El pasado 19 de enero Netflix sumó a su catálogo una miniserie que ha sorprendido a miles de espectadores. Se trata de Las Combatientes, una producción francesa que combina drama, acción e incluso un poco de realidad.
Esta historia es un reflejo de lo que, alguna vez, varias mujeres han tenido que pasar a consecuencia de las guerras expandidas por el mundo. Y, con un fantástico elenco y una fluidez narrativa aún mejor, la serie se convirtió en tendencia.
Al comienzo del primer episodio de Las combatientes, Margueritte (Audrey Fleurot), una prostituta de París, se instala en el burdel de un pequeño pueblo cercano a la frontera con Alemania en los primeros meses de la guerra de 1914.
En el prostíbulo, mayormente frecuentado por soldados franceses, apenas se queda sola en su cuarto despliega sobre la cama un inesperado mapa de la región con marcas que señalan posiciones militares. Tras esa revelación, la cámara corta a un primer plano de la actriz, que aspira de su cigarrillo a la vez que entrecierra los ojos y echa una mirada artera hacia un costado para conformar el gesto universal que significa “intriga” y que repite lo que ya era evidente por sus acciones previas. Ese plano redundante, ese ademán de villana tan estereotipado y arcaico que parece casi paródico, provoca un descubrimiento: ésta no es una serie bélica, es una telenovela.
En efecto, a pesar de los 20 millones de euros de presupuesto aportados por Netflix, de la lograda reconstrucción de época y de la crudeza de las muertes y las heridas, la aparición de las otras protagonistas confirman esa intuición: se trata de una enfermera con un secreto, una monja abnegada y una mujer acaudalada que pierde a su marido. No faltan, del lado de los hombres, el médico atractivo y un esposo cruel.
A medida que avanza la narrativa, las vidas de las cuatro protagonistas empiezan a cruzarse en el contexto brutal de la Gran Guerra. Como en toda telenovela, las pasiones desplazan a la razón, tanto en el carácter de los protagonistas como en la construcción del guion, y algunos personajes tienden a acciones convenientes para el relato pero no del todo razonables. Por ejemplo, también en una de las escenas iniciales, dos fugitivas logran reducir a un hombre armado que las persigue pero, en lugar de tomar su vehículo -algo que solucionaría instantáneamente todos sus problemas-, deciden huir a pie aun cuando una de ellas está gravemente herida, debido a que el argumento necesita que no escapen de la zona.
Acorde al sentir de nuestra época, la serie rescata eventos relegados por el relato “hegemónico” de la historia. El objeto de este revisionismo ficcional, en este caso, es el rol de las mujeres en la línea de fuego de la Primera Guerra Mundial. Cada una de las protagonistas es, además, una temprana feminista, desde la enfermera que realiza un aborto en una época en el que la maternidad era un destino tallado en piedra hasta el ama de casa que se hace cargo de la dirección de una fábrica.
Sin embargo, para contar estas historias de empoderamiento, Las combatientes elige coordenadas que la acercan al culebrón, algo que va en detrimento de su propuesta, reinstalando el prejuicio de que el melodrama, el sentimentalismo y los personajes subrayados son ganchos esenciales en un relato más orientado al público femenino. Sus valores de producción, sin embargo, son los esperables para la era de “Peak TV”. A su favor y para ser más justos, corresponde decir que Las combatientes es a una telenovela tradicional lo que Senderos de gloria es a Las combatientes.
Fuente: Diario La Nación Argentina