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Rusia y su dolor de cabeza con el Rasputín del coronavirus

Después de hacerse la remolona, la Iglesia ortodoxa rusa aceptó el peligro que suponía dejar abiertos los templos durante la pandemia de coronavirus. Aunque algún sacerdote seguía pensando que el espíritu de Dios protegía a los fieles, todos aceptaron en abril la ley del Kremlin y las normas sanitarias que recomendó Kiril, el patriarca de Moscú.

Pero hubo un excéntrico sacerdote, carismático y polémico predicador, que no se conformó con mascullar, sino que empezó a proclamar a los cuatro vientos que el coronavirus es un invento. Y desde el altar o desde sus vídeos en internet “maldecía” a todos los poderes de Rusia, religiosos o laicos, por cerrar los templos.

El episcopado de Yekaterimburgo terminó retirándole en abril el permiso para predicar y en mayo le prohibió dar misa, lo apartó del convento femenino de Sredneuralsk, donde ejercía de guía espiritual, y lo envió a un monasterio masculino a rezar y callar. Además, creó un tribunal eclesial para tratar su caso. La policía también le ha denunciado ante la justicia civil por animar a los fieles a saltarse las normas contra el coronavirus.

Pero este es un Rasputin moderno de armas tomar. Arropado por un centenar de seguidores, incluido un grupo de peregrinos cosacos que se encarga del orden, ha tomado el control del convento. Desde allí, este enjuto pope de rostro seco y poblada barba blanca sigue defendiendo que el coronavirus es un invento para imponer un “campo de concentración satánico” y colocar “chips de vigilancia” a la población con la excusa de la vacuna.

Lo último ha sido exigir la dimisión del patriarca Kiril. “Pido a todos los que me escuchan que escriban al Tribunal Eclesiástico contra aquellos obispos que violaron las reglas de la Iglesia, se reunieron con el Papa de Roma y los cardenales”, ha dicho en un vídeo colgado el viernes en YouTube.

La diócesis de Yekaterimburgo explicó que la madre superiora y otras monjas abandonaron voluntariamente el convento “para evitar conflictos innecesarios”.

La diócesis le ha dado de plazo hasta el 26 de junio para “rectificar y arrepentirse”. Pero él respondió: “No me voy a ningún sitio. Me tendrán que echar con la policía y la Guardia Nacional”.

 

Representantes de la policía entraron en el convento para intentar llegar a un acuerdo. Pero sin resultado. El alcalde de Yekaterimburgo, Alexánder Visokinski, ha descartado el uso de la fuerza y ha dejado la tarea de hallar una solución al Patriarcado de Moscú.

En la década de 1980, y según algunas fuentes, el padre Sergui era simplemente Serguéi Románov, un agente de policía que se descarriló. Otras fuentes lo desmienten y apuntan que trabajaba como vendedor en una tienda de alimentos. El periódico electrónico Znak.com ha publicado que fue condenado por robo y por un accidente con resultado de muerte. Tuvo que pasar 13 años en prisión, tiempo suficiente para hacer acto de contrición.

Después de su infierno, encontró el paraíso y se convirtió en un hombre nuevo. En 1998 ingresó en el seminario de Moscú y, al mismo tiempo, hizo el noviciado en un monasterio, siempre ocultando su pasado criminal. En el 2001 fue ordenado sacerdote.

Participó en la construcción del monasterio de Gánina Yama, en la provincia de Sverdlovsk, del que fue su primer higúmeno (abad). El monasterio se construyó en el primer lugar en el que en 1918 los bolcheviques ocultaron los cuerpos de zar Nicolás II y su familia, tras asesinarlos en Yekaterimburgo.

El pope ayudó en la fundación del convento femenino de Sredneuralsk que ahora se niega a abandonar. Desde allí, con sus sermones ganó numerosos seguidores. Entre ellos, Pável Datsiuk, una estrella del hockey sobre hielo al que la semana pasada se vio en los servicios religiosos del sacerdote rebelde.

En junio del 2014 el padre Sergui dirigió una oración por la paz entre Rusia y Ucrania en la frontera de Crimea, invitado por el líder de esa región anexionada por Rusia, Serguéi Aksiónov, y por la entonces fiscal de Crimea, Natalia Poklónskaya, hoy diputada rusa en la Duma. Desde ese año con frecuencia se le menciona en los medios como confesor de Poklónskaya, aunque ella lo negó la semana pasada.

También se le ha relacionado con un conocido jefe mafioso de los Urales, Timur Sverdlovski. Y se le tiene por el guía espiritual de los Tsarebózhniki (“adoradores del zar”), un excéntrico culto que tiene a Nicolás II como el Mesías. De hecho, el padre Sergui se cambió el nombre de pila para llamarse Nikolái Románov en honor del último emperador ruso.

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