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El viaje que realizará el papa Francisco a Irak el próximo viernes, el número 33º de su pontificado, es un viejo empeño que ya fue cancelado el año pasado por la pandemia. También fue un sueño de Juan Pablo II que jamás llegó a realizar. 

Un encuentro pastoral y de acompañamiento a las minorías cristianas de la zona. Pero también con fuertes vínculos emocionales y espirituales con la visita a lugares como la llanura de Ur, en la base del cristianismo, la tierra del profeta Abraham, padre de las tres religiones monoteístas. El viaje a Irak, sin embargo, está siendo más cuestionado que ninguno de la treintena anterior por los riesgos que el Vaticano y el propio Francisco han decidido correr.

La mayoría de expediciones de Francisco desde que hace ya casi nueve años llegó a la silla de Pedro –ahora llevaba 15 meses desde su último viaje a Japón y Tailandia– se han dirigido hacia zonas periféricas del mundo o lugares donde existen minorías amenazadas. Territorios, también, donde es posible todavía ampliar el perímetro del catolicismo y reactivar tendencias interrumpidas por conflictos bélicos. Es el caso particular de Irak, un país eminentemente musulmán donde los pocos cristianos que permanecen ahí han sufrido todo tipo de agresiones y amenazas en los últimos años. El desafío, sin embargo, se amplía esta vez con el elemento de la seguridad y de la crisis sanitaria a la que se somete la expedición.

Francisco realizará todos sus desplazamientos en las ciudades que visitará (Bagdad, Mosul, Erbil, Najaf, Qaraqosh) a bordo de un coche blindado y cubierto (normalmente lo hace a bordo de un turismo corriente o subido a una suerte de vehículo descapotable). La seguridad, especialmente porque la ruta se conoce desde hace tiempo, se ha reforzado en todos los lugares que pisará el Papa. Todavía pesa el recuerdo del doble atentado del 21 de enero que causó la muerte a 32 personas en Bagdad y el ataque con cohetes a una base de la coalición contigua al aeropuerto de Erbil el pasado 15 de febrero.

 

El portavoz del Vaticano, Matteo Bruni, defendió la oportunidad de realizarlo ahora ante las insistentes preguntas sobre si no podía haberse hecho cuando la pandemia esté más atenuada e Irak no se encuentre confinada. “El sentido de un viaje así es hacer ver a la gente que el Papa está ahí y está cerca de ellos. Es un viaje particular, también para la seguridad, claro. Pero es un gesto de amor a esa tierra, a su pueblo y a los cristianos. Se comprende bajo esa lógica, que no quiere decir perder de vista lo que se hace”.

El Vaticano, cuya expedición y séquito viajan vacunados al completo con las dosis compradas y distribuidas por la Santa Sede a la compañía Pfizer, insiste en que ninguno de los actos del Papa a lo largo de los tres días congregará a más de 100 personas. A excepción, matizan, de una misa en un estadio deportivo de Erbil donde se han puesto a disposición de los fieles 10.000 entradas de las 30.000 de capacidad que posee el recinto.

“No ha sido fácil, pero este es probablemente el primer momento posible para un viaje como este. Se han tomado todas las precauciones desde el punto de vista de la salud, pero quizás la mejor forma de interpretar este viaje es como un acto de amor. Por esta gente, por estos cristianos. Y todo acto de amor puede interpretarse como un gesto extremo”, insistió Bruni. La seguridad del Papa correrá a cargo del país que le hospeda, como siempre. Pero también viajará una pequeña delegación de la Gendarmería vaticana y de la Guardia Suiza cuyo número cambiará en función del riesgo del desplazamiento.

Una pareja de militares pasea delante de la catedral caldea de San José en Bagdad, este lunes.

Fuente: Diario El País España 

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