Irán ha atacado finalmente a Israel, cumpliendo así sus amenazas y certificando como cierta la alerta que lanzó la Casa Blanca.
El régimen de los ayatolás ha lanzado una primera ofensiva con decenas de drones, mientras Israel ha activado su fuerza aérea para tratar de neutralizarlos y ha puesto en alerta total a sus defensas antiaéreas desde tierra. Tanto el Jerusalem Post como el Times of Israel han informado del ataque que ha sido con una docena de drones.
Casi a la par, se lanzaron misiles balísticos contra Israel desde Irak, y cohetes desde Líbano por parte de los terroristas de Hezbolá, alineados con Irán.
La crisis bélica de Oriente Medio alcanza así una nueva escalada. Irán ha optado por un ataque limitado. De momento, los misiles los guarda en sus silos, que era otra de las opciones que barajaba la inteligencia estadounidense sobre los planes de ataque de Irán contra Israel.
El régimen de los ayatolás opta así por no desatar una ofensiva de mayores consecuencias, conscientes de que una agresión militar directa contra Israel los colocaría en una crítica posición contra Israel y sus aliados, con Estados Unidos al frente. Pero se escuda en grupos terroristas afines que operan en Oriente Medio y en su Guardia Revolucionaria para operar sin presentarlo oficialmente como una acción militar del Estado iraní.
Si Irán declarara abiertamente una guerra, el riesgo de un conflicto bélico a gran escala sería elevadísimo. Y el riesgo ha crecido considerablemente tras conocerse que, prácticamente a la par que Irán ha lanzado su ataque con drones, grupos vinculados con el régimen iraní han simultaneado el lanzamiento de misiles desde Irak y de cohetes desde el Líbano, en este último caso por parte de los terroristas de Hezbolá, alineados con el régimen de los ayatolás.
La escalada del conflicto es de una gravedad evidente. Tanto como que Estados Unidos se esforzó en los últimos días por acelerar sus contactos en el mundo árabe para rebajar la tensión y evitar que Irán atacara a Israel, precisamente porque la Administración Biden es consciente de que esa ofensiva coloca a EEUU en una posición crítica que quería evitarse.
En las últimas semanas, la Casa Blanca había tomado ciertas distancias –muy calibradas– respecto al Gobierno israelí, ante el dramático balance que acumulan las operaciones militares que desarrolla Israel sobre el territorio de Gaza desde octubre, a raíz de la masacre cometida por los terroristas de Hamás en suelo hebreo.
Biden ha intentado mantener el equilibrio: presionar al régimen de Netanyahu para que rebajara la ofensiva en Gaza, intermediar con países árabes para frenar a Irán y tratar de contener la tensión que amenazaba con una extensión del conflicto en Oriente Medio. EEUU es consciente de que, pese a todo, un ataque de Irán a Israel le obliga a ofrecer apoyo a Jerusalén, no sólo por sus alianzas con el régimen hebreo, sino por el riesgo para Occidente que supondría un dominio islamista de esa estratégica zona del mundo. De ahí que, ya este viernes, Biden ordenara desplegar tropas adicionales en la zona, en posiciones estratégicas para entrar en acción. Ese despliegue lo ha llevado a cabo una vez que el Pentágono recibió las instrucciones en ese sentido a raíz de las informaciones facilitadas por los servicios de inteligencia, con la CIA a la cabeza. Y este sábado, tras el ataque sufrido por Israel, Biden ha dicho expresamente que se implicará de lleno en la defensa de Israel.
Un horizonte peligroso
Ahora queda por ver cómo evoluciona el conflicto. Tras el ataque de Irán, la incógnita es qué paso da Israel, qué alcance tendrá la respuesta y en qué medida intervendrá en ella Estados Unidos del lado de los hebreos. Si se entra en una guerra declarada –que es la posibilidad que la Casa Blanca ha tratado de evitar–, las consecuencias del conflicto se dispararían y entrarían en juego otros escenarios añadidos en el tablero mundial.
De una parte, será clave la posición que adopten otras grandes potencias occidentales, como Gran Bretaña; y, por otra, el partido que puedan tomar, declarado o camuflado, Rusia y China.
Riesgos en Europa
Además, quedan abiertas otras dos incógnitas de calado, una en el plano geopolítico y otra en el económico. En lo geopolítico, un riesgo añadido es que, de estallar un conflicto a gran escala en Oriente Medio, sus efectos colaterales alcanzaran indirectamente la estabilidad en otros puntos calientes, en particular la Europa del Este. Rusia tiene sus esfuerzos concentrados en la guerra de Ucrania, por lo que los analistas ven poco probable que se aventure en tomar parte visible en la escalada bélica de Oriente Medio. Pero puede hacerlo de forma soterrada y, además, con Estados Unidos –primera potencia de la OTAN– embarcada en el conflicto en el flanco árabe, Putin podría verse tentado a ampliar su ofensiva imperialista en otros puntos que ha ido poniendo en su objetivo en la Europa del Este y sobre los que ha renunciado hasta ahora.
En el plano económico, el estallido del conflicto a gran escala en Oriente Medio dispara las incertidumbres en los mercados y hace saltar otro cisne negro, expresión con la que los economistas se refieren a situaciones sobrevenidas y explosivas que trastocan por completo las previsiones y el escenario económico ordinarios. El precio del petróleo es el factor directamente impactado por el conflicto. El segundo, la confianza en las Bolsas. El tercero, el efecto que todo eso tiene en la inflación, que a su vez trastocaría las políticas monetarias occidentales y las previsiones de crecimiento.