campañas publicitarias que actualmente se están realizando (y que no olvidemos también cuestan dinero).

El estudio más interesante en este aspecto lo está realizando la Universidad de California (UCLA) que, durante los últimos diez meses (y aún continúa), está recopilando una gran cantidad de datos a través de consultas a más de 75000 personas, con el objetivo de medir la eficacia de las diferentes medidas sanitarias, sociales y de comunicación durante la pandemia. En el apartado de “pagar por vacunarse” el trabajo incluye más 15.000 personas, de las cuales cerca de la mitad (N=7249) aún no se había vacunado. A la pregunta “¿Funcionaría un incentivo económico con usted?” los resultados indican que más de un tercio de los no vacunados cambiaría de opinión con un incentivo de 100 dólares.

Las noticias y anuncios con este tipo de regalos, ventajas o facilidades para incentivar la vacunación aparecen ahora por todos lados en Estados Unidos y, paradójicamente, coinciden con la reciente aparición de algunos de los estudios científicos más esperados de los últimos meses. Por un lado, la prestigiosa Universidad de John Hopkins publicaba claras evidencias de que “las personas vacunadas no pueden propagar el virus”, un factor que resulta determinante no solo para proteger al vacunado sino a quienes lo rodean. Por otro lado, hace solo unos días, se publicaban en el New England Journal of Medicine una de las mejores noticias: la vacuna Pfizer-BioNTech es altamente efectiva contra las variantes más peligrosas como la B.1.1.7, identificada por primera vez en el Reino Unido y la B.1.351, identificada en Sudáfrica.

En cualquier sociedad culta, con ciudadanos bien informados y con las nociones básicas de ciencia solo estas dos noticias publicadas en los últimos días ya serían suficientes para convencer a cualquiera. Pero no vivimos en esa sociedad y si los donuts, la cerveza gratis o un cheque de cien dólares convencen a más indecisos que las publicaciones de Nature, Science o Lancet, tendremos que actuar en consecuencia.

Fuente: Yahoo Noticias 

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