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El sábado 29 de febrero, Augusto Itúrburu  estaba en la conferencia de prensa en la que cuatro funcionarios del gobierno nacional anunciaron el primer caso de coronavirus en Ecuador.La salud no era su tema, pero ese sábado le tocó guardia.

La situación en el diario era precaria. Habían despedido gente y en los próximos meses despedirían a muchos más. Él lo sabía bien porque formaba parte del sindicato.La paciente 0 era ecuatoriana y había llegado a Guayaquil el 14 de febrero desde Madrid para ver a su familia en Babahoyo, provincia de Los Ríos, informaron los funcionarios.

Al momento del anuncio la mujer estaba internada en terapia intensiva con pronóstico reservado. En 13 días moriría.

Tras la guardia del fin de semana, Augusto regresó al diario el miércoles 4 de marzo. Cuatro días después del anuncio del caso 0, se realizaba un partido de fútbol entre el equipo más popular del país, Barcelona de Guayaquil, contra otro conjunto ecuatoriano, Independiente del Valle.

"Cuando volvió yo le asigné el partido en el Monumental por la Copa Libertadores, el famoso partido del miedo", le cuenta a BBC Mundo Luis Cheme.

Jefe y amigo de Augusto, Cheme habla del miedo porque dos días antes del partido, el gobernador de Guayas, Pedro Pablo Duart, escribió un tuit que decía "¡El virus más peligroso es el miedo! Pero no nos vencerá. El país debe continuar".

El periodista recuerda que al día siguiente Augusto comenzó a sentir malestar. "Él bromeaba, tosía y decía 'ojalá que no sea coronavirus'. Y le respondimos que no había estado en contacto con ninguna persona contagiada".

Al partido asistieron 20.000 personas, pocas para un encuentro del "ídolo del astillero". 12 días después el país se paralizó.

Para Luis Cheme y Nelson Itúrburu, hermano de Augusto, él se contagió en las idas a los hospitales para curar esa tos que se volvería una infección de garganta. Néstor Espinoza, que lo conocía desde los 12 años y fue quien presentó su hoja de vida en El Telégrafo en el año 2013, cree que su amigo contrajo el virus en el partido de fútbol y que contagió a más de una persona, incluyéndolo a él.

Y la novia de Augusto, Stefany Mideros, le contó a BBC Mundo que antes del partido él se sentía mal: "Nos dijimos que se iba a cuidar, pero él ya estaba con esa tosecita que después se agudizó; entonces para mí ya estaba contagiado por una prima que vino de Europa".

Ninguna de estas tres hipótesis se pudo comprobar, aunque el tema de la migración como agente de contagio cobró fuerza por esos días.

 

Elías Vinueza fue uno de los colegas a los que Augusto le contó los detalles de su internación, lo que ocurría en la sala del hospital donde estaba internado y su intuición de que no dejaría esa sala con vida.

El lunes 23 de marzo, Augusto Itúrburu entró al hospital de Los Ceibos para un estudio por sus complicaciones respiratorias y terminó internado. Desde el hospital le escribió a Elías Vinueza: "Se me derrumbó todo". Cuando su amigo le dice que allí comenzará la recuperación, Augusto responde: "Lo dudo".

Como la de su ciudad, la historia de Augusto también está plagada de contradicciones. Era diabético pero amaba la gaseosa; un fanático del fútbol que no confesaba cuál era el club de sus amores; un amante de la comida esmeraldeña del local de su novia -como la masa de plátano verde en salsa de coco, que en la costa ecuatoriana llaman bolón encocado-, que al mismo tiempo trataba de cuidar su figura.

Fue un hombre que entre el 23 de marzo -cuando lo internaron- hasta el 27 de ese mes -que lo entubaron- mantuvo el teléfono celular a su lado y contó, quizás por reflejo periodístico, lo que veía y sentía en una sala de hospital público.

Esta comunicación es inusual. La mayoría de los pacientes que ingresaron por covid-19 no pudieron hablar más con sus familias, sus seres queridos no supieron de ellos hasta que se recuperaron o murieron.

En cambio, Augusto, que el 12 de marzo había publicado su última nota para el diario (el caso de Emily Franco y Valeria Orobio, las dos únicas árbitras ecuatorianas calificadas para dirigir partidos de rugby), 11 días después comienza a contar su última historia.

