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Más de la mitad de los tests de coronavirus que se hacen en Polonia dan positivo. Es, en este parámetro, el peor país de Europa y el segundo peor del mundo, solo por detrás de México.

Además, Polonia es el país que menos pruebas de covid-19 lleva a cabo proporcionalmente de toda Europa. Con más de 2.400 muertos en cuatro días, este país, que capeó la “primera ola” mucho mejor que sus vecinos, se ha convertido en el peor ejemplo de gestión de la pandemia. En un intento de amortiguar la catástrofe, el Gobierno ha anunciado “100 días de solidaridad”, un paquete de medidas contradictorias que intentan proteger la economía y a la población al mismo tiempo.

Hace unas semanas, el primer ministro Morawiecki aseguró que “no sabíamos que iba a haber una segunda ola, al igual que lo ignoraban todos los demás gobiernos del mundo”. Poco después, su ministro de Sanidad, Adam Niedzielski, volvía a sorprender a los polacos diciendo que había “razones para sonreír” porque “hemos dejado atrás lo peor”. En los cuatro días siguientes a su comentario se registraron las cifras más altas de fallecimientos por covid-19: 2.430 fallecidos que elevaron el total a 14.000. Actualmente son unos 16.000. La razón esgrimida por el ministro era que el número de nuevos casos diarios se ha estabilizado en unos 25.000, pero teniendo en cuenta que Polonia está a la cola de Europa en número de tests por habitante, el dato se antoja más alarmante que esperanzador.

Por otra parte, las estadísticas más fiables no eran las facilitadas por el Gobierno, que ha reconocido repetidos errores y que ha cambiado sus criterios en varias ocasiones (últimamente no contabiliza como víctimas del covid a pacientes que tuviesen afecciones graves previas a contraer el virus). Por increíble que parezca, ha sido un joven de 19 años, Michal Rogalski, quien, de manera desinteresada, ha venido recopilando datos por su cuenta acudiendo a fuentes hospitalarias, locales y del registro público. Su trabajo ha servido para detectar omisiones y fallos de miles de casos que el ministerio de Sanidad tuvo que admitir. No ha sido sino hace solo unos días que el Gobierno ha puesto en marcha un sistema de información que aún está sufriendo correcciones casi a diario.

Para el público, no cabe duda de que la información oficial no es completa y que las acciones del Gobierno tienen como objetivo salvar la situación económica por encima de cualquier otra cosa: cuando Morawiecki anunció que, de sobrepasarse la cifra de 27.000 nuevos casos durante 7 días consecutivos, se produciría un “cierre nacional”, el número de pruebas descendió llamativamente, con el objetivo de evitar un confinamiento que perjudicase a la economía.

Un "sacrificio" para todos

Los “100 días de solidaridad” que según el Gobierno de Varsovia supondrán “sacrificios para todos” pero que son “necesarios y cruciales” para avanzar hacia el final del túnel, permiten, por un lado, abrir los centros comerciales y alargar las vacaciones escolares hasta el 17 de enero y, por otro, limitan las reuniones privadas, como las cenas de Navidad, a los miembros de la unidad familiar más cinco personas; al mismo tiempo, se deja en manos de la población la responsabilidad de “limitar los contactos sociales y viajes innecesarios”.

Actualmente, se han registrado unos 900.000 casos de coronavirus y casi 14.000 víctimas mortales, unas cifras casi idénticas a las de Alemania (con el doble de población). Además, Berlín ofreció su ayuda a Polonia para hacerse cargo de cierto número de pacientes para aliviar la presión a la que está sometido el sistema sanitario polaco, pero el Gobierno no solo ha rechazado la ayuda sino que, además, ha pedido a los médicos polacos que estén trabajando en Alemania que regresen a su país, como muestra de patriotismo en tiempos difíciles.

Para dar una imagen de control de la situación y de encontrarse en mejor posición que el resto de países, el Gobierno difunde gráficos con los datos acumulados desde que empezó la pandemia (en vez de datos del último mes), barajando a su conveniencia comparaciones y parámetros que le permitan aparecer lo mejor posible. La puesta en marcha de un gran hospital especializado en pacientes de coronavirus en el Estadio Nacional de Varsovia, anunciada a bombo y platillo, recibió la visita del presidente Andrzej Duda poco antes de su apertura.

Un par de días después, Duda dio positivo y tuvo que guardar cuarentena, algo que según el protocolo deberían haber hecho —pero no hicieron— todos los trabajadores de las instalaciones. Cuando el hospital lleva ya más de una semana abierto, solo 30 de sus 300 camas están ocupadas porque en el centro no se admiten pacientes graves. Según reveló a la prensa polaca este fin de semana en una entrevista uno de los médicos allí destinados, el objetivo es que nadie muera en ese hospital, que se ha convertido en un escaparate de la abundancia de medios que el Gobierno pretende ofrecer de cara a la galería.

