El uso de la corbata como protagonista de la indumentaria masculina laboral ha ido languideciendo poco a poco, pero pese a los augurios de aniquilación ha resistido en diversas trincheras, por tradición y por reinvención. La crisis sanitaria amenaza con un nuevo debate. La corbata, un trozo de tela que no se lava en casa y que se sitúa debajo de la boca, ha sido señalada como elemento peligroso en la transmisión de la Covid-19.
Desde diversos ámbitos se planteaba esta semana la idoneidad de su uso por una cuestión de higiene. Algunas empresas lo ha incluido en sus medidas de prevención, solicitando un abandono temporal. Un abandono temporal que para muchos hombres puede ser definitivo, de la mano de la pandemia pero también de todos los cambios sociales y económicos que vienen.
La crisis está acelerando unos cambios que ya iban cuajando en la sociedad, señala Luis Sans, director de Santa Eulalia. Un ejemplo es el del teletrabajo, que se abría paso con lentitud y que ha sido empujado por imperativo sanitario. El teletrabajo, indica, implica una relajación en las formas de vestir que se suma a la tendencia de informalidad que lleva años en marcha.
Pero esto es una cosa, y otra que se achaque a la corbata un potencial propagador del virus mayor que otras prendas. Sans señala que las americanas, las parcas, los abrigos, con partes cercanas a la boca, tampoco se lavan en casa. Y habría que preguntarse, indica, si realmente todo el mundo lava cada día las mascarillas de tela a 60 grados o si se haría con las bufandas en invierno.
Según los informes que ha publicado el Ministerio de Sanidad en España, el coronavirus puede sobrevivir entre uno y dos días en superficies como la ropa, la madera o el vidrio. Una capacidad de supervivencia que se eleva a cuatro días en el plástico, el acero, los billetes o las mascarillas quirúrgicas. Se abre la puerta a la investigación de tejidos repelentes a los virus. Desde el sector textil se indica que la corbata esta hecha con materiales sostenibles y no está en contacto con ninguna zona sensible del organismo.
Fabricio Pérez, director del Máster de Moda Masculina (IED Barcelona) remarca que al hablar de contagios y corbata debe de tenerse en cuenta que ésta prenda queda protegida por el mentón. Si se quiere hablar realmente de una cuestión de higiene, es más probable que los restos de saliva queden en la solapa de cualquier chaqueta que en una corbata.
La higienización lo impregna todo, y entre las tendencias masculinas se replantea también la idoneidad de llevar barba, y más con mascarilla. Puede ser el golpe definitivo a la estética hipster, indica el profesor del IED, que ya se iba muriendo poco a poco.
Pero este no es un debate estrictamente sanitario sino de tendencias sociales, hoy aceleradas y modificadas. La corbata puede pasar a ser una pieza icónica que se reservará para usarse en ocasiones especiales. Por una parte se diluirá más su uso extensivo en profesiones en las que se ha ido reduciendo (abogacía, economistas...), pero sí que se mantendrá como reflejo de un estatus sociopolitico. En las cumbres del G-20 se seguirá llevando, y en encuentros de alto nivel ya que “es un reflejo de lo que que la burguesía industrial”. Es un código.
Los cambios más profundos van a venir así del impacto en la vida laboral y cotidiana de esta crisis sanitaria. El teletrabajo va a provocar una menor compra de ropa y un uso diferente. Las personas se visten como señal de respeto a los demás y es por ello, explica Luis Sans, que a las reuniones no se va con chancletas. Con el teletrabajo no se comparte espacio físico, pero tampoco se trata de aparecer con ropa de cama.
La corbata no volverá a salir del armario tal como entró el 14 de marzo. Después del embate de los teachies de Sillicon Valley, del 15-M, y ahora el impacto de la pandemia, la corbata va a ser, dicen los expertos, una pieza que se va a llevar por devoción, y para nadar contracorriente.
Fuente: La Vanguardia
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