"Sospechan que es coronavirus porque las radiografías muestran cosas raras; que pueden demorar unos tres días hasta saber", le escribe a Elías Vinueza, su antiguo editor, desde el hospital.

Añade que está débil y que le cuesta pararse, que todo es un caos, y que comparte sala con otras 12 personas. Sólo le han dado paracetamol. Mientras, su hermano y su novia esperan afuera del hospital y su padre está en la más estricta cuarentena en su casa.

Nelson, quien no vive en Guayaquil sino en la zona rural del Guayas, iba todos los lunes y esperaba afuera del hospital por noticias. "Allí vi morir como unas cuatro personas. La gente moría haciendo cola", dice.

El 24 de marzo Augusto le escribe a Elías sobre su mayor miedo: "Estoy viendo como entuban a la gente" y le cuenta que ya han comenzado a darle antibióticos.

Por la noche le envía un audio:

"Acá no dan respuesta de nada, me tienen con oxígeno y con suero. No sé si hay cómo mover alguna influencia para que me hagan el examen, y para que me den un buen tratamiento, porque siento que estoy jodido de los pulmones; no sé si estos manes me van a confinar así nomás. La verdad es que me comenzó a dar un poco de temor".

A su novia, Augusto le escribe: "Sáquenme de aquí por favor".

Pero el 25 de marzo le cuenta a Elías que está mejor de ánimo y que cuando salga se irá a Esmeraldas. Un día después le han vuelto a ganar la ansiedad y el miedo. "Esto agota el cuerpo", escribe. Es lo último que le dirá a su editor. El 27 de marzo entuban a Augusto Itúrburu.

La primera quincena de abril, los jefes y colegas de Augusto intentan cualquier camino para saber de él. Uno llega a tomarle una foto a una pantalla donde aparece el nombre de una médica residente y le escribe a su perfil de Facebook. Nadie le responde.

La directora editorial de El Telégrafo, Carla Maldonado, habló con la gerente general del hospital el 14 de abril: "Me dijo que no estaba bien, pero tampoco estaba muy mal".

"Al otro día Augusto murió".

Tristemente, la tragedia no acabó allí. "Yo estaba en la morgue cuando mi papá me llama, y me dice que han sacado la plata de la cuenta del banco, que la tarjeta (que tenía Augusto cuando ingresó al hospital) estaba activa y que esa mañana habían sacado la plata", recuerda su hermano Nelson. Sus pertenencias tampoco aparecieron.

Ese día la portada de Fanáticos, el suplemento deportivo de El Telégrafo fue dedicada a Augusto. Pero el homenaje queda teñido por la noticia del robo.

"Es indignante, después de ver que a él lo internan y que se contagia posiblemente en el IESS, que le hacen tarde la prueba, que finalmente muere, y cuando piensas que no es posible que tanta negligencia le ocurra a una sola persona, ocurre el robo", le dice a BBC Mundo Jéssica Zambrano, compañera del diario.

"Eso fue un golpe más para mi papá porque él se imaginaba que le habían estado robando a Augusto mientras estaba agonizando; a mí lo único que se me ocurre es que le preguntaron la clave de la tarjeta como para comprar algo cuando él estaba internado y esperaron a que muriera", sentencia Nelson.

Maldonado cuenta que las autoridades del hospital se comprometieron a devolver el dinero robado. Nelson reconoce que la devolución se produjo, y afirma que le pidieron a su padre que retirara la denuncia, cosa que este se negó a hacer.

El padre de Augusto, Nelson de nombre como su hijo mayor, murió el 10 de agosto, de un cáncer fulminante.

Los amigos de Augusto del diario que perdieron el trabajo con los despidos masivos de julio tuvieron que manifestarse para cobrar sus liquidaciones.

"Cuando hacíamos las protestas pensábamos que Augusto hubiera estado primerito, hubiese organizado las protestas porque a él le gustaba organizarnos y estar pendiente; así lo recuerda la gente que formó parte de El Telégrafo", dice Luis Cheme.

Uno de los últimos mensajes que Augusto Itúrburu le escribió a su novia desde el hospital la última noche que tuvo el teléfono con él quedó registrado a las 21:32 de ese 26 de marzo.

Dice: "Se murieron tres".

 

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