Además, los facultativos que trabajan allí dicen pasarse la mayor parte del tiempo en las “suites” de un hotel de cinco estrellas que se les ha pagado, debido a la falta de pacientes. “Nos trajeron aquí ofreciéndonos suculentos incentivos económicos, querían tener muchos médicos aquí a cualquier precio, aunque fuese desplazándonos desde lugares donde hacemos más falta. Esto es un circo del que me avergüenza formar parte”, decía uno de los facultativos.

Las medidas económicas programadas por el gobierno tampoco han estado exentas de polémica. Mientras que los médicos de cabecera aconsejan abiertamente a los pacientes que tengan o crean tener el virus que ni se acerquen por un hospital, a no ser que se encuentren muy graves, el sistema de seguimiento de contactos de infectados ha colapsado y simplemente ha dejado de funcionar.

Cuando se diagnostica algún caso en una familia, aquellos que convivían con el paciente pueden solicitar, voluntariamente, un certificado médico que les permita guardar cuarentena, pero si no lo hacen pueden seguir haciendo vida normal. Hacerse un test en la sanidad privada cuesta casi cien euros y supone una larga cola de espera, mientras que la sanidad pública está tan saturada que para mayoría de los ciudadanos ni siquiera consideran esa opción. Hace poco, una ambulancia de Cracovia intentó sin éxito durante 10 horas encontrar una cama libre para un paciente de covid que falleció antes de ser ingresado. Su hijo, un periodista local, dio cuenta del caso en una emotiva carta.

Para paliar la crisis del sector cultural, el Gobierno anunció la distribución de 90 millones de euros en ayudas a artistas y creadores. Sin embargo, se ha sabido que las mayores sumas se han destinado a viejas glorias del llamado "disco polo", un estilo musical que fue muy popular en los 90 y que se asocia con la población rural y de baja extracción social (principal base de votos del PiS). Algunos de estos artistas vendieron millones de discos hace décadas, pero su popularidad ha decaído con los años y ya solo encuentran cobijo en programas de la televisión pública. "Millones para los millonarios"; "Voy a componer disco polo y me lloverán los millones"; las protestas de compositores "serios", gente del teatro y figuras de la cultura han arreciado y el Gobierno ha tenido que dar marcha atrás, culpando a “un algoritmo” que asignó las ayudas.

Ante la innegable falta de recursos, llama la atención que parte del fondo de emergencia para el covid se haya dedicado a comprar 2.500 grandes banderas polacas, con sus correspondientes mástiles, uno por cada distrito del país, donde se instalarán para fomentar el patriotismo y la unidad nacional. Durante la ola de manifestaciones contra la prohibición del aborto que han tenido lugar en todo el país, Jaroslaw Kaczyński, jefe del PiS (partido del Gobierno), acusó hace unos días a la oposición de tener “las manos manchadas de sangre” y de alegrarse de que “cuanto peor, mejor”.

En una esperpéntica sesión del Congreso, el líder populista se quitó la mascarilla y subió al estrado saltándose su turno de palabra para amenazar con la cárcel a los diputados de la oposición por su falta de lealtad al país. Se da la circunstancia de que, durante el confinamiento de abril, Kaczyński ordenó que se abriera para él y su escolta un cementerio de Varsovia que, como el resto del país, permanecía cerrado para el público. El jefe del partido, sin mascarilla ni distancia de seguridad, se convirtió así en el único polaco que pudo visitar la tumba de un ser querido durante el confinamiento.

El carácter desconfiado y rebelde que los polacos se atribuyen a sí mismos se revela también en la situación referente a la pandemia: más de la mitad de la población encuestada afirma que no tiene intención de vacunarse contra el virus (cuando exista esa posibilidad), el porcentaje más alto del mundo excepto Rusia. Un importante semanario progubernamental preguntaba en su portada hace poco: “¿Es falsa la pandemia?”, mientras que en todo el país se han multiplicado las protestas contra los cierres de negocios o la obligación de llevar mascarilla. Justyna Socha, una de las activistas que lidera estas manifestaciones, consiguió remitir hace dos años 100.000 firmas al parlamento para eliminar la obligatoriedad de las vacunaciones infantiles. El propio presidente Duda dijo durante su campaña electoral que estaba en contra de las vacunaciones obligatorias.

Refiriéndose a la falta de información y las contradicciones que los ciudadanos perciben en quienes deberían guiarles y protegerles o al menos decirles la verdad, R. M. afirma que "no hay peor ignorancia que no querer saber", declara a este periodista un médico jubilado de Cracovia que prefiere no dar su nombre. "Pero estar en una posición de poder y propagar información falsa que puede costar vidas es un acto criminal. Contra el virus, encontraremos una vacuna tarde o temprano; contra la estupidez, nunca". Junto a su ventana suena la sirena de una ambulancia a la carrera, la tercera en media hora.

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