Si sostenemos un vaso de agua con el brazo extendido, poco a poco sentiremos agotamiento, dolor e incluso podríamos lesionarnos. Eso mismo sucede con situaciones, pensamientos o hábitos indeseados que no soltamos por suponerlos permanentes.
El culpable no es el vaso, sino quien convierte un inconveniente temporal en un sufrimiento indisoluble. Es decir, nosotros, al «rumiar» una y otra vez la incomodidad que frena la marcha. Liberarse de esas ataduras abre oportunidades inimaginables y transformadoras.
Ejemplo: dos jefes tienen un desacuerdo que escala hasta convertirse en un conflicto severo, incluso en enemistad. Si el disgusto los atrapa, pronto sus equipos replicarán la confrontación. La obsesión por tener la razón los desvía del rumbo que debía unirlos.
Bien afirma Carl Jung: «Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma». Es más sencillo decirlo que hacerlo. El orgullo se entromete e insta a ganar cada pulso, aun a costa de la salud personal, las relaciones o del ambiente de trabajo, sin verdadera victoria final.
En cambio, desapegarse de esas pretensiones y aceptar que ni siquiera tener la razón es permanente, reduce la ansiedad, la angustia, la agresividad, la ira, la tristeza y el miedo a la transformación, que solo ocurre cuando se tiene la sabiduría de fluir, de «soltar para saltar».
No se trata de resignarse ni de renunciar, sino de ampliar la perspectiva: ¿Qué es totalmente permanente en su organización? ¡Nada! Ni usted, ni su jefe, ni sus colegas; tampoco las estrategias, crisis y recursos. ¡Liberarse de apegos! Aunque en apariencia es traumático, en realidad todo final es el comienzo de algo nuevo. Nada es para siempre, todo se transforma.
Al comprender la impermanencia se abandona la rigidez como modo de gestión orientada a preservar más que a crecer. Las personas se vuelven más sencillas y optimistas, confían en que sus colegas también pueden mejorar y apuestan con ellos a avanzar juntos adelante.
Un equipo con coraje decide lo que no va más. Orientado por sus valores se enfoca en cocrear soluciones, ve más allá de lo visible, no baja la guardia ante malos resultados y persiste. ¡Así se forjan las empresas líderes!
El pasado nos describe, no nos determina. Como consultor de equipos gerenciales, observo progreso real cuando sus miembros bajan los escudos defensivos, el ansia de culpar y se esfuerzan por conocerse, valorarse y trascender diferencias temporales. Si en verdad les une un propósito superior, la aceptación mutua disipa el miedo a mostrarse vulnerables y permite asumir que «pase lo que pase, todo pasa…».
Los temores, los triunfos, los fracasos y los aplausos: todo pasa. Por eso, quienes comprenden la impermanencia viven con humildad y gratitud, sin aferrarse ni resistirse. Saben que cada momento, bueno o difícil, es solo un peldaño en la ruta de su crecimiento.
Artículo escrito por el motivador Germán Retana