Hola a todas, me llamo Tatiana. Soy suiza de ascendencia rusa, tengo 43 años y mi vida dio un giro inesperado el día que mi camino me llevó a Costa Rica.
Después de ocho meses viajando por el mundo, mi primer encuentro tuvo lugar en 2015. Mochilera y con el corazón abierto, aterricé en San José. Llena de la alegre ingenuidad de creer que un año de español a los 20 años sería suficiente para conversar con los lugareños. Ni que decir tiene, la sorpresa fue inmediata. Pero en lugar de detenerme, tomé clases de español y me sumergí en esta nueva aventura.
El viaje me llevó rápidamente al Parque Nacional Corcovado, pasando por Bahía Drake. Un largo día de conducción y navegación terminó con una maravillosa recompensa, ¡y qué recompensa! Apenas se acercaba, había un espectáculo: era temporada de ballenas, y me esperaban, justo en la entrada del parque. Corcovado me reveló entonces sus tesoros: en tan solo tres horas, me encontré con monos aulladores, monos araña, capuchinos de cabeza blanca, un tapir, aves de mil colores, serpientes y mucho más... Un mundo salvaje y crudo que te deja sin palabras.
Ese año, mi teléfono se cayó en una cascada. Todas mis fotos se perdieron. Pero los recuerdos siguen ahí, intactos, luminosos.
El viaje continuó: Uvita, entonces un pequeño pueblo virgen, Manuel Antonio (magnífico, pero demasiado turístico para mi gusto), Liberia, Tamarindo, donde un amigo me acompañó en una escapada de diez días. Recuerdo un paseo en bote por el río: cocodrilos, monos y... la conmovedora solidaridad de los lugareños que, ante la sequía, dejaron baldes de agua para los monos en la orilla.
Después, Monteverde y su bosque nuboso, La Fortuna y su volcán Arenal. Allí, experimenté la adrenalina del rafting en el río Sarapiquí: increíble. Finalmente, el Caribe. Puerto Viejo, que se suponía solo sería una escala, se convirtió en mi refugio. Tres meses allí, en bicicleta, entre playas de arena negra, dorada o casi blanca, entre risas, música, culturas afrodescendientes y tradiciones indígenas. Cahuita, su naturaleza exuberante, su ritmo apacible. Viví la Pura Vida al máximo y supe que este país me había elegido.
Unos meses después, regresé. Esta vez para establecerme. Entre 2016 y 2018, Costa Rica se convirtió en mi hogar, y allí nació mi hija.
La vida me llevó de vuelta a Suiza, donde permanecí hasta 2022. Pero la llamada de Costa Rica era demasiado fuerte. En abril, tomé dos maletas, a mi hija de la mano, y regresamos. Tres años después, vivo la vida al máximo aquí. Compré un terreno, construí mi casa y otras dos para alquilar. Una nueva vida, sencilla y plena.
Pero mi aventura no termina ahí. Hoy quiero compartir esta experiencia con otras mujeres. Mostrarles este país que me acogió, presentarles sus paisajes, su dulzura, sus colores, sus encuentros. Y yo, seguir redescubriéndolo a través de sus ojos.
Así que, si esta historia te resuena, si quieres vivir Pura Vida de una manera diferente, acompáñame. Quizás este viaje también sea tuyo
