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¿Y si la vacuna contra el Covid-19 no llega nunca?

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El mundo espera con optimismo una vacuna. Hay más de 175 en desarrollo y los científicos han dicho que al menos alguna estará lista a finales de año. Pero nada garantiza que sucederá.

Aún más, el plazo de 12 a 18 meses suena demasiado optimista para muchos expertos como Robert van Exan. Este biólogo celular, que ha trabajado por décadas en la industria de vacunas, predice que el mundo no verá una en los siguientes años. Ahora, con lo que sucedió con la candidata de la Universidad de Oxford y la farmacéutica AstraZeneca, muchos empiezan a pensar en la posibilidad de que la vacuna nunca llegue.

No es una idea descabellada. Crear vacunas y medicamentos es uno de los procesos más difíciles de la ciencia. Los organismos de control de medicamentos aprueban menos del 10 por ciento de los productos innovadores que llegan a estudios clínicos. El resto falla de una u otra manera: no son efectivos, o no mejoran los existentes, o tienen efectos secundarios. Los raros casos de éxito suceden en el transcurso de años e incluso décadas.

A eso hay que sumarle que nunca se ha hecho una vacuna contra un coronavirus y que la más rápida hecha hasta el momento a partir de cero, la de las paperas, tomó por lo menos cuatro años. En algunas enfermedades la búsqueda ha resultado infructuosa. La malaria, el VIH y el dengue, enfermedades causadas por un virus o un parásito, no cuentan con una vacuna a pesar de que reciben inversiones por miles de millones de dólares cada año.

Por eso mismo, estas enfermedades podrían servir de modelo de lo que podría suceder en un mundo con covid-19 y sin vacuna. El sida, por ejemplo, dejó de ser una sentencia de muerte para convertirse en una enfermedad crónica gracias a una serie de drogas antivirales. Hoy, con las combinaciones más efectivas, es posible reducir la carga viral a tal punto que una persona seropositiva no transmite el virus por medio de una relación sexual.

Desde marzo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzó una búsqueda global para encontrar tratamientos contra la covid-19. El remdesivir y la dexometasona son alternativas y otros lucen prometedores, como un anticuerpo monoclonal de Eli Lilly. Este, como se conoció la semana pasada, reduce los niveles de coronavirus en pacientes recién infectados y baja el procentaje de hospitalización.

Sin embargo la mayoría de expertos piensa que la duración de la inmunidad determinará en gran parte la trayectoria de la pandemia en los próximos años.

Los expertos plantean varios escenarios: si el virus induce una inmunidad de corto plazo, similar a otros coronavirus humanos para los cuales solo dura 40 semanas, la gente se reinfectará y habrá brotes anuales, como prevén expertos de Harvard.

Esto tendría implicaciones también para la vacuna, pues requerirá de varias dosis para mantener la inmunidad, como sucede hoy con la de la influenza.

Si la inmunidad es permanente, aún sin vacuna es posible que después de un brote generalizado el virus desaparezca en 2021. Si produce una inmunidad moderada de dos años, parecerá que el virus desapareció, pero podría surgir de nuevo en 2024.

Otros sugieren que podría haber actividad significativa de covid-19 por lo menos en los próximos 18 a 24 meses en series de picos y valles o en forma continua sin un patrón de ondas.

Lo más probable es que el virus se vuelva endémico como otras enfermedades, por ejemplo la malaria, que incluso con tratamiento mata a más de 400.000 personas cada año, o como la influenza. Ninguna de ellas colapsa la sociedad.

Y aun si llega la vacuna, no es muy probable erradicar el virus totalmente. De las enfermedades que tienen vacuna, solo una ha desaparecido de la faz de la Tierra: la viruela. Eso requirió un esfuerzo coordinado del mundo entero por más de 15 años.

Por eso, lo único cierto es que habrá que seguir cumpliendo las recomendaciones de lavarse las manos, mantener la distancia social y usar el tapabocas. Varios estudios han encontrado que estas medidas han ayudado a reducir la ola de infecciones después de las cuarentenas. El Imperial College London encontró en un estudio que en 53 países que empezaron a abrir sus economías, estos nuevos hábitos evitaron el alza grande en infecciones que predecían algunos cálculos iniciales.

Algo similar reportaron científicos de la Universidad de California y de la Universidad Johns Hopkins. Estos concluyeron que usar mascarillas reduce la carga viral a la que cada persona estaría expuesta y que, de contagiarse, tendría una enfermedad más leve o incluso asintomática. De esta manera, el tapabocas podría generar una inmunidad a nivel comunitario y reducir la propagación mientras aparece una vacuna o un tratamiento efectivo.

Las cuarentenas han mostrado tener éxito para evitar el contagio, pero han resultado económicamente insostenibles. Por eso, habría que aplicar otro tipo de estrategias para que la gente pueda interactuar entre sí. Los expertos opinan que el trabajo a distancia debería convertirse en la norma, o al menos dos o tres veces por semana. Otra opción consiste en manejar turnos en las empresas para nunca llenar las oficinas. Ignorar la tos o los síntomas de un resfriado leve y salir en esas condiciones a la calle o a la oficina será muy mal visto en este contexto.

Las pruebas y el rastreo físico de contactos se convertirán en parte de la vida diaria a corto plazo. Las ciudades abrirán y la gente ganará algunas libertades. Pero, al mismo tiempo, una orden abrupta de autoaislamiento podría llegar en cualquier momento si la velocidad del contagio aumenta, pues los brotes aún podrían ocurrir cada año.

Los eventos masivos podrían regresar siempre y cuando los deportistas se hagan pruebas regularmente y los aficionados asistan en menor volumen y se ubiquen a distancia entre sí. Lo mismo pasaría con bares y discotecas, que solo podrán abrir con medidas de distanciamiento social.

En conclusión, es muy probable que la vida de 2021 se parezca a la de esta segunda mitad del año. Aquellos que piensan lo contrario deberán bajar sus expectativas, dicen los expertos más pesimistas. Ese optimismo poco realista, dicen, puede llevarlos a una gran sorpresa y es mejor esperar poco. Como dice Aaron E. Carroll en su columna ‘Stop expecting life to go normal next year’, publicada en The New York Times: “Esta es una maratón y no un pique”.